RESCATES
Ligada a la cultura argentina, la obra del cubano Virgilio Piñera pasó por un arduo derrotero hasta poder llegar a sus lectores de forma continuada. A treinta años de su muerte se acaba de publicar en la Argentina la antología Cuentos selectos (Corregidor), con introducción de Celina Manzoni, de la cual reproducimos un fragmento donde se presenta al escritor y sus circunstancias.
› Por Celina Manzoni
Cuentos selectos
Virgilio Piñera
Corregidor
Letras al Sur del Rio Bravo
Prólogo de Celina Manzoni
380 páginas
Cuando Reinaldo Arenas casi en los comienzos de su vida literaria dedica El mundo alucinante a Virgilio Piñera, rinde un homenaje, pero más aún, inaugura una filiación ética que sellará inclusive los últimos minutos de su vida. Muchos años después, en Antes que anochezca narra algunos de los avatares de esa larga e intensa relación y en la introducción, escrita poco antes de su muerte, como quien le ruega a un santo laico, se dirige a la fotografía de Virgilio para pedirle tiempo, el tiempo necesario para completar sus intensas memorias, imaginadas también como requisitoria y venganza.
Podría decirse que las pasiones encontradas, así como los sucesivos eclipses y renacimientos que rodean la obra de Virgilio Piñera forman parte, en términos generales, de la continua y difícil inserción de los intelectuales en el mundo social, pero también de la intensa confrontación en el interior del campo cultural cubano, al que le ha costado aceptar una estética revulsiva y un temple inevitablemente independiente, como lo atestiguaron sus contemporáneos. Aun así, una ética sin estridencias fue capaz de sostener su escritura en circunstancias complejas: el exilio en la Argentina, la Cuba anterior a 1959 y las peores soledades del borramiento que sufrió en los últimos quince años de su vida en La Habana, los que van desde 1965 aproximadamente hasta su muerte solitaria en 1979. Si las diversas formas de la intimidación y la censura –sean violentas o sutiles– resultan siempre inaceptables, su exasperación con quien fuera uno de los más notorios protagonistas de la vida cultural cubana sustentó tempranamente largos exilios, una solución que, cuando todavía le era posible, rehusó Piñera. Colaborador desde los años cuarenta en Espuela de Plata y Nada Parecía, publicaciones periódicas en las que fueron confluyendo los que luego serían llamados origenistas, mantuvo con sus integrantes una relación compleja que de todos modos le posibilitó el encuentro con su propia voz; dramaturgo de éxito en los sesenta, se perfiló como una figura reconocida internacionalmente y dirigió durante un tiempo Ediciones R, empresa editorial revolucionaria en varios sentidos de la palabra.
Escritor infatigable, fue autor de memorables poemas, formidables obras de teatro, cuentos y novelas extraños y excitantes, ensayos lúcidos, audaces e incluso premonitorios, muchos de ellos publicados en proyectos culturales tan prestigiosos como la revista Orígenes dirigida por José Lezama Lima, a quien lo unió un difícil y a veces imposible equilibrio entre la admiración y el rechazo. Las alternativas de esa amistad han sido narradas en numerosas ocasiones: Arenas en su autobiografía recuerda los últimos melancólicos años que los tres compartieron en una Habana empobrecida, y Guillermo Cabrera Infante crea un contrapunto de esas vidas paralelas pero divergentes tanto por sus estéticas como, entre otros factores, por cierta asumida conformidad de Lezama y el desprecio por la respetabilidad y el desafío a los pactos sociales que siempre desdeñó Virgilio por hipócritas.
Crítica, narraciones, traducciones son su aporte a Ciclón (1955-1959), revista fundada y dirigida por José Rodríguez Feo en la que también actuó como secretario y corresponsal en Buenos Aires. Colaboró asiduamente en Lunes de Revolución, suplemento literario del periódico Revolución, órgano del Movimiento 26 de Julio que se publicó en La Habana entre 1959 y 1961. Convocado por Cabrera Infante, su director, formó parte así de una publicación fundamental para entender el estallido de cultura y política que recorrió Cuba y el continente a partir del proceso abierto en 1959. Escribió hasta el último día de su vida, cuando un infarto masivo apagó su voz, aunque tampoco de manera definitiva ya que sus papeles, no todos quizá, se dice que perfectamente ordenados por él mismo y ahora guardados en dieciocho cajas, se fueron publicando póstumamente.
Si bien las clasificaciones genéricas (poesía, teatro, cuento, novela, ensayo) posibilitan deslindes en el conjunto de su vasta obra, es probable que sea cierto también que sólo su consideración global pueda dar la medida de un proyecto de escritura sostenido durante casi cuarenta años; aun así, aspiramos a que la selección de cuentos que ofrece esta antología, falible por definición, pueda contribuir a la creación de esos lectores totales –si tal cosa fuera posible– que la obra de Virgilio Piñera necesita todavía a treinta años de su muerte, ocurrida en La Habana el 18 de octubre de 1979.
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