Un ensayo relevante sobre las distopías demográficas plantea el miedo creciente al otro, un tema que empieza en la literatura y se rebasa hacia la política actual.
› Por Mariana Enriquez
Descenso literario a los infiernos demográficos
Andreu Domingo
Anagrama
380 páginas
La distopía, por oposición a la utopía, es el relato del peor de los mundos posibles, escribe el sociólogo catalán Andreu Domingo en el prefacio a este importante ensayo que toma como centro a aquellos relatos sobre sociedades inexistentes proyectadas a futuro que tienen a la población como elemento central. Las llama “demodistopías” y a medida que va desgranando su pausado análisis va creciendo la relevancia de este subgénero, que refleja y denuncia tendencias ya presentes en las sociedades. Y esas tendencias, cuando se llega al último capítulo, “Migraciones y choque de poblaciones”, toman una carnadura escalofriante.
Descenso literario a los infiernos demográficos es un ensayo ordenado y riguroso, que elige un recorrido histórico para poner en paralelo pensamientos políticos, doctrinas de población, fenómenos demográficos y obras literarias. Así, las distopías clásicas (según Domingo, Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell, Nosotros de Yevgueni Zamiatin y Fahrenheit 451 de Bradbury) se corresponden con el auge de la eugenesia y el maltusianismo, y en el interior de las obras plantean la elección entre felicidad y libertad. Pero si bien toda esa primera parte sirve como necesaria introducción al género, es a mediados de los años sesenta cuando nacen las demodistopías propiamente dichas, y cuando los temas y las sociedades proyectadas empiezan a resonar con gran cercanía. La mayoría de esos libros nación con vocación de best-seller, y quedaron olvidados (algunos son Make Room! Make Room! de Harry Harrison o Stand on Zanzibar de John Brunner); pero estaban marcados por el miedo a la explosión demográfica, que traería de la mano, según las teorías de la época, escasez e inseguridad. En estos best-sellers, entonces, se empiezan a perfilar problemas políticos muy serios y muy palpables del nuevo milenio. Escribe Domingo: “Lo que en el interior de las ciudades era el peligro de la inseguridad provocada por la escasez, y cuyo efecto es el saqueo, en el exterior es el peligro a la revolución y a la expansión del enemigo comunista”. Pero no es sólo la tesis de la superpoblación la que provoca narraciones distópicas basadas en lo poblacional: el declive de la fecundidad, pronosticado por los demógrafos, provocó reacciones en escritoras como Margaret Atwood (The Handmaid’s Tale, 1985) o P.D. James (The Children of Men, 1992) que prefiguran un futuro donde el control sobre el cuerpo de las mujeres para asegurar la preservación de la humanidad causará un retroceso de todas las conquistas del feminismo. Tanto Atwood como James escriben en tiempos de políticas conservadoras (Atwood específicamente está pensando en la Gran Bretaña de Margaret Thatcher), y ambas toman a la distopía como resistencia y denuncia, a la manera de los modelos clásicos. Pero la otra tendencia, contemporánea, encarnada en textos como La posibilidad de una isla (2005) de Michel Houellebecq, 1985 de Anthony Burguess (1978) y particularmente la distopía rascista Le Camp des saints de Jean Raspail (1973), se apoyan en el pensamiento político ultraconservador y llaman a profundizarlo, so pena de ver amenazada la civilización occidental, que estaría bajo ataque desde Mayo del ‘68 y el “triunfo” de conceptos como la corrección política y el multiculturalismo en materia de migraciones. Le Camp de Saints, por ejemplo, muestra a Francia a punto de ser “invadida” por cien barcos cargados de inmigrantes que parten desde la India: la novela se trata de las posiciones encontradas de los occidentales sobre qué hacer con ellos. ¿Un libro rascista de género menor, desdeñable como obra de un fanático? No tanto: es la inspiración que cita el profesor Samuel Huntington para elaborar su tesis sobre choque de civilizaciones y nuevo orden mundial que impregna el discurso de ultraderecha. Y que puede llevar a un futuro más sombrío que el de cualquier distopía. O como, para casi terminar su ensayo, escribe Domingo: “No nos engañemos: donde concluye la ficción de Raspail se abre la puerta a la apología de la función homicida del rascismo: la aceptabilidad de matar. Esta es la verdad sombría del discurso de Jean Raspail que tanto embelesa a los neoliberales, con Samuel Huntington a la cabeza”.
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