RESCATES
La revista Contorno suele ser saludada como un hito de la crítica cultural argentina. Su inserción en los años ’50 alcanzaría después alturas legendarias. Desde luego, la verdad es que los gestos de revisión y crítica de sus miembros causaron más escozor que simpatías en su momento y fueron calificados de parricidas y acusados de querer demoler la literatura argentina. La edición facsimilar de Contorno (Ediciones Biblioteca Nacional) pone en circulación todo el material disponible, invitando a un viaje al centro de la polémica.
› Por Claudio Zeiger
Hay una intuición tan básica como certera en el gesto que desde su comienzo tuvo Contorno hacia la literatura argentina: leer al otro. Fue de arranque un gesto de grandeza, compuesto por dosis parejas de generosidad y ferocidad. ¿Quién no habría querido tener semejantes lectores? ¿Quién no les temía un poco? No por nada, una de las obsesiones que se empieza a transparentar en la revista y que luego iría cobrando cuerpo en varios de sus miembros a lo largo de la vida, es la del ninguneo, la peor de las estrategias, la más irritante, en el fondo, porque apunta al corazón narciso del escritor y porque es la más elitista, la más cerrada y egoísta. Y por eso es tan valioso el gesto de hablar del otro mientras se señalan las políticas del entre nos.
Contorno comienza la revisión de la literatura argentina considerando que hay que romper la trama del silencio y la complicidad. Según se desprende de artículos sobre autores contemporáneos, sobre escritores aristocráticos y ricos y del número de septiembre de 1955 dedicado íntegramente a la novela argentina, vendría a operar sobre un medio literario sofisticado y provinciano al mismo tiempo. En cierta medida, en aquella edad de oro, la literatura argentina era como el campo argentino: empezaba a modernizarse, pero ni sus prácticas ni sus productos estaban aún diversificados. Los escritores –muchos de ellos literatos puros– tenían linaje y dinero, respetabilidad y dominio del lenguaje. Estilo. Gestos. Pero, como dicen por ahí de don Enrique Larreta,”La gloria de don Ramiro no nos da ni frío ni calor”. Lo mismo –tibieza e indiferencia– les produce Mallea, Mujica Lainez. Borges y Martínez Estrada no tanto. Se intuye que Borges es el mejor y un buen hombre en el fondo, y que EME encarna la seriedad que quieren tener pero son aún muy jóvenes los contornistas para aceptar tanta amargura. Entonces: había maestros y hombres ejemplares pero no había diversidad. Por eso debía cumplirse la ley del parricidio (aunque esta denominación les cayó por la cabeza desde afuera, en un artículo de Emir Rodríguez Monegal que los aunaba con Héctor Murena, no parece que les disgustara demasiado ser llamados parricidas): en la literatura y el campo, todavía en esos tiempos de incipiente mercado, la estructura patriarcal era férrea. Para cambiarla, había que reemplazar al padre; en cierta medida, derrocarlo.
Si, según caracterizó Marcha, en Contorno se había establecido una política literaria que alternaba “elogios y palos”, para ellos no se trataba de ejercer la violencia (“no al menos como garrotazos de ciego”) sino de rasgar los velos del ninguneo y la mutua complacencia. Según se lee en “Terrorismo y complicidad”, uno de los más lúcidos manifiestos de la revista: “No nos oponemos absolutamente a la violencia. Algo de ánimo guerrero puede ser saludable en nuestra alta cultura. Por 1930, Amorín se quejaba del pacifismo, de la tolerancia –que atribuía a desdén– con que nuestros escritores se ignoraban entre sí. En las letras –que reflejan el estado del país– esa situación persiste: razones de política –literaria y de la otra– ocasionan una mutua y general complacencia (...). Este juego generalizado encierra al país en una pieza tapiada”.
Unos años después, cuando Contorno prácticamente concluía su ciclo, Ismael Viñas morigeraba la imagen de chicos malos con ironía, al afirmar desde la revista Ficción que “somos unos muchachos modestos, bien educados, que hemos comenzado a ganarnos la vida desde jovencitos, que nos bañamos, que no decimos más malas palabras que las habituales, que no perdemos nuestras vidas entre el humo del tabaco en antros existencialistas, y que hemos leído a Victor Hugo, a Galdós, a Baroja, a Alejandro Dumas (padre e hijo), a Marx y Scheler en los ratos perdidos y hasta a Hugo Wast”. Así que se puede ser un parricida sin perder la elegancia. Pero la palabra de los contornistas será siempre interesada, nunca fría y objetiva. Es parte del asunto.
En unos pocos años y a decir verdad en pocos números aunque sustanciosos y voluminosos, Contorno llevó adelante una base programática hacia la literatura nacional, una forma de balance, de evaluación y puesta al día, y además planteó un objetivo a cumplir: abonar el terreno sobre el que se va a avanzar en el futuro. Se ha dicho que Sebreli es quien más consecuente fue al seguir el programa de Contorno en los años ‘60 (incluyendo el parricidio liso y llano de EME en Una rebelión inútil), pero se puede añadir que también lo hizo Viñas en dos novelas fuertemente contornistas como Un Dios cotidiano y Dar la cara, y que ensayos como De la guerra sucia a la guerra limpia de León Rozitchner o La operación Masotta de Carlos Correas son supercontornistas. El programa, la “operación Contorno”, se ha desplegado de la mano de sus miembros y otros que no lo fueron y por eso sobrevive algo más que la nostalgia o la inflación mítica producto del tiempo que todo lo embellece. Además, hay que señalar que textos como el que Noé Jitrik dedicó al Adán Buenosayres o Rozitchner a Mallea (“Comunicación y servidumbre”) son piezas que persistirán como inolvidables hitos de la crítica literaria en nuestro medio. Y si algo nos trae de novedad la edición facsimilar recién aparecida, es no sólo la posibilidad de ver el bosque en su conjunto, sino de demorarse en la lectura de los matices que no suelen aparecer en las antologías: el ojo atento, la mirada sesgada y rápida a Mujica Lainez y la saga de novelas de los ‘50, la Bullrich y Beatriz Guido, Estela Canto y Norah Lange, o un sorpresivo Onetti leído por Viñas.
Así que si bien toda tarea literaria queda por definición inconclusa (y desde luego las revistas literarias son un clarísimo ejemplo sobre todo a causa de las dificultades materiales), se puede decir que Contorno cumplió un plan, lo desplegó, fue punto de partida y de llegada.
Ellos se instalaron a ellos mismos y dijeron nosotros. Desde luego, la dispersión formidable, los exilios y los años obraron lo suyo. Pero quedó en pie una generación. Probablemente la última generación que intentó matar benignamente a sus padres antes de la muerte del Padre y de la gran matanza de la historia.
La edición facsimilar de la revista Contorno (1953-1959) se presenta el 31 de julio a las 19 en el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional, primer piso, Agüero 2502. Hablan David Viñas, León Rozitchner, Américo Cristófalo y Horacio González.
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