Es el fenómeno más impactante de ventas en Francia y, a fin de año, la convertirán en película. Una portera muy lectora y una niña que oculta su inteligencia protagonizan una astuta novela romántica.
› Por Ezequiel Acuña
La elegancia del erizo
Muriel Barbery
Seix Barral
370 páginas
En agosto de 2006, Gallimard dio a conocer La elegancia del erizo en una tirada de 4000 ejemplares. Para fines del año siguiente el libro ya contaba con una quinta impresión, con más de un millón de ejemplares vendidos en Francia y tres premios literarios. Todo parece indicar que se trata de un best-seller no premeditado, un caso poco usual en el que un libro publicado con módicas expectativas se transforma en un record de ventas. Después, como es sabido, el éxito trae más éxito. Y a pesar de que diarios como The Guardian se hayan declarado escépticos sobre las posibilidades internacionales de un best-seller francés, lo cierto es que luego de encabezar el ranking de ventas locales durante más de cien semanas consecutivas, ya se ha ganado el título de fenómeno editorial de la década para la mayoría de los críticos. Con una película próxima a estrenarse a finales de 2009, el libro de Muriel Barbery parece seguir expandiéndose. Caracterizado por un alto grado de romanticismo, La elegancia del erizo está organizado en base a los diarios íntimos de sus dos protagonistas, escritos estáticos en donde vuelcan sus reflexiones más profundas. Una de las protagonistas es la portera de un edificio parisino, una mujer fea, desaliñada y sumamente culta. Fiel devota de Tolstoi, disfruta leyendo filosofía medieval y viendo cine japonés, pero mantiene sus actividades intelectuales en secreto y comete errores gramaticales a propósito al hablar con los propietarios del edificio para mantener la apariencia de ser una persona inculta de clase baja. La otra es una adolescente de doce años llamada Paloma que oculta su inteligencia privilegiada a su familia, y que planea suicidarse e incendiar su casa para su próximo cumpleaños.
Muriel Barbery juega con la idea del secreto, pero a la inversa de las novelas policiales. La vida y las reflexiones de estas dos mujeres se mantienen ocultas para el resto de los personajes pero no para el lector que resulta, precisamente, el destinatario de sus diarios íntimos. De ahí tal vez provenga su éxito, sobre todo con el público adolescente (alcanza con darse una vuelta por los blogs juveniles para considerar el personaje de Paloma como una versión femenina, francesa y más romántica de Holden Caulfield). Porque el resultado es un ambiente intimista en donde el lector se transforma en un cómplice privilegiado, y la dinámica del secreto actúa por la emoción y el goce del que sabe más que por la inquietud del que desconoce y espera ver revelada la verdad hacia el final.
Uno de los elogios que se repiten en la crítica es que Barbery arremete contra la clase media y la mediocridad burguesa. Pero lo cierto es que se trata de una afirmación conflictiva si se tienen en cuenta la celebración exageradamente romántica de la filosofía y el Arte Mayor, y el coqueteo snob con el arte oriental que recorren todo el libro. “Cuando estoy angustiada, me recluyo en el refugio. No hace falta viajar; me basta ir a las esferas de mi memoria literaria. Pues ¿qué distracción hay más noble, qué compañía más distraída, qué contemplación más deliciosa que la de la literatura?”, dice la portera.
Es verdad que, por otro lado, gran parte del libro está destinado a caracterizar hasta el ridículo las personalidades modernas de los personajes secundarios: todos aquellos que rondan a las protagonistas son sobre todo estereotipos burlescos de la burguesía francesa. La modernidad como una moda, la falta de profundidad de las vidas urbanas son los tópicos preferidos en las reflexiones ácidas de la portera y la adolescente suicida.
En cuanto al desarrollo literario, la cuestión parece ser otra. Porque La elegancia del erizo da la sensación de ser un libro monocorde la mayor parte del tiempo. Si bien una de las ideas fundamentales de la historia es que la portera y Paloma son, en su secreto y desconociendo a la otra, bastante afines, al final de cuentas es difícil diferenciarlas y, salvando el contexto y ciertos detalles superficiales, los dos personajes resultan demasiado equivalentes.
El tono de la novela se vuelve más entretenido y el relato parece entrar en movimiento cuando un señor, japonés, se muda al edificio. La entrada en escena del señor Kakuro Ozu logra cortar un poco con la reiterativa simetría entre las dos mujeres, y pone en conflicto los mundos interiores, sublimes y rígidos, que las protagonistas describían en sus diarios donde entonces, ganándoles terreno a las estáticas reflexiones, empiezan a narrar los encuentros y conversaciones con el nuevo vecino.
Tal vez sea su aspecto juvenil, tal vez su buena combinación entre novela sentimental y profundidad filosófica, pero lo concreto es que a La elegancia del erizo la precede su éxito en el mundo occidental, un fenómeno que a pesar de encerrarse entre sus páginas resulta difícil de caracterizar y encasillar.
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