RESEÑAS
La voz de nuestro tiempo
LOS SOSPECHADOS
Milita Molina
Santiago Arcos editor
Buenos Aires, 2002
120 págs.
Por Adrián Cangi
Los sospechados –junto con Aventuras de un novelista atonal de Alberto Laiseca, entre las primeras entregas de la novísima editorial Santiago Arcos– habita en la genealogía de los que amando el lenguaje se han lanzado contra éste. Ultimo texto de Milita Molina, quien nos sorprendió con Fina voluntad (1993) y Una cortesía (1998), Los sospechados compone su verbalidad en el intervalo imposible que se sustrae, a fuerza de agudeza, de todo nexo innecesario y de toda transparencia inútil. Se trata de un avanzar digresivo que acumula desviaciones, paréntesis, notas marginales y también, quizás, alguna incoherencia. Este avanzar despliega fragmentos y la voz narradora dice: “Éste es un fragmento –pero siempre es un fragmento–; no es ésta la materia de discusión”. La digresión y el fragmento vuelven este libro un heredero de los linajes mas radicales de la experiencia moderna, la que se libró del habla demasiado larga y avanzó sustrayendo sin concesiones.
Libro intempestivo que recoge sedimentos e indica la biblioteca de sus afectos para desmarcarse de los lenguajes tibios del presente, también deja registro, como un diario, de una pendiente propia de la insignificancia. La voz que recorre estas páginas recuerda para sí que las anotaciones ínfimas son un modo de escapar al silencio, antes de que las atrape la escritura plenamente. “Cuando el edificio social se desmorona”, sostiene Arlt, “no hay lugar para bordados”. La voz narradora vigilante del espíritu de este tiempo integra el desmoronamiento general como principio de composición. Las miserias son también una afirmación del tiempo; y este libro, su lúcida escritura.
Dice la voz: “No invento nada y, en consecuencia, me piden la historia”. Por ello, la voz insiste en la fuerza de imagen de la “feroz faena”, la de “la hebra de nicotina que ya no puedo ocultar”. El hilo del relato está allí, en los intervalos que produce y en la agudeza con la que los compone. Se requiere coraje para profundizar y destrizar, para encontrar la “nada”. Esta escritura dice sin medida y también recoge la herencia del maestro de las naderías, Macedonio Fernández, el que dijo: “Es una verbalidad, es decir, el absurdo de una causa del mundo”.
La voz se agudiza, desdobla y polemiza. Dice: “Cuando no hay nada que escribir, se escriben esas novelitas enconchadas de Milita Molina”. De ese desdoblamiento nace otra voz que, astuta, sabe de cortesías, pero su linaje también conoce de tajos hasta el hueso. Amenazada, la voz funciona como una máquina de guerra en la mejor herencia de Osvaldo Lamborghini.
El Testigo de Oficio, al igual que el previsible militante, el público estereotipado, la bonita profesora, el filósofo portátil, el taxista, justicialista y policía son figuras, más que inmaduras, intermedias, que atraviesan el relato, como señala en el prólogo a la edición Germán García. Estas figuras intermedias se yerguen escurridizas y se descomponen en su vacuidad. Ningún saber de “jesuita panfletario” podrá alcanzarlas plenamente. ¿Qué papel juegan estas figuras intermedias? Rebaño gris que busca a toda costa la transparencia y los nexos omnicomprensivos de las acciones. Afirma la voz: “Donde pululan las razones psicológicas. De política no saben un choto. Y la literatura: ausente”. Así como los “culones” y “nalgudos” fueron absorbidos por O. Lamborghini, las “culastronas” lo son por Milita Molina. La máquina de ficción funciona con el combustible de los lugares comunes y los estereotipos, y hace del lector moralizante su cadáver exquisito. Con integridad la voz afirma:”Cuando puedo, me excedo”. La voz tiene razón y anuncia uno de los postulados de César Aira: “Eso es el poder. El poder es poder cambiar de tema”. Y lo hace sin la flexibilidad de los nexos, abruptamente, para construir la agenda propia de los recorridos.
Algún lector recorrerá estas páginas intempestivas y formulará la pregunta: ¿Por qué no dice nada más? Sorprendida, sin sacar los trapitos al sol, sin exponer la evidencia, desconfiando como se debe de una confidencia almibarada, Milita Molina dirá: “¡Cuán bajo he caído! Estoy aquí para explicarles el Naides (el más simple y perfecto de nuestros vocablos)”. Naides es el retorno del chiste suyo, el de Osvaldo Lamborghini, por una voz que lo toma, lo procesa y se aleja para recordarnos que se trata de revolcarse con una selecta tradición. Y O. Lamborghini “se revolcó con Hernández de lo lindo”.