La aspereza no quita la precisión en los textos breves de un cuentista de raza.
› Por Sergio Kisielewsky
Los que están afuera
Horacio Convertini
Paradiso Ediciones
111 páginas
Tal vez se denomine “cuentista de raza” a aquel escritor que no lo dice todo. Hemingway supo enseñar aquello de las aguas interiores que cruzan un texto. Un caudal casi invisible que empuja las ganas de seguir leyendo hasta encontrar el punto central, el nudo de la historia. Una suerte de relato oral sostenido por la palabra escrita. Horacio Convertini es aquí el escritor entendido como cuentista de raza. Y sus puntos fuertes son los modos de narrar la desdicha, la amistad, el coraje. Con lo que se juega en definitiva en la infancia cuando el barrio está de por medio. Es, tal vez su mayor apuesta y lo logra con creces.
En “El pus del diablo” un cuento que tiene todos los recursos para llegar a ser una novela al igual que en el relato que da nombre al libro, se subleva un barrio, pues un country es sitiado por la rebelión de la gente, la humillación de las mucamas y la violencia que por supuesto implosiona puertas adentro de las murallas y los alambres de púa.
Convertini rastrea seres en las últimas rutas, en el desapego que por momentos genera el amor, y en los límites. “Si pataleaba me bajaba los dientes de un castañazo” escribe dando oxígeno a los climas de la derrota que sobrevuela en los cuentos. Como si el libro hubiese sido escrito en una cámara oscura, lánguida y terminal. Lugares donde se recrean los vínculos como en “Mitología griega”: “Estuvo como media hora hablándole a mi vieja y pasándole la mano por el pelo, como si el hijo fuera él y no yo. Como yo no había hecho nunca”.
Periodista, ganador del Premio del Fondo Nacional de las Artes 2007, los fantasma de Julio Cortázar se advierten en sus construcciones y son bienvenidos pues el escritor elige sus sorpresas y dispara. Son cronopios con sonidos suaves y quejosos pero eficaces. Su dolor es la savia del buen cuento. Un anticipo de alguien que se prepara para lo que vendrá en su producción. Algo grande sin duda, una épica a tener en cuenta, una novedad. Personajes con brillantina, inquilinatos a mal traer, ruidos de delantales y “el ácido de tu belleza distante”, el paso de la mujer reduciendo al enamorado a nada.
Poco sobra aquí porque hay cercanía con el lector. Un paradigma de escritor compinche que nos habla de Pompeya, de la calle Agrelo, que convida el pan a un amigo. Dice algo más de lo que escribe. No sólo de palabras están hechas las grandes obras y estas joyas con alma en la tinta es una prueba de ello. Como si el silencio se pudiera tocar.
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