Entre Caballito y Palermo, entre el resentimiento y el escepticismo, Esteban Schmidt dispara sus dardos en un manifiesto generacional.
› Por Gabriel D. Lerman
The Palermo manifesto
Esteban Schmidt
Emecé
188 páginas
Extraño monólogo el del narrador de este libro, que se presenta como un alegato contra el conformismo y como el relato de una Argentina “que pudo ser y no fue”. La palabra que mueve este relato es resentimiento. Y no está mal para hacer literatura. Incluso el odio puede ser un motor formidable para crear. La literatura no debe ser buena, ni siquiera bien intencionada. Tiene que ser, existir, transmitir sensaciones, molestar. Por momentos, Esteban Schmidt se acerca ácidamente a una fibra sensible donde descubre máscaras, imposturas, chamuyos, cuando se ríe de un caretaje que les queda mal a quienes presumen un pasado y un presente de compromiso social. Allí alcanza instantes en que su libro puede confundirse con La Bolsa de Julián Martel, con Los siete locos, con el Jorge Asís de Los reventados y Diario de la Argentina. Ese tono decadente, esa agonía que despotrica, que chucea a lo bobo, consigue un humor contagioso. Lo que no se comprende bien es cuál es el mundo cultural de Estebitan, quiénes son las “dos mil personas que hacemos la diferencia en este país”, de las cuales “sólo doscientos podemos arriesgarlo todo”, y por qué supone que la caída de lo establecido los tendrá como vanguardia superadora.
Extraño monólogo el de Estebitan, el narrador de este libro: una suerte de stand up político que acontece en un bar presuntamente emblemático del barrio de Palermo, no expresa algo sustantivo más allá de la parodia a un cientista social devenido asesor empedernido de sucesivos gobiernos.
En verdad, The Palermo manifesto no ofrece otra cosa que la defensa romántica de un barrio como Caballito que, más allá de la feria de libros usados y numismática del Parque Rivadavia, a lo sumo algún bar de época como La Subasta, no fue otra cosa que el territorio de la más original y específica clase media porteña. Lo curioso es que la crítica al modernismo design y electrónico de Palermo no provenga de un narrador que deteste el mercantilismo, menos aún de una burla popular por el emprendimiento concheto de colores pastel, menos que menos desde Lanús, Morón, incluso Mataderos o Flores, sino de un barrio cuyo destino nunca fue otro que el seguidismo de la zona norte pero un par de escalones más abajo o, según la zona y para la jactancia de algún vecino, de contar a la altura de Pedro Goyena y Puán con el metro cuadrado más caro de la ciudad.
Relato que se presume generacional, además amaga con ser la voz de los perdedores de los perdedores. ¿Una suerte de Primera C de la política? Se dice radical, y por edad podría ser un sushi, pero seguramente fue derrotado por los sushi. Pero Estebitan está tan sacado que tampoco da demasiadas pistas sobre cuáles eran los sueños de los ochenta, qué se rompió en los noventa y qué continuó a la deriva luego.
¿Estamos ante un relato “demencial”, como se anticipa? No parece tan loco, sí algo desencajado. ¿Todos los argentinos sueñan con un barco cuyo timón de madera los lleve de Punta a Florida, y sólo cien lo consiguen? ¿Ese era el sueño de toda una generación, además de que el bar El Coleccionista se pareciera más a uno de Milán que de Quito?
La utopía de un mundo sin política o de una política de aristócratas iluminados a veces funciona. El riesgo es convertirse en carne de cañón para el futuro festejo de las fuerzas del orden.
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