Psicokillers, madamas narcóticas y glamorosos capos de la mafia. Durante casi medio siglo, los magazines de crímenes reales explotaron el morbo de la puritana sociedad norteamericana con dosis letales de femmes fatales, narcotráfico y asesinatos en serie. Las 400 páginas de True Crime Detective Magazines (Taschen) permiten reconstruir la historia de la cultura popular americana del siglo XX a través de las más fascinantes y perversas tapas, fotos e ilustraciones de los principales pulps, durante la época dorada del crimen organizado.
› Por Nicolas G. Recoaro
“Puedes llegar lejos con una sonrisa. Puedes llegar mucho más lejos con una sonrisa y una pistola”, confesaba con aires glamorosos y vestido a rayas el mafioso Al Capone a la revista Real Detective Tales, en una entrevista hecha tras las rejas. Allá por los años ‘30, la fama y el aura de stars de los cabecillas del crimen organizado comenzaban a tomar altura. Celebridades del hampa como John Dillinger, Baby Face Nelson, Metralleta Kelly y hasta Bonnie y Clyde mataban por estar en las portadas de aquellas novedosas revistas de crímenes reales que copaban las paradas de los puestos de diarios de todo Estados Unidos.
Durante aquellos años en que la ley seca transformaba a cualquier perejil en criminal y a las criminales pesados en verdaderas estrellas populares nacieron los pulps basados en crímenes reales. “Para satisfacer el apetito de carnaza de las sociedades bien pensantes, a principios del siglo XX nacieron las revistas de detectives con casos reales de crímenes pasionales, esclavas sexuales, tráfico de drogas y asesinatos en serie, mórbidamente ilustrados para deleitar las pasiones ocultas de los lectores. Si el crimen y la violación de la ley fueron los que llevaron a miles de norteamericanos a comenzar a comprar periódicos, el sexo y la violencia de las revistas de detectives les hicieron aprender a leer”, explica Eric Godtland en True Crime Detective Magazines, el libro que emprende un viaje a la época dorada de los pulps de detectives, y que recupera un potente arsenal de tapas e ilustraciones de un género que combinaba dosis letales de asesinatos, misoginia, chicas infartantes y amarillismo, escritos con fresca tinta roja del tipo coagulada. Cualquier parecido con la prensa contemporánea no es pura casualidad.
“La revolución de la imprenta barata coincidió con la explosión del crimen urbano en la primera mitad del siglo XIX. En las grandes ciudades del este, principalmente en Nueva York, el número de crímenes y delitos crecía a la par del hambre y el malestar social, y el miedo a la masa de inmigrantes que llegaban al país. El temor al extranjero instauró un auténtico caldo de cultivo para generar pánico en la sociedad norteamericana. En ese clima de delincuencia y miedo se produjo el germen de los semanarios de crímenes reales”, afirma Godtland en su prólogo. Casi cien años después de que la imprenta moderna comenzara a multiplicar las ventas de los penny press entre los sectores populares y de que Poe y “Los Crímenes de la Calle Morgue” parieran la literatura policial, los editores aprovecharon el precio de ganga de la pulpa de papel y publicaron los primeros pulps de casos policiales y crímenes reales.
Durante la segunda mitad de la década del ‘20, las revistas True Detective Mystery, Flynn’s y Real Detective Tales inauguraron el prontuario del género, compitiendo contra los ya veteranos pulps de ficción pura, pesos pesados como Weird Tales y la mítica Black Mask. Nacía el hard boiled y estos pulps con historias craneadas a destajo por anónimos redactores, que ya incluían los populares relatos detectivescos, inclinaron la balanza de sus contenidos hacia las historias basadas en crímenes verídicos, que aportaban cierto toque verosímil y un alto efecto de realidad.
