En su última obra, Juan Gelman reunió los poemas escritos durante los últimos dos años. Tan nuevos y frescos como asentados en la tradición que él mismo inventó, recrean una voz que cada vez más se afirma como destino ineludible.
› Por Susana Cella
de atrásalante en su porfía
Juan Gelman
Seix Barral
167 páginas
Quizás en ninguno de los numerosos poemarios de Juan Gelman, incluido Gotán o Mundar, el título mismo –de atrásalante en su porfía– presentara una tan rara combinatoria entre algo que suena extraño a la vez familiar, pero más, esa minúscula inicial, inusual, sugiere algo así como parte de una frase, de un discurso, que ya ha comenzado y que continuara terco, con una obstinación propia de la necesidad. El condensado “atrásalante” bien podría aducir a los desplazamientos de los poemas, vueltas y revueltas en el tiempo. Un tiempo que no sólo es una indiscernible mixtura de lo que hubo o estuvo, atrás, y lo que podría estar o sobrevenir, delante. En realidad “alante” (a la vez forma coloquial y sugerencia de algo alado, como si se dijera, volante), o sea el atrás en acto y movimiento es capaz entonces de proyectarse, pero sobre todo de afirmar, asentado en un presente que es nítida y contundente forma en cada poema: “...saltar/ hacia adelante es eso:/ el espejo y el ojo/ en los astros pegados al cielo/ con desesperaciones restantes” (“Sin Miguel”).
Desde el poema, en su manifestación, la impulsión y el lastre obran conjuntamente, inseparables, tanto como el sentimiento y la razón imbricados, para modular esos versos en que las temáticas no pueden dejar de ser las que van rondando los vericuetos del amor, el sufrimiento, el modo de la vida y la muerte, el ser y estar. Espacio y tiempo se unen así en cuatridimensional expresión: los “hoy”, “ayer” o “mañana”, “antes” o “después”, se ligan con los “aquí” y “allá”, “afuera”, “adentro”, “occidente”, “oriente”, en una zona que tanto habla de la fluctuación, de la alternancia o de la simultánea coexistencia de los contrarios, como del vacío: “El hueco abriga/ abajamientos, alturas” (“A saber”). En el mismo sentido los poemas asumen este difícil reto de hacerse cargo de las antítesis para dejar una suerte de suspensión, un intersticio entre el saber y el no saber, una perpetua duda que sigue animando el discurrir: “Las dos familias del deber/ exploran una infancia/ que nunca nos sabrá”. (“Decir”).
Los recorridos que así van volteando, en retornos, en los siempre formulados interrogantes, en la constatación de la pérdida, en los anhelos acallados, en reminiscencias o desveladores afanes, en perturbadas preguntas o afirmaciones, convocan, oscilando, a todos estos núcleos de significación propios de la obra gelmaniana y por tanto a la vez a las modulaciones de su escritura que aun asumiendo inflexiones diversas en los varios libros, no dejan de surgir reafirmando su inconfundible voz poética. Una voz que aquí se reafirma como destino ineludible. La porfía es tenacidad, es incitación que se impone para continuar buscando eso que Gelman definiera como “lo inaferrable”, lo que escapa o quiere escapar a ser nombrado y se nombra como se pueda, a veces, como en uno de estos poemas, semejando casi una urgencia y un ruego: “Poesía apurémonos antes/ de que la oscuridad sea completa” (“Apurémonos”).
Altamente cifrados, ascéticos quizás, en esa compleja trama temporal, remiten también a la propia obra de Gelman, ya que al recorrerlos suscitan como en ecos distantes rasgos más visibles en otros libros, así por ejemplo: barras en los versos, neologismos (cambalacheó), derivaciones semánticas (cinturonea), uso del femenino (dolora), ciertas apelaciones a formas coloquiales (áhi, ¡abájese!), distorsiones de verbos o sustantivos (vinió, fusilación), fusión de palabras (avelindas), metáforas a partir de registros de lenguaje diversos: “las respuestas de oro y púrpura/ manchan
el mantel” (“Qué cosa”), o enlaces y enveses de términos contrapuestos que recuerdan por ejemplo a Salarios del impío o Incompletamente.
Todos estos rasgos, sin embargo, no se multiplican ni abundan, van apareciendo con un matiz algo asordinado –en un tono que por momentos remite a Valer la pena aunque con mayor intensidad–. Se trata aquí de súbitas presencias que levemente se perciben y señalan el tipo de vibración o temblor que los ajusta, y más, que exhibe el modo gelmaniano de este ahora de su decir. En este aspecto, un poema como “Des” parece aludir de manera intensificada a tales rumbos, en primer lugar, y nuevamente, la particularidad del título: ¿un prefijo? Sí, confirmado en la primera palabra del poema: “Desandarse”. Pero más, el se reflexivo que se acopla al desandar (para atrás) a la vez se proyecta (adelante) sobre otros poemas en los cuales un juego entre el yo y el tú y las menciones al sí mismo involucran explícitamente a quien escribe, a quien traza estas configuraciones, grabando como si usara un estilete sobre una vasta materia –la de las palabras, el cuerpo, la historia– un trayecto en el cual se hace explícito el sentido de “el salto para atrásalante”, su espesor y complejidad para el poeta que no elige evocaciones o nostalgias, sino tensar el enmarañado hoy en su poesía. Porque también “des” lleva a “dar”. En este sentido, y siguiendo el intercambio de voces acuciantes, está lo que de sí mismo el poeta propone como imperativo y posibilidad: lo que debe y/o puede dar. En reverso, porque estos poemas trabajan justamente con anversos y reversos, el prefijo sirve para mostrar otra faceta que, aun opuesta a encarar el reto de dar/escribir, no deja de aparecer como faz oscura: “El desasido de sí mismo despide un humo sin hoguera” (“La doma”). Ya que desandar no es desasirse, sino, al contrario, agarrarse de lo que inexorable está: “Hay que habitar este aliento cortado” (“Vigilias”), “Que nada miente, ni la hoja/ que amarilleó el otoño, ni/ el pedazo del arrastrado por/ la suerte a cauces del vacío” (“Ensaladas”).
Contra la futilidad, contra la negación del pasado y del presente, des-ilusionadamente, Gelman amplía la captación de los meandros de nuestra propia condición, crea constelaciones de significados en poemas que, consecuentes con su propio modo, no llevan sino a la reflexión en deslizamientos continuos, atrás palante y alante patrás, produciendo así sentidos como itinerarios a andar (y desandar) en la poesía.
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