Orhan Pamuk reunió en Otros colores ensayos y artículos publicados en paralelo a su obra de ficción. La formación del escritor oriental que mira a la literatura occidental, la fatalidad de la política y algunas obsesiones muy autobiográficas constituyen los puntos más fuertes de un volumen altamente adictivo.
› Por Damian Huergo
Otros colores
Orhan Pamuk
Mondadori
480 páginas
Orhan Pamuk tiene un pensamiento recurrente. Cree que en su interior habita un goloso grafomaníaco, un hombre que todo lo anota, que todo lo escribe. El Nobel se siente obligado a redactar textos para satisfacerlo. De todos modos, sabe de antemano que toda satisfacción es momentánea. Al día siguiente el grafomaníaco le pedirá más. Y Pamuk, como si realizara una ceremonia individual, caminará veinte minutos por las calles de Estambul hacia su estudio, abrirá las ventanas con vista al Bósforo, y se sentará en su escritorio no menos de ocho horas diarias, para hacer lo que mejor sabe hacer: pintar su mundo con palabras.
En Otros colores el escritor turco reúne los fragmentos que escribió para el insaciable grafomaníaco y que no tuvieron camino en sus novelas. En su mayoría son artículos que fueron publicados semanalmente en la revista Öküz, acompañados por ilustraciones y fotografías del autor. Estos textos breves –que por su prosa íntima y poética recuerdan a las Fotocopias de John Berger o a las epifanías que Clarice Lispector escribió para el Jornal do Brasil– funcionan como esas fotografías de momentos felices a las que uno vuelve para creer que puede existir un paraíso, o algo parecido, en el más acá. Pamuk, como los cronistas de Indias, saca fotografías con palabras. En pocos fragmentos retrata la amistad que tiene con su hija, su primer viaje a Europa, la muerte de su padre, su vida en Turquía y en Nueva York, la vez que hizo de guía de Harold Pinter y de Arthur Miller por las calles de Estambul, y la mañana que tuvo su proceso ante los tribunales turcos por las declaraciones sobre el genocidio armenio.
El escritor turco no escoge la política “por capricho”, sino –según sus propias palabras en referencia a Camus– “la política se le presenta como un desafortunado accidente que le ocurre y que debe aceptar”. Pamuk la acepta. Y pese a levantar su obra en contraposición al realismo social, y de autodefinirse a favor de la experimentación estructural y del lenguaje, su obra está atravesada por condiciones y discusiones políticas. Las inquietudes que aparecen en sus novelas –la libertad de expresión en Nieve, la tensión entre Occidente y Oriente en el seno de las familias turcas de clase alta en La casa del silencio y en Me llamo rojo– son retomadas y desarrolladas en los ensayos políticos y literarios que incluyó en Otros colores. Como en el lúcido ensayo sobre Camus, el Nobel realiza lecturas espejo de las obras de Mario Vargas Llosa, de Vladimir Nabokov, de Salman Rushdie y, en particular, sobre la obra de Fiódor Dostoievski, su autor faro, que desarrolló “el problema de ser oriental u occidental, europeo o local”, ante un nacionalismo que exigía –y exige en sus variaciones geográficas– definiciones.
En el prefacio, Pamuk nos avisa que él mismo se encargó de la edición de Otros colores para ordenar el caos que generó la voracidad del grafomaníaco. Además de los artículos, el libro incluye fragmentos de entrevistas realizadas al calor de las presentaciones de sus novelas, una entrevista profunda realizada por Paris Review y un relato autobiográfico –La ventana– que cierra el libro y que abre, al neófito lector de su obra, una entrada de lujo a su ficción literaria. A pesar de la diversidad de textos que integran el libro, el escritor turco logra generar un discurso continuo alrededor de un centro autobiográfico. Su figura personifica en la literatura moderna una síntesis –de las tantas posibles– entre lo Oriental y lo Occidental; conservando por un lado la riqueza de las historias y costumbres de la tierra en donde apoya los pies y, por el otro lado, apropiándose de la renovación de formas y estilos que nacen en el continente al que apunta la mirada desde su juventud.
En una de las perlas que hay dentro de Otros colores, el escritor turco responde a la pregunta que más resuena en los oídos de los escritores: ¿Para quién escribe? “Para los que me leen, para esa pequeña minoría internacional de lectores”, responde. Sin embargo, en su sencilla y demagógica respuesta falta una advertencia. Como en las publicidades de cerveza, el Nobel debería haber puesto una nota al pie, señalando que quienes lo leen corren el riesgo de convertirse en el grafomaníaco, que día a día, año tras año, insaciable como un adicto, le pedirá más, Pamuk, danos más.
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