Un ensayo acerca de las condiciones de producción y circulación de la literatura en Cuba y de los cambios producidos desde la extinción de la Unión Soviética.
› Por Luciano Piazza
El estante vacío.
Literatura y política en Cuba
Rafael Rojas
Anagrama
216 páginas
Rafael Rojas nació en la Cuba revolucionaria en 1965, es licenciado en Filosofía por la Universidad de La Habana y doctor en Historia por el Colegio de México. En 2007 recibió el premio Anagrama de ensayo por su texto Tumbas sin sosiego. El subtítulo del libro reza Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano. En El estante vacío revisa la recepción en la isla de la producción intelectual de izquierda europea y americana. También revisa la producción cubana que queda excluida de las lecturas permitidas, a partir de la cual arma un listado no exhaustivo por géneros. Rojas describe y analiza cómo desde 1992, con la desaparición de la Unión Soviética, en las librerías de Cuba se experimentó un vacío, que respondía a los estantes que antes se completaban importando la producción intelectual del bloque. A lo que agrega que la revisión del período del ’59 al ’92 se ha silenciado desde la publicación, afirmando que “el pasado soviético de la isla se ha convertido en un tabú de la esfera pública cubana”. Sostiene que después de 1992 hubo un intento de reincorporación de la producción cubana, dentro de la isla o en el ámbito de los exiliados.
El estudio sobre la literatura y política en Cuba hace fuerte hincapié en el papel que juega el intelectual de izquierda en Latinoamérica, teniendo en cuenta que en muchos casos se ha tomado a Cuba como referente para pensar las posibilidades del socialismo desde la democracia. Rojas le agrega un rasgo contradictorio más al estado de excepción en el que se piensa y se representa a Cuba. Por ejemplo, reflexiona a propósito de la utilización simbólica que hacen los intelectuales de Cuba, y de cómo Cuba incorpora o no el debate neomarxista: discusiones como las de Slavoj Zizek y Ernesto Laclau, a partir de La razón populista, en el cual se hace referencia a la tendencia protofascista en todo movimiento populista. Rojas destaca: “En Cuba, curiosamente, un socialismo latinoamericano en cuyo nombre se libran muchas de estas polémicas, el debate neomarxista no tiene lugar”.
En un apartado específico en el que cuenta cómo “Benjamin no llegó a La Habana”, rescata el modo en que se filtró el análisis de París de Benjamin, para reproducir esas construcciones sobre La Habana. Entre las huellas de lo no leído, especifica la ausencia de publicación de Benjamin, en 50 años de socialismo, como señal del desprecio por la tradición del marxismo occidental. En una misma línea de lectura, Rojas denuncia que el estante vacío que representa Zizek en La Habana es un indicador de la falta de interés para comprender la volatilización del destino de la Cuba post-soviética.
Rojas cierra el libro con una lista de setenta libros fundamentales prohibidos en novela, prosa y cuento, poesía, ensayo, historia, memoria y testimonio y ciencias sociales. Su simpatía teórica con Harold Bloom queda reforzada mediante una cita sobre su reflexión acerca de la selección personal de las lecturas: “Importa, para que los individuos tengan la capacidad de juzgar y opinar por sí mismos, que lean por su cuenta”.
La exaltación del ilustrado que transita libre su camino en la lectura tal vez ilumina una ausencia en este libro de Rojas: lo que podría ser una reflexión comparada entre los mecanismos de censura y los mecanismos de exclusión de la literatura de libre mercado.
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