El complejo del Edipo y los males del arte moderno se entrelazan en la novela ganadora del Premio Seix Barral de novela breve, de la española Clara Usón.
› Por Fernando Krapp
Corazón de napalm
Clara Usón
Seix Barral
Cabría preguntarse si Edipo hubiera hecho lo que hizo en caso de saber que la que tenía enfrente no era otra que su madre. En una de esas, hacía la vista gorda, dándole para adelante, sin medir las consecuencias. Quizás Edipo estaba realmente enamorado de su madre, quién sabe, y no era tan tonto como creía el oráculo que tuvo que tejerle semejante destino enredado, más chiste de mal gusto que otra cosa. Y Edipo, de entrada, se hubiera ahorrado una tragedia, tendría los ojos en su nervio, y no habría caminado desterrado por el desierto como un extranjero. Hoy día, más de dos mil años después de esa tragedia (psicoanálisis y estructuralismo de por medio), seguimos atravesados por el mismo dilema: madre e hijo. La escritora española Clara Usón, en su reciente novela, Corazón de napalm, que le valió el último Premio Seix Barral de novela breve, hace eco de aquel viejo dilema para narrar el amor poco convencional que un hijo siente por su madre, y viceversa.
La novela se desarrolla como un deslizamiento de acciones. El eje de referencia es la ponderada novela decimonónica. Usón construye su narración de modo señalado, pero borroneando la sutura que hace que cada hecho derive hacia su consecuencia como en un discurso lógico, lo que le permite alterar los hechos, discurrir en el tiempo, disgregar en las opiniones sin estar atada a una situación reglamentada. Corazón de napalm alterna dos historias que si bien parecen avanzar por carriles paralelos, van confluyendo significativamente con el transcurso de los capítulos. Por un lado, está la historia de Fede, un chico de diez años muy gordo, fanático de los Sex Pistols, aunque más fanático de Sid Vicious y de su historia, con la que se siente demasiado identificado, que vive con Carmen, su madre, y el Chino, su padre. Contada en tercera persona, pero aferrada a la permeable e inestable visión de todo chico, Fede no llega a asimilar la magnitud del contexto en el que vive junto con sus padres: noches de heroína, alcohol, muertos encontrados en los baños, dealers que tocan la puerta, infidelidades matrimoniales a la vista de todo el mundo. Fede se mueve con mucha naturalidad en esta realidad, con un odio punk hacia cualquier cosa, un agudo resentimiento a su padre, y una falta de visión a futuro; realidad que Usón se encarga de narrar con una dosis de humor (a pesar de todo) sin caer en el dramatismo, la pedantería o el moralismo. En el medio de todo, Fede ama a su madre. La ama sentimentalmente, sin límites posibles, como un chico ama a su madre. Pero ante un hecho desafortunado, Fede se ve obligado a separarse de su madre y vivir con su padre y su mujer, lo que desencadenará un éxodo del chico en busca de su madre.
La segunda historia que compone Corazón de napalm está narrada en primera persona por Marta, una pintora provinciana, oriunda de Valladolid, con mucha destreza técnica, pero poco tacto para el lobby de las curadurías o del circuito del arte español. Marta trabaja como copista de obras de un viejo maestro que ya no tiene tanta mano como antes. Ella pinta los cuadros y él los firma, mientras macera en su interior la idea de copiar a la perfección un cuadro de Velásquez, sin arriesgarse a crear un arte propio. En primera persona, Marta opina sobre el mundo del arte plástico con descaro y resentimiento, desmitificando los tejes y manejes de los mercaderes que comen de la obra ajena o, lo que es peor, del nombre de la obra ajena. En una muestra del maestro a quien ella le pinta las cuadros sin que nadie sepa, Marta conoce a un juez de nombra Juan, e inicia una aventura amorosa; el juez se convierte así en el objeto y depositario de todas sus reflexiones precipitadas sobre el arte, la vida y las relaciones humanas.
La visión moral (para llamarlo de algún modo) que adoptamos al principio de la novela con respecto a la historia de Fede es muy parecida a la que Marta adopta con cada cosa que se le cruza por el camino. Pero, de a poco, descubrimos con ella que detrás de cada elección y cada acción hay un ser humano, y detrás de cada ser humano, una contradicción; que no todos los crímenes son iguales, y lo que en un principio parecía seguro ya no lo es, que alguien puede amar a su madre sin caer en el delito, a pesar de que hoy en día, más de dos mil años después del primer tabú registrado y harto estudiado, siga prevaleciendo la tragedia, la condena y el desarraigo.
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