Dom 24.05.2009
libros

Un dulce olvido

› Por Luciano Piazza

Calle de las tiendas oscuras es la sexta novela de Patrick Mediano. La escribió cuando tenía 33 años y fue la que lo hizo merecedor del premio Goncourt en 1978. A los lectores en español nos llega treinta años después de su publicación en francés para confirmar que Modiano desde sus comienzos transitó con comodidad el oscuro terreno de la búsqueda de la identidad. Más que nunca, en esta novela está presente su afán por recuperar el pasado perdido, y su obsesión por los rompecabezas de la memoria. La incansable búsqueda, que En el café de la juventud se había centrado en el magnetismo del personaje de Louki, ya estaba presente en este libro anterior como un monólogo interior de un hombre que no recuerda quién es.

El protagonista y narrador de Calle de las tiendas oscuras es un hombre sin pasado, cuya memoria está entumecida y desconoce cómo ha llegado a llamarse Guy Roland. Trabaja en la agencia de detectives de un colega y amigo, Hutte, quien se retira de la profesión pero le deja la llave a todas las herramientas de la agencia para desenmascarar su actual identidad. La travesía hacia el pasado desconocido lo lleva a recuperar esquirlas de Francia de los años cuarenta. La reconstrucción personal de París ocupada por los alemanes le devolverá algunos fragmentos de su memoria ausente. Aunque, como es de esperar en este tipo de búsquedas, una pista conduce a algo que se convertirá en otra pista, y así sucesivamente. Para reforzar la hipótesis comprobada de que la delicadeza de Modiano es francesa, todos los rastros y pistas que sirven para reconstruir la memoria personal, y en parte la de la historia francesa, están guardados en simpáticas cajas: “Estaba claro que todo se quedaba en cajas viejas de bombones o galletas”. Así se hace concreta la marca de su estilo, que se vale de la sencillez y la dulzura para tratar temas crudos y complejos.

La pérdida de la memoria siempre ha sido muy conveniente para el género policial. Lo interesante de esta trama particular es la precisión con la que Modiano plasma en su narrativa la sensación pesadillesca de la persecución de la identidad. La ilusión onírica, en la que siempre estamos a punto de develar un enigma, es fundamental en su reconstrucción de la memoria de Guy, y en el repaso por la Francia de la segunda guerra. Guy, para encontrar más pistas, está obligado a personificar a otros, al tiempo que convence a su interlocutor, al lector y finalmente a sí mismo. La ventaja de haber perdido la identidad es saber que se la puede reconstruir con la clara conciencia de que se trata de una construcción. Pero el costo para Guy es que un día es un viejo exiliado ruso, hasta que otra pista lo conduce a ser un aristócrata de la isla Mauricio, hasta que la siguiente lo convierte en un funcionario de un consulado sudamericano, y así sucesivamente.

En las novelas policiales el solitario detective, que nos lleva por la trama, suele salir del ostracismo gracias a alguna fiesta de algún millonario, cuya mujer probablemente termine conquistada por la rudeza de nuestro héroe. En la novela de Modiano todo lo que hubo de felicidad, de alegría y diversión, quedó grabado en un borroso recuerdo asociado a un objeto insignificante. Los años dorados se han transformado en un relato indirecto entregado a la disputa entre el recuerdo y la invención.

En los ochenta se tradujo como La calle de las bodegas oscuras, una primera edición inconseguible, editada por la venezolana Monte Avila. La reciente traducción al español dio como título Calle de las tiendas oscuras. Esta tarea le fue encomendada a María Teresa Gallego Urrutia, quien fue la responsable de la versión en español de Impresiones de Africa, de Raymond Roussel.

En parte reaparece esta novela de Modiano porque es una figura consolidada de la cartelera literaria francesa, casi infalible para la nostalgia cautelosa que quiere reflexionar sobre la memoria. La novela cumple con cierto mandato de cruzar la memoria personal, que a fuerza de pérdida se convierte en una memoria nacional, la de Francia en la segunda guerra. Y posiblemente la elección editorial tenga que ver con una predicción de que el público lector hispanoamericano haga propia –si no lo ha hecho ya– la tristeza de su prosa, y simpatice con su nostalgia por todo lo olvidado.

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