Dom 30.11.2008
libros

Otro boom latinoamericano

› Por Juan Pablo Bertazza

La historia de un grupo editor que hizo historia intentando explicarlo todo. Así podría definirse, al menos, el propósito de Más libros para más, el índice y catálogo de las colecciones del Centro Editor de América Latina que acaba de sacar la Biblioteca Nacional. Una edición de setecientas páginas a cargo de la periodista Judith Gociol –coautora de Un golpe a los libros junto a Hernán Invernizzi–, en colaboración con Esteban Bitesnik, Jorge Ríos y Fabiola Etchemaite que, además de los obsesivos listados, incluye testimonios de muchos de los que estuvieron ahí, desde el capitán del barco, Boris Spivacow –que antes había sido gerente de Eudeba–, hasta el jefe de depósito Wenceslao Araujo, pasando por los directores de las colecciones: Luis Gregorich, Beatriz Sarlo, Aníbal Ford y un etcétera casi tan largo como las tres décadas durante las cuales el sello se mantuvo, desde 1966 a 1995, con viento cambiante pero siempre a flote.

“La idea original era que estuvieran en la Biblioteca Nacional todos los libros que se prohibieron durante la dictadura, por eso la publicación de este catálogo y haber recuperado las colecciones del Centro Editor (hoy la Biblioteca Nacional debe tener cerca del 80 por ciento) es un gran primer paso”, cuenta Judith Gociol. “El final del sello fue bastante caótico; los libros –muy endebles– eran de kiosco, es decir, tuvieron una circulación que no pasó por las librerías. Hubo un momento en que decidimos publicarlo aun a sabiendas de que podía haber errores. Beatriz Sarlo dijo algo que nos arrepentimos de que no fuera el título de la publicación: éste es el catálogo imposible”.

BORIS, EL OXIMORON

Suele molestar el tono lacrimógeno de ciertos homenajes que, a veces, se exceden en una nostalgia idealizadora. En este caso, por suerte, aquella sospecha se desvanece en las primeras páginas. En Más libros para más los elogios de las investigaciones y testimonios alternan con varias críticas o mea culpas no sólo con respecto a la figura de Boris Spivacow, sino también al trabajo en sí de la editorial.

Una de las críticas tiene que ver con la decisión inicial de Boris de no publicar los nombres de los que participaban de las colecciones hasta que Ricardo Figueiras los incluyó sin su permiso y entonces Spivacow no tuvo más remedio que la resignación, aunque con el gesto de no incluir su propio nombre. Otros integrantes, como Josefina Delgado (ver recuadro) aún hoy critican las bajas retribuciones y Julio Schvartzman cuenta que, en un fascículo sobre el sionismo, Boris cambió significativamente el final de lo que había escrito Herman Schiller sobre el Estado de Israel, lo cual indignó a tal punto a Schiller que Schvartzman todavía se sigue acordando de eso con pesar por no haberse animado a disuadirlo.

Entre las autocríticas al funcionamiento mismo del staff, resulta contundente lo que cuenta Beatriz Sarlo sobre algunas traducciones: “Ese famoso método inventado por el Centro Editor era –en el mejor de los casos– una sinonimia: se tomaba una vieja traducción y se le hacía una corrección de estilo exhaustiva para que no pudiera ser reconocida”.

Claro que el saldo es más que positivo. Abundan también los testimonios que ensalzan no sólo la figura de Boris (ver opinión de Aníbal Ford) sino también de toda la editorial: “Hacían del defecto una virtud, por no poder pagar los derechos de algunos libros, pusieron en circulación masiva gente que no se conocía: te fijás en la lista y es asombroso ver los primeros libros de todos los tipos que ahora son tan reconocidos. Además pensaban y creían en el público, estaban convencidos de que con claridad podían hacer entender temas específicos. Los fascículos son una verdadera innovación; otras cosas, como las ventas en kioscos, los vendedores que viajaban por todo el país y las ferias de colecciones en algunas localidades, ya se habían probado en Eudeba. Y fueron de los primeros en pensar en serio lo popular: los burdeles, el policial, la historieta, el tango, no había material sobre todo eso”, explica Judith Gociol, quien resume todo con una idea: “la figura que mejor representa al Centro es el oxímoron, y no se lo puede entender con sólo una mirada. Por ejemplo, era un proyecto muy personal que Boris llevó contra viento y marea pero que, a la vez, nunca podría haber salido sin el equipo de gente que lo acompañó. Financieramente, todo era medio caótico, pero si el objetivo era sacar muchos libros, fue muy rentable. Es verdad que todos cobraban dos mangos pero a la vez fue un lugar de refugio en medio de la dictadura. Varios cuentan muy agradecidos que él los ayudaba en los peores momentos, una persona que no está en el catálogo (porque la conocí después) me contó que, en la época de las bombas, se cansó y se quiso ir, entonces Boris le dio un dinero para poder hacerlo. Por otro lado, una mujer a la que quise entrevistar, me dijo que no iba a dar testimonio sobre él porque no le había dado la jubilación y ella entonces vivía mal. De lo que sí estoy segura es de que el tipo, por su personalidad, lograba cosas que nadie: los imprenteros iban a exigirle cobrar y no sólo salían sin la plata sino también con el compromiso asumido de editar otra colección, nadie entendía cómo lo lograba”.

