Domingo, 6 de julio de 2008 | Hoy
QUIROZ
Basada en parte en su experiencia personal, el colombiano Fernando Quiroz escribió una novela sobre los excesos del Opus Dei.
Por Patricio Lennard
Justos por pecadores
Fernando Quiroz
Planeta
222 páginas
Cuando en 1928 Josemaría Escrivá de Balaguer fundó el Opus Dei, lo hizo con la convicción de que cualquier persona de fe podía llegar a ser santa. Y que para él la santidad pudiera no ser exclusividad de quienes dedicaban su vida a Dios siguiendo una carrera religiosa, sino también un camino al alcance de los laicos, no se debía tanto a una demagógica democratización de los altares como a una filosofía de vida y una formación en extremo rigurosas. Celibato, ayuno, vida de oración, mortificaciones corporales (como el uso del cilicio y los azotes) son algunos de los tips que todo buen numerario –como se conoce a los laicos que viven en los centros de la “Obra”– debe respetar a rajatabla. Régimen que Vicente Robledo, el protagonista de Justos por pecadores, la novela del colombiano Fernando Quiroz que fue finalista del premio Planeta-Casamérica 2008, no puede seguir soportando cuando decide escaparse.
Echando mano en parte a su experiencia personal, según él declaró en más de una entrevista, Quiroz construye así un personaje alienado, una conciencia atormentada en la que se ha hecho carne el poder autodestructivo de la culpa, que al inicio de la novela decide terminar de hacerle caso a su deseo de abandonar ese mundo de penitencia y privaciones, en el que ha estado inmerso durante más de diez años, cuando se da cuenta de que hay montado un “plan en su contra”. El hecho es que hace días lo vienen medicando con el secreto fin de anular su voluntad y disipar las dudas que su confesor ha entrevisto detrás de la tristeza que lo embarga. Y de eso Vicente se entera cuando una noche entra a hurtadillas a la Dirección y roba su legajo, y lee en sus páginas el pormenorizado seguimiento que vienen haciendo de todas sus acciones, y halla una carta de su padre, con fecha reciente, que no le han entregado, en la que le dice que tiene cáncer y que su muerte está próxima.
A partir de allí, del momento en que el protagonista decide escapar y tomar contacto con Eduardo, un ex compañero del Opus que optó antes que él por el mismo camino, Justos por pecadores narra el exorcismo al que Vicente se entrega para desarticular el “lavado de cerebro” del que ha sido víctima todos esos años. Un proceso de recuperación que inicia de la mano de su amigo, prosigue al lado de su padre, y termina de afinar junto con Ana, la mujer de la que se enamora y con la que intentará superar sus trastornos sexuales. Pero no es precisamente pathos lo que nos genera el personaje, sino más bien una mezcla de asombro y de conmiseración ante sus escrúpulos y su fanatismo religioso. Así, que el Opus Dei sea artífice de ese fanatismo explica que esta novela se proponga denunciar sus excesos y su carácter sectario. Algo que Dan Brown realizaba en El código Da Vinci valiéndose de un andamiaje de raíz conspirativa, y que Quiroz expone en las cicatrices que las violencias de la fe han dejado en el alma y en el cuerpo de un ser apocado.
Escrita con sobriedad y economía, Justos por pecadores adolece, no obstante, de cierta linealidad al nivel de la trama que busca ser disimulada en lo que a todas luces es la apuesta central de la novela: la exposición de un caso. Un caso, el de Vicente Robledo, que dista de ser excepcional en razón de que son muchas las personas que en la realidad han abandonado el Opus Dei denunciando la coacción psicológica y las maniobras de control de las que allí han sido víctimas, así como los turbios intereses que mueven a esta congregación que, incluso en ciertos sectores de la Iglesia Católica, es objeto de las más oscuras suspicacias.
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