Una original investigación sobre el rol de los animales exóticos y las mascotas de luxe a lo largo de la historia.
› Por Jorge Pinedo
La jirafa de los Medici
Marina Belozerskaya
Gedisa
422 páginas
Luego de las armas y las drogas, el de animales exóticos constituye el contrabando y comercio ilegal más cuantioso, por encima incluso de las piedras preciosas o los gadgets. Fenómeno para nada moderno pues se remonta a la ciudad de Alejandría 2300 años ha, los bichos raros se aprecian no sólo como bocados de una mesa extravagante sino como herramientas para azorar a un pueblo entero, influir sobre el poder, antropomorfizarlos alla Animal Planet, contribuir al avance de la ciencia, ornar el ocio o utilizar su pintoresca diversidad. Para gobernantes y poderosos de toda ralea, la exhibición de especies exóticas “representaba el control político que ejercían sobre el vasto imperio, así como su afinidad con los dioses que gobernaban toda la creación”. Contundente no menos que sintética hipótesis, que guía a la investigadora de origen ruso, hoy residente en Los Angeles, Marina Belozerskaya en su muy documentado recorrido de más de dos milenios en la historia de la cultura occidental.
La fórmula no deja de ser tan simple como didáctica: se enlaza un personaje como representante del conjunto, en un momento cultural que se ilustra a través de la relación y uso político que mantiene con una especie zoológica rara, extranjera, que operan como sinónimos. Mediante una escritura novelada, los ocho capítulos de La jirafa de los Medici y otros relatos sobre los animales exóticos y de poder se convierten en otras tantas, muy divertidas puertas de entrada a sucesivos momentos históricos que contribuyeron a construir eso que hoy se conoce como Occidente: tradición judeocristiana, derecho romano, capitalismo, todo regado con abundante sangre.
El modo de producción antiguo está ilustrado por los elefantes del emperador Filadelfo cuando la ciudad de Alejandría era el centro del mundo conocido, mientras que el esclavismo imperialista de la Roma de Pompeyo llevaba a la arena circense una extensión de la violencia de ese Estado en la que los felinos salvajes devorando cautivos representaban la dominación romana sobre las tierras bárbaras. El capítulo que da título al libro narra las andanzas de Lorenzo de Medici, El Magní-
fico, hacedor del apogeo de la ciudad de Florencia sobre toda Europa y la irrupción del susodicho mamífero artiodáctilo como moneda de cambio y variable de ajuste en los complejos vínculos políticos durante el despegue del Renacimiento. La escisión del cristianismo entre católicos y protestantes y la consiguiente expansión de los horizontes de la ciencia quedan plasmados en las vicisitudes que debió afrontar uno de los últimos emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico para sostener su imponente jardín de fieras (los zoológicos fueron inventados recién en el XIX) a comienzos del siglo XVII. En tanto, los efectos de la Revolución Francesa en los albores del libre mercado durante el esplendor napoleónico cobran la figura de la emperatriz Josefina y sus célebres cisnes negros australianos (el ballet de Tchaikovski se inspira en ellos) que fueran rapiñados junto a muchos otros animales por un naturalista, oh curiosidad, llamado Péron.
“Más que meros receptáculos para nuestros sentimientos o sustitutos de las conexiones humanas”, al fluir del texto de Belozerskaya, los animales de estas características sirven a fin de adentrarse en movimientos sociales, económicos y políticos cruciales, imposibles para el acartonamiento académico.
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