Domingo, 1 de marzo de 2009 | Hoy
Rescates > Extraídos de sus obras completas, se publican por primera vez en castellano una serie de textos eróticos de Bataille desconocidos, sorpresivamente explícitos y encendidos.
Por Juan Pablo Bertazza
Charlotte d’Ingerville y otros relatos eróticos
Georges Bataille
El cuenco de plata
186 páginas
Hay obras que sólo pueden contemplarse de perfil. De espaldas casi, como si las múltiples sensaciones que generan dificultaran una lectura en frío. Sobre Charlotte d’Ingerville y otros relatos eróticos de Bataille puede decirse mucho, pero sobre todo que calienta, algo que paradójicamente no suele suceder con la literatura erótica, en cuyos extremos podemos aventurar la risa que propicia el Marqués de Sade y la envidia poética que inspira la gran Marosa di Giorgio; extremos que se tocan, justamente, porque escamotean ya sea por defectos o virtudes la sensación física esperada.
Conformado por algunos de los textos aparecidos en el tomo IV de sus Oeuvres complètes, el correspondiente a la obra póstuma, y nunca publicados en castellano, esta compilación muy bien traducida por Silvio Mattoni (autor además de un prólogo) es erótica caliente en varios sentidos, y casi siempre en el sentido de Bataille. Ante todo por hacernos fisgonear en ese terreno siempre algodonado de toda obra literaria que constituyen los textos póstumos, mucho más teniendo en cuenta la indisociable relación entre muerte y erotismo que signó no sólo su literatura publicada en vida –El azul del cielo, Historia del ojo, etc.–, sino también sus ensayos –El erotismo, Las lágrimas de Eros, etc.–. Todo lo cual se materializa en pequeñas vacilaciones que van sufriendo los textos: escritos en el margen que el editor francés Thadée Klossowski tradujo en notas al pie, tachaduras profundas, frases inconclusas y pasajes ilegibles; en fin, toda una serie de íntimos desvíos que llegan a la cima en las últimas páginas con los llamados Esbozos, un conjunto de croquis cuasi pornográficos.
El volumen arranca, paradójica y justamente, con El muerto (“Nada más opuesto al juego erótico y su atmósfera escabrosa que el nacimiento”, dirá Bataille en otro texto), tal vez el relato más impactante: una especie de rotación completa a partir de pequeñas y salvajes pinceladas que siguen y persiguen la ninfómana huida de Marie, luego de la muerte de Edouard, en un periplo alcohólico y sexual con marineros finos, marineros grotescos, mujeres expertas y hasta un conde enano que llega a temblar de la cabeza a los pies “como un cartílago triturado por un perro”, al tiempo que se sonroja.
Una de las características de casi todos los personajes de estos relatos es, en efecto, el rubor en desvergonzadísimos contextos y una permanente ingesta alcohólica con estómago vacío, algo similar a lo que ahora se conoce con el rimbombante y recién acuñado término de alcoholexia. Sucede en Julie –especie de macrotexto de El muerto, en el que las reticencias de los telegramas adquieren gran protagonismo–, en el cuento que da título al libro –una perversísima historia que tiene como protagonistas a un muchacho incestuoso y a la amante de su madre, quienes a su vez son primos– y el seguramente más profundo y, a la vez, enigmático y, por eso mismo, más erótico relato “Santa”, la historia de un deseo tan intenso que sólo puede consumarse en el fracaso. Estos dos relatos, especialmente, constituyen una incubadora de frases preciosas como “La voluptuosidad era para ella más verdadera y sobre todo más completa que la felicidad, que nunca es más que la prudencia dictada por el temor a perderla”. O: “Te deseo tan intensamente que no sé cómo tomarte”.
La conocida observación de Barthes acerca de que Flaubert nos hace saber en “Un corazón simple” que las hijas del subprefecto tenían un loro porque luego ese loro cobraría suma importancia, toma sorpresivas dimensiones en estos relatos: si aquí los personajes se la pasan tomando ajenjo, licores de todo tipo, whisky y cerveza es porque, en otro nivel, condimentarán con lluvia dorada sus relaciones sexuales; y, a su vez, cuanto más intenso sea ese vínculo menos será recordado al día siguiente.
Pero este libro no se alimenta sólo de la ficción: muchos de estos relatos concluyen con palabras explicativas y preliminares de su autor o, en defecto, su editor que, inteligentemente pospuestas, recrean también los momentos introspectivos que, cigarrillos mediante, suceden al sexo.
Volviendo al Barthes estructuralista, tal vez ninguna frase pueda ajustarse con más certeza, tanto al sexo como a los relatos de Bataille que aquella recomendación de no quedarse únicamente con la historia lineal y horizontal para poder indagar en los implícitos ejes verticales de la literatura, dado que “el sentido no está al final del relato, sino que lo atraviesa”.
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