Domingo, 3 de mayo de 2009 | Hoy
RESCATES
Con la publicación del primer tomo de sus Obras completas (Diada), continúa la vigencia de H. P. Lovecraft, una lectura de culto y generacional que no cesa. Continuador en gran medida de Poe, autor de géneros populares, cultivó el horror por lo indeterminado y sobrevive en muchas manifestaciones culturales, incluso en series como Lost.
Por Alejandro Soifer
Fiel a su estilo de ironía lúcida y feroz, en el epílogo de Libro de arena Jorge Luis Borges justifica y se lamenta por la escritura de un cuento que considera menor dentro de su producción (“There Are More Things”). En esa ocasión dice que siempre consideró a Lovecraft, a quien le dedica el cuento, como a “un parodista involuntario de Poe”. Curioso si se tiene en cuenta que su relato es en sí mismo una parodia involuntaria o no, quién sabe, del estilo lovecraftiano. ¿Por qué entonces Borges habría de escribir un cuento en homenaje a un autor al que consideraba de escaso valor literario? ¿Por qué éste sigue produciendo tanta fascinación aún hoy en día?
Howard Philips Lovecraft nació en 1890 en Providence, Rhode Island, hijo de un comerciante y una mujer de familia tradicional, pasó su infancia acosado por una salud débil, encerrado la mayor parte del tiempo, ocupado en la lectura y el intento de formalizar una escritura. En 1893 su padre fue internado en un hospital para enfermos mentales producto de un brote psicótico y años más tarde su madre correría el mismo destino de internación psiquiátrica y muerte. La biblioteca de su abuelo, llena de ejemplares clásicos de literatura del siglo XVIII y XIX, completó sus horas de lectura y fue una influencia directa en el desarrollo de su espíritu conservador, reaccionario y de fobia a la modernidad.
El resto de su biografía es escueta y triste con pocos hechos dignos de mención: un matrimonio poco feliz con la vendedora de sombreros Sonia Greene, la escritura para revistas pulp fiction, la reclusión y la mala salud que continuaron hasta su muerte, de cáncer intestinal, en 1937.
Al hundirse en su prosa, a veces empalagosa, con exabruptos racistas y antisemitas, llena de los vicios de la escritura profesional de la época, se encuentra uno con varias capas superficiales y un núcleo central donde quizás sea posible rastrear el secreto de su perduración en la cultura popular.
Influenciado por Poe, pero también por los decadentistas franceses y el gótico inglés, varios de los relatos de Lovecraft intentan continuar con mayor o menor éxito estas tradiciones. Un ejemplo extraordinario en ese sentido lo encontramos en Herbert West, reanimador, el resultado de la reescritura de Frankenstein, de Mary Shelley, que a su vez ha derivado en una serie muy popular de películas Clase B de culto: la saga de Reanimator.
En cambio, en el corazón dulce y original de la propuesta lovecraftiana se encuentra la llamada saga de los Mitos de Cthulhu (nombre acuñado por uno de los seguidores en vida y continuador póstumo de su obra, August Derleth). Esta serie de cuentos son como un tejido inconcluso en el que H. P. L. comenzó a delinear una fantástica cosmogonía paranoide, impregnada por el fondo inconsciente de las obsesiones y fundamentos más básicos del sentir estadounidense: el racismo, el destino manifiesto y el sueño americano. Sólo que subvertidos y mostrados como si fueran el negativo de una foto. Por ejemplo, las ideas eugenésicas fundantes del ideario estadounidense a partir del tabú del mestizaje europeonativo americano se cuelan en el relato Arthur Jermyn, el mono blanco que cuenta el derivar de una familia relacionada con monos y su descendencia defectuosa. La idea de un destino manifiesto inverso podría verse en la caracterización de los humanos que en su narrativa aparecen como insectos degenerados y listos para ser devorados por los reptiloides que acechan en las sombras. Lo que estaría escrito en la historia es el total fracaso de la humanidad en un futuro.
Uno de sus más logrados y asfixiantes relatos de los Mitos, La sombra sobre Innsmouth, va más allá: plantea un pueblo entero degenerado por un secreto indecible, una maldición que persigue al narrador hasta que lo obliga a huir desesperado durante la noche, apenas salvando el pellejo y con la cordura seriamente comprometida. El relato presenta lo mejor del estilo lovecraftiano, es decir, la conjunción de un narrador al borde de la locura, un terror psicológico-atmosférico y el clásico de la ciencia ficción estadounidense, el B. E. M. (Big Eye Monster: “Monstruo del Gran Ojo”, el terror sobrenatural de un monstruo persiguiendo al protagonista).
Lo que hay “ahí afuera” para los personajes de Lovecraft es tan terrible que sólo puede nombrárselo como Lo indecible o El, donde el enemigo puede ser un monstruo, una sensación, una nube gaseosa de color caída a la Tierra dentro de un meteorito (El color que cayó del cielo, otro de sus más logrados relatos).
Pero no termina aquí la elucubración lovecraftiana, sino que para completar su cosmogonía monstruosa la dotó de un libro apócrifo, como toda mitología que se precie: el Necronomicon. Este supuesto grimorio forrado en piel humana es referido en varios de sus cuentos y aparece como ese manuscrito perdido que explicaría todo aquello incomprensible que está en la base de sus atmósferas y es el efecto de lo no dicho, lo no sabido, lo sugerido y lo que de tan espantoso produce locura. El mecanismo se basa en un uso hábil de la elipsis: sacar a tiempo lo más jugoso para nunca mostrárselo al lector en todo su esplendor.
El libro inexistente se convirtió a su vez en objeto de especulación con miles de ediciones piratas y llamados insistentes por parte de fanáticos a algunos de los lugares en los que se encontrarían ejemplares (aunque parezca mentira, la Universidad de Buenos Aires figura entre los sitios de locación del libro sugeridos por el propio Lovecraft).
La fuerza de su horror se apoya en los sentimientos más oscuros y retrógrados de todo ser humano, siempre atados al hilo de los temores primordiales. Sumado a eso, la fascinación del público por lo no dicho, la caza de ese mítico Necronomicon en la vida real y su expansión hasta la disolución en la cultura masiva (videojuegos, juegos de rol, relatos de sus continuadores, etc.) determinaron un “paquete Lovecraft” que perdura hasta el presente y se ramifica. Es posible incluso ver en productos tan masivos y populares de hoy en día como la serie de televisión Lost (plagadísima de influencias literarias) una nueva puesta en escena de la fórmula Lovecraft apoyada en la atmósfera, el terror adictivo y perturbador de lo no dicho, las conspiraciones, los bordes de la locura y hasta un monstruo gaseoso e informe como la nube negra.
La edición de sus cuentos completos y ensayos sobre el género del terror en la prolija edición de Diada pone un poco de orden a su obra difícil de conseguir en ediciones decentes, demostrando una vez más que, en el fondo, estemos donde estemos y seamos quienes seamos, a todos nos unen los mismos miedos.
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