Secretos apenas revelados, misterios apenas entrevistos, en una colección de cuentos que guardan riqueza y poder de evocación.
› Por Ezequiel Acuña
Hasta que todo arda
Carlos Dámaso Martínez
Ediciones del Copista
169 páginas
“He sentido que decir blanco quiere decir lo contrario, que decir luz implica nombrar las sombras. Hay un desconcierto, una sensación de estar destruyendo viejas creencias y que se construye un sigiloso lenguaje que resbala por la astucia, la mentira, los sobreentendidos y los pactos implícitos” dice Esteban Ríos, protagonista del cuento “¿Le gusta este jardín?” —tal vez uno de los mejores del libro—, aunque bien podría tratarse de una declaración poética del autor. Porque en Hasta que todo arda hay un lenguaje que resbala, una sensación de deslizamiento, de nombrar y estar diciendo, en verdad, algo distinto.
Carlos Dámaso Martínez escribe con las estrategias del relato policial, como si todo fuera intriga alrededor de las historias, aunque en la mayoría de estos cuentos no haya asesinato ni crimen por develar. “La vida ríe” y “Agua fría”, dos cuentos con el mismo protagonista —un nadador cordobés que trabaja de guardavidas en la pileta de un hotel—, son los que más se acercan en la historia al género de enigma. Están los asesinatos, presentes y reales, y sin embargo no parece haber diferencia entre las pruebas y los hechos, las hipótesis y la verdad. O, mejor dicho, no hay quién pueda develar la verdad, establecer una historia real. Las historias quedan suspendidas en el misterio, en la ansiedad que producen las pistas cuando no pueden ser unidas. Sólo hay partes conocidas de la historia y otras que permanecerán en la oscuridad, palabras dichas al viento, irrecuperables. Los cuentos de Hasta que todo arda son relatos de un realismo seco e íntimo, como si se aferraran a una profundidad notoria pero poco visible, depurada del tono fantástico. Si hay fantasía en el libro, es sexual y mórbida, ubicada sobre el cuerpo de las femmes fatales, criaturas de dudosa inocencia que circulan casi en silencio.
En “El náufrago de las sombras” un historiador cordobés transcribe un manuscrito que echa luz sobre la muerte de Mariano Moreno. Una nota al pie indica que la autenticidad del documento no ha sido comprobada. De esa forma, uno de los misterios más grandes de la historia argentina parece resuelto con un manuscrito apócrifo, es decir, otro misterio. Como si siempre, detrás de la respuesta final, hubiera una sombra que oculta las posibles respuestas. El motor narrativo de los cuentos de Dámaso Martínez es el enigma, lo misterioso, no como hueco oscuro excepcional sino como una sombra cotidiana que cubre algunos rincones de lo real. Son relatos agudos, con una intensidad evidente, casi palpable, y sin embargo resulta inevitable preguntarse de dónde proviene esa tensión. En principio, nada parece estar oculto, nada no dicho, pero la sensación de que lo desconocido acecha se hace constante en cada cuento. De distintas formas, es cierto, pero con un efecto sombrío en todos los casos.
La colección de cuentos Hasta que todo arda fue publicada inicialmente en 1989 —siete años después de la aclamada novela Hay cenizas en el viento—-. Además de algunos personajes y escenarios cordobeses, los cuentos comparten una constante en el entramado de las historias. Dicho así suena a poco, y en verdad se trata de algo más que de un estilo repetido, o una simple vuelta de tuerca. Más bien es la cadencia de la narración que parece dilatar constantemente la explosión. “Reflejo de la calma antes de la tormenta” o “La espera hasta que todo arda” son cuentos finamente delineados que no se cierran sobre sí mismos y abren puertas a cada paso. No se trata de pases mágicos o engaños literarios sino la tensión limpia de artilugios, la intensidad de lo que está por venir.
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