Domingo, 21 de junio de 2009 | Hoy
Consagrado en España, Vicente Molina Foix publicó su primer libro de cuentos en un volumen, no “sacados del cajón de sastre”. Un buen resultado entre el humor y la memoria de los años mozos.
Por Damián Huergo
Con tal de no morir
Vicente Molina Foix
Anagrama
228 páginas
Uno de los grandes desafíos que tienen los escritores consagrados es apartarse de la fórmula del éxito de sus viejos libros y animarse a reelaborar su voz, música, tics narrativos y, en particular, su mirada sobre antiguas y vigentes obsesiones. El escritor, ensayista y cineasta Vicente Molina Foix entró a ese conjunto de escritores españoles que la gente reconoce en la calle o en la cola del cine, luego de la publicación de El abrecartas –novela donde hace actuar a García Lorca, Rafael Alberti, María Teresa León, entre otros, y al igual que en La quincena soviética (Herralde 1988) se ocupa de la Historia española– con la cual obtuvo en España el Premio Nacional de Literatura en 2007 y multiplicó el número de seguidores. La pregunta que se hicieron sus lectores fue: ¿qué le sigue? La respuesta que les dio VMF, mientras preparaba el rodaje de su segunda película, El dios de madera, fue Con tal de no morir, su primer libro de cuentos escritos exclusivamente para este volumen, y “no sacados del cajón del sastre de todo escritor”.
En Con tal de no morir, la Historia española no aparece como telón de fondo, ni hay personajes históricos: en cambio abundan criaturas fundidas por su época y por las experiencias biográficas del autor que son traducidas en clave de ficción, como ocurre en “La hora española” o “El peluquero de verdad” donde el narrador se enamora de Graham (“tendría Susan Sontag que conocerle para saber lo que es el camp”). A la vez, en Con tal de no morir hay una sostenida presencia de elementos fantásticos que dialogan con otros libros del autor, como La mujer sin cabeza o La comunión de los atletas. Los fantasmas de estos cuentos no se declaran como tal sino que se camuflan en objetos tangibles que hacen a la cotidianidad de sus personajes; pueden habitar en un uniforme policial, un gemelo de bronce, un cuadro o una improvisada ventana que funciona como un mirador que da al pasado de una ciudad costera.
Estos cuentos, en su mayoría extensos y misteriosos, están narrados con un sutil manejo del humor. Dicen que la base del humor reside en poner algo donde no va; ésa es la fórmula que utiliza VMF, donde, al igual que sus contemporáneos Vila-Matas y Millás, lo que hace es mirar el tiempo presente, el torrente líquido con ojos formados en el siglo XX. De este modo, sin reírse del otro, logra el humor riéndose a costa suya al narrar en una interactiva tercera persona, como sucede en las historias de amor fugaz “La Luna sin delito”, “Todo él” o en “Como Bagdad”, donde transforma un cuarto conyugal en un campo de batalla.
En estos cuentos vuelven a aparecer, como fantasmas, personajes desolados que se refugian en el anonimato de las grandes urbes; un tópico de su obra. Este híbrido en la forma entre lo viejo y lo nuevo, entre el pasado y el presente de su obra, es el hilo que atraviesa, también, el contenido de esta colección de diez cuentos. El presente no nos pertenece en plenitud, “es un país ajeno, un país habitado por sus muertos y ocupado por los extraños”, dice Jorge en “La ventana ilegítima”, como si estuviese hablando del nuevo libro del autor.
En Con tal de no morir se animó a avanzar con zapatos nuevos, pero sin perder de vista los fantasmas del pasado que caminan en otra vereda: a la par.
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