Hal Foster indaga en los mitos de origen del surrealismo como uno de los grandes relatos de teoría estética del siglo XX.
› Por Ezequiel Acuña
Belleza compulsiva
Hal Foster
Adriana Hidalgo
335 páginas
En el prólogo de Belleza compulsiva, Hal Foster relata el encuentro de un joven André Breton con un soldado herido para quien la guerra no era más que un simulacro. Esta escena de paranoia, de realidades puestas en tensión, funciona para Foster como mito de origen del surrealismo. Y a pesar de que Breton no desarrolla la anécdota en ninguno de sus textos fundacionales, la importancia de aquel encuentro reside en la posibilidad de articular una óptica diferente para la observación crítica del movimiento de vanguardia. “La historia del soldado –dice Foster– habla del aturdimiento traumático, el deseo mortal y la repetición compulsiva”, reubicando el núcleo surrealista en lo reprimido y la tensión entre las pulsiones de vida y muerte.
Hal Foster lleva varios años como coeditor de la revista October junto a Rosalind Krauss, Yves-Alain Bois y Benjamín Buchloh. El crítico estadounidense define el trabajo de October, creada en 1976 y dedicada a la divulgación de teoría estética y estudios culturales, como un intento por “replantear el arte que media entre 1900 hasta la actualidad sin dar por concluida ninguna de las grandes cuestiones que lo recorrieron, pero analizándolas desde una situación de presente”. Belleza compulsiva forma parte de ese proyecto y Foster se propone, en este caso, avanzar sobre los modos de representación, el cómo es de la estética surrealista, más que sobre las distintas definiciones, el qué es.
Como punto de partida para la tarea crítica, Belleza compulsiva utiliza la teoría de lo siniestro formulada por Freud en la década del ’20; decisión que revela, en última instancia, la intención de trabajar con conceptos contemporáneos y nada extraños al surrealismo. Lo siniestro (que para Freud se constituye a partir del retorno de algún fenómeno familiar vuelto extraño a través de la represión) y sus efectos como la falta de distinción entre lo real y lo imaginario, la confusión entre lo animado y lo inanimado, parecen responder con precisión no sólo a los objetivos teóricos que había declarado tener el surrealismo sino también a los resultados evidenciados en las obras que Foster analiza en un primer momento desde la óptica psicoanalítica del trauma y las fantasías originarias de castración.
Porque si el surrealismo se definió a sí mismo como un movimiento artístico que recurre al poder del símbolo y las identificaciones psíquicas como método de trabajo, Belleza Compulsiva se vuelca hacia la búsqueda de una estructuración del arte surrealista para encontrar los muros y andamios que sostienen esa construcción íntimamente relacionada con las manifestaciones del inconsciente y la sublimación. De esa forma, en el texto de Foster lo siniestro funciona como principio organizador que pone a prueba el canon estético establecido por Breton, y permite explicar la ruptura del grupo y el nacimiento de la vertiente surrealista liderada por Bataille.
La compulsión por la belleza, el método de escritura automática, y lo siniestro como el encuentro de los contrarios delinean el mapa teórico de un movimiento artístico que se caracteriza por hacer de la repetición de un trauma una forma de representación. Desde la psicología y la teoría estética marxista, Foster exhibe a las obras surrealistas como representaciones del retorno siniestro de estados sociales pasados. Lo traumático que vuelve y es sublimado en el arte, pero también la experiencia de la realidad vuelta trauma, la historia siniestra de la sociedad moderna.
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