El cimbronazo estético y editorial de aquellos pulps fue contundente y su número de lectores comenzó a multiplicarse como las destilerías clandestinas de licor barato durante los años de la ley seca. Su época dorada arranca a principios de la década del ’30, a causa de un tridente sostenido por la proliferación de los receptores de radio hogareños, la ola criminal generada por la prohibición en la venta de alcohol y el anhelo escapista de una sociedad hundida en la bancarrota desde el crac del ’29. Los reportes radiales sobre crímenes comenzaron a tener un tratamiento cercano al show y el entretenimiento, reforzados por una excesiva ficcionalización. “Por primera vez en la historia”, cuenta Godtland, “la masa seguía en vivo y directo las andanzas de ladrones de bancos, gángsteres y asesinos seriales desde la comodidad de sus casas, los bares y el trabajo. Los magazines aprovecharon aquel boom y ofrecían fotos exclusivas de los maleantes, acompañadas de entrevistas sensacionalistas e ilustraciones que detallaban sus golpes más famosos. Además, la edad de oro del crimen organizado y la corrupción policial les facilitaban la materia prima en cualquier estado del país”.
Alvin Karvis, Pretty Boy Floyd, Ma Barker, Capone y en especial Dillinger se convirtieron en celebridades durante la década del ’30. En sus años mozos, Dillinger, se convirtió en el criminal norteamericano más famoso de la historia, y tenía más fans que cualquier estrella de cine.
La meseta exitosa que venían recorriendo los pulps en los ’30 empezó a cambiar tras el ataque japonés a Pearl Harbor y la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra. Con la derogación de la ley seca, el complejo tejido que habían tramado las organizaciones criminales con la policía y el sistema político se deshilachó rápidamente, y su posterior guerra interna terminó dándoles el golpe de nocaut.
Para principios de los ’40, la mafia y los crímenes domésticos dejan de ser noticia; desaparecen de la tapa de los diarios de mayor tirada, y los pulps de casos reales ven disminuido su número de ventas. Además, el racionamiento del papel impuesto durante la guerra encareció la materia prima, empeorando la situación económica de las casas editoras. Muchos magazines desaparecieron de la noche a la mañana. Como dice la máxima mafiosa: “no era nada personal, solo negocios”.
El cuerpo de la joven Elizabeth Short apareció mutilado en un descampado de las afueras de Los Angeles. Corría enero de 1947 y la prensa sensacionalista alimentaba un morboso culebrón de especulaciones condimentado con prostitución, drogas y delincuencia, que dio a llamar “La muerte de la Dalia Negra”. La sangre de la muchacha chorreaba en las primeras planas y los lectores pedían más. Los editores de los alicaídos pulps vieron una veta e intentaron revitalizar el género a base de relatos de crímenes reales protagonizados por misteriosas mujeres de dudosa reputación. Así nacen Women in Crime, Line Up Detective y Lady Killers.
Para principios de los ’50, las historias de esclavas sexuales y crímenes pasionales fueron las auténticas vedettes de una nueva generación de pulps, que refrescaba el nefasto imaginario misógino y machista. Las ilustraciones y fotos acompañantes representaban a la mujer como un ser peligroso y generador del mal (estereotipo que pocos años después retomaría el film noir). Estas ilustraciones permiten descifrar los deseos más íntimos, reprimidos e inconfesables de una sociedad hipócrita y puritana en pleno auge macartista. La línea editorial era tajante: “La doble moral norteamericana”, explica Godtland. “Sin el lazo moral que conformaban el matrimonio, la maternidad y los valores religiosos, la mujer podía descarriarse y terminar perdiendo el buen camino.”
Las mujeres que aparecían en las tapas de aquellos pulps sólo admitían dos claros estereotipos: víctimas o vampiresas. Chicas letales de encanto narcótico, irresistibles escotes, faldas cortas, tacones altos, flequillos a lo Bettie Page y un infaltable cigarrillo rubio quemándose entre los labios. Mujeres temidas, deseadas, peligrosas, causantes de caos y muerte; la moraleja sobre la esencia de aquellas chicas era parecida a los versos que cantaban Nico y la Velvet Underground en su canción “Femme Fatale”: “Ahí viene/ Mejor tené cuidado/ (...) Ella te va a levantar para tirarte abajo/ Qué payaso/ Pibe, ella es de la calle/ Antes de que empieces ya estás noqueado/ Te va a tomar por tonto/ Sí, es cierto/ Porque todos saben (ella es una femme fatale)”.
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