Y en cuanto a las colecciones, ¿cuáles te parecen más valiosas?

–La más novedosa fue “Siglomundo”, porque traía las voces y posters de personalidades como Stalin o Mao. Pero especialmente me impactan todas las colecciones de cultura popular. De “Polémica” estaba buena la idea de mostrar análisis a veces opuestos, pero después se desvirtuó; y las colecciones de ciencia nunca funcionaron: pensar en literatura y ciencia al mismo tiempo es algo digno de una cabeza enorme... esa cosa iluminista de que todo se puede explicar, todo entra en un tomo.

EL ENIGMA Y EL LEGADO

A pesar de que el catálogo incluye algunos legajos sobre censuras, se mencionan detenciones clandestinas e incluso el asesinato de Daniel Luaces, un joven colaborador fusilado por la Triple A. Llama la atención cómo el Centro Editor se las arregló para seguir en pie a lo largo de la última dictadura. De eso habla, justamente, Judith Gociol cuando se le pregunta cuál es el enigma sobre el Centro Editor que todavía no puede resolver: “Es difícil explicar por qué no dejaron de salir, pero creo que fue por valentía de Boris Spivacow. La variante que ellos encontraron fue bajar un poco el tono político y subir lo literario; de todas maneras prohibieron libros que no eran directamente políticos, como aquellos de la colección ‘Milagros de nuestro pueblo’, es decir, parece que entendieron la operación. Lo que no entiendo mucho es por qué a ellos les hacen juicio y no les allanan o cierran la editorial directamente, respetando un proceso cuasilegal, digamos. En Un golpe a los libros marcamos que había cierta metodología, no era todo tan arbitrario, lo cual es una idea muy molesta, pero la verdad es que no eran tan idiotas como se dice o como parecía: hacían servicios de inteligencia, distinguían la ideología marxista de la leninista y de la maoísta. Estoy segura de que hubo cuadros universitarios porque, de otra manera, es imposible explicar el grado de las disquisiciones que había para calificar un material como peligroso. Claro que había bestias, pero en la cúpula no eran todos así. Tal como dice uno de los entrevistados, ‘era muy cierto que la editorial era subversiva’: cambió las reglas del mercado, la manera de circulación del libro, los temas a tratar y aparte hay material de izquierda y sobre peronismo, es decir, se proyectó un país diferente”.

¿Qué dejó el Centro Editor?

–Además de un millón de pesos en deudas, muchísimas cosas. Igual no sé si es posible hacer algo así de nuevo, pero por lo menos creo que habría que aprender un poco de esa camaradería entre tipos muy dispares ideológicamente. Era una editorial de izquierda, pero los títulos que dicen marxismo son tres, y por ahí Melville o Marco Denevi, por decirte algo, salieron un montón de veces. Cada uno de los integrantes del Centro fue haciendo su camino, algunos incluso se pelearon, pero lo increíble es que cuando los llamás vienen prácticamente todos.

“Boris y Achával tuvieron una pelea homérica por Macedonio Fernández. Como ya hemos dicho todos, Boris era un hombre de gustos clásicos, entonces cuando Achával le dijo: ‘Tenemos a Macedonio’ y el otro le retrucó: ‘¿A vos te parece?’, Achával salió de la oficina echando humo.”
Beatriz Sarlo

“El trato con Boris era endemoniado, yo no me llevé nunca bien con él, no era de las que le tenían ciega admiración. Hubo cosas que me molestaron mucho: no se pagaban derechos de autor, no se hicieron los aportes jubilatorios, no figuraban nuestros créditos y los sueldos eran muy malos. E incluso otras situaciones delicadas, como la vez que yo encargué un libro a un especialista en la historia de los ferrocarriles y Boris no me lo dejó publicar porque era peronista, vetó el nombre cuando ya había un contrato firmado. Para mí fue un espantoso papelón.”
Josefina Delgado

“Boris no era sectario. Y era tremendamente respetuoso de las ideas de los otros. Amarreteaba para que los libros salieran baratos, pero cuando había que jugarse tiraba la casa por la ventana. Era un tipo valiente, que se bancó tres dictaduras publicando lo que él pensaba que había que publicar. Loco y jodido en el trabajo, gritón y a veces arbitrario, tenía una gran serenidad y lucidez en los momentos de peligro. Me importa muy poco que a alguien le suene esto como un panegírico, porque lo es. Boris no era un santo, pero era un gran tipo, de esos de los que ya no hay de repuesto.”
Aníbal Ford

“Por los lugares desde donde pedían fascículos de la Historia del movimiento obrero nos dimos cuenta de que tenían una enorme repercusión. En Colombia se hicieron ediciones clandestinas en las que no figuraban ni los nombres de los autores, y una vez me llamó Boris para decirme que en el sur de Francia unos refugiados republicanos habían pedido que les mandáramos la colección completa. La pedían cuando todavía estaban bajo la dictadura franquista, así que no dudamos en mandarlas. Había que pasar los paquetes a través de los Pirineos. Años después me encontré con un historiador que me dijo que habían sido fundamentales para la formación política de mucha gente.”
Alberto Pla
Director de colección

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