Roberto Echavarren escribió una novela de velada sensualidad y vuelo poético basada en la vida y el canto de Lágrima Ríos, la perla negra de la canción uruguaya, fallecida en 2006.
› Por Alejandro Soifer
Yo era una brasa
Roberto Echavarren
Hum
152 páginas
Quizás debido a que la negritud argentina nos fue quitada en diversos exterminios más o menos metódicos durante el siglo XIX, las manifestaciones culturales típicas de la herencia africana nos resultan ajenas y, al mismo tiempo, una característica colorida de otros países latinoamericanos, especialmente Brasil y Uruguay. Yo era una brasa se inserta dentro de la tradición afrouruguaya pero desde una posición diferente a una aproximación de índole antropológica: como relato autobiográfico, en primera persona y testimonial de una negra candombera inspirada en Lágrima Ríos –la famosa artista del candombe y el tango fallecida en 2006– escrita por el poeta y narrador Roberto Echavarren, quien, dicho sea de paso, no es precisamente afrodescendiente.
¿Cómo comprender y dotar el texto de una vitalidad ajena por tradición pero propia como expresión de la vida cultural uruguaya? Esa parece ser la pregunta que sobrevuela el libro, y el relato está armado con solidez en el sustento de esta presunta incongruencia.
La doble ciudadanía africana y uruguaya se presenta ya en los dos primeros capítulos, con un recorrido por los recuerdos prehistóricos de la negritud africana e inmediatamente después, por el mismo recuerdo prehistórico de la colonia, en “esta tierra de nadie”.
Una vez establecida esa memoria mitológica, la narración toma su propia temporalidad sacudida por las idas y vueltas de la memoria, en una especie de desordenado relato que de a ratos recupera la oralidad y en otros momentos sigue su propia línea. En ese ir y venir que podría significar un pequeño caos, hay música y poesía que se trasluce en un uso del lenguaje ajustado, con descripciones suaves, sensuales, y algunos pasajes de oraciones cortas encadenadas que dan la sensación de prosa poética. La poesía se engarza también en incrustaciones de versos que van cimentando esa musicalidad textual que está llena de alegría y es como un candombe en sí mismo, se inscribe en la felicidad de las cosas simples y la herencia, aquello que se lleva en la sangre aunque sea cultural.
Los capítulos brevísimos tiñen la novela de un color de relato de aventuras narrado en viñetas donde hay lugar para la rememoración de la pobreza y el heroísmo de los que, golpeados por sus circunstancias y las injusticias, responden con baile y alegría. Así las anécdotas se suceden: aprender a leer en forma autodidacta en base a los diarios que empapelan las paredes de la casucha de infancia; la vida en una chacra del interior y la brutalidad del estanciero; los amores y el encierro en una mina abandonada; el escape y la búsqueda continua; actuaciones en el exterior y volver a la vida de sirvienta; los avatares en la ciudad, en una pensión con una travesti para escapar del ex marido psicótico y la canción como emanación de una identidad, donde cantar en portuñol es parte de tener sangre negra y marca de lo limítrofe entre lo carioca y el ser local.
El autor señaló en una entrevista para El País de Uruguay que hay anécdotas de la biografía de Lágrima Ríos presentes en la construcción del recuerdo de su protagonista, referida como La Negra. Esta apropiación biográfica está puesta sobre todo en el sentido de la reflexión sobre la discriminación. La presencia de travestis y pobres en muchas instancias del relato lo confirman. Las palabras de La Negra son de una simpleza brutal: “Les encantaba uniformar a las mucamas negras. Así nos separaban del resto de la familia, no fuera que una visita creyera que éramos parientes”. O el recuerdo de un embajador en Alemania que no le permite entrar por la puerta principal ¡a pesar de ser la atracción de la noche!
Yo era una brasa se sitúa todo el tiempo en el borde, en el límite de la definición de la identidad nacional uruguaya, en el relato presentado como autobiografía de una negra escrita por un blanco, en un poeta hablando de candombe, en las evocaciones de historias de travestis y también en una narración que se escapa hacia la poesía todo el tiempo.
La novela se presenta entonces como un relato que trasciende el dato colorido e interviene como una interpelación hacia la cultura uruguaya y las dificultades para encontrar un punto de apoyo sobre el cual condensar las diferencias en pos de un proyecto de creación de identidad nacional colectiva. En su ir y venir, en sus entradas algunas breves y precisas como fogonazos, Yo era una brasa se presenta incandescente e impredecible, prende fuegos por todos lados y extiende lazos que marcan nuevos caminos. Como una brasa es el cuerpo encendido de La Negra candombera pero también el relato que contiene la posibilidad de iniciar un incendio desbordado en una prosa que va ganando luz y calor con el correr de las páginas.
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