¿Cómo seguir escribiendo en Uruguay después de Mario Levrero? Alejandro Ferreiro aporta desde esta breve novela una posible respuesta.
› Por Damian Huergo
Portland
Alejandro Ferreiro
Editorial Hum
69 páginas
Hay un chiste que dice que “lo único raro en la literatura uruguaya son los escritores realistas”. En parte, como todo chiste, es cierto. Durante el siglo XX, salvo excepciones, la literatura que desembarcó desde el otro lado del río estuvo hecha por escritores marginales, sensuales, inexplicables, que a fuerza de buenos libros y de nuevos lectores pasaron de estar en la periferia del campo literario a reinar el centro. Portland, ópera prima de Alejandro Ferreiro, se inserta en esa tradición y la revitaliza para narrar el cambio de siglo y, sobre todo, los hábitos y valores que se gestaron en este tiempo.
Como el material que le da nombre al libro, esta novela corta pasa de un estado a otro, comienza como una novela tradicional, con personajes definidos y un conflicto romántico policial: el narrador encuentra en la calle un diskette que contiene un archivo donde aparece el nombre de su novia, y se propone investigar qué hay detrás del hallazgo. Pero desde la primera línea el dibujo y la precisión de la escritura nos hacen pensar que estamos ante un poema largo o frente a las notas de un diario personal.
Portland pertenece a ese tipo de libros que no cuentan nada pero dicen mucho. En los brevísimos capítulos, estructurados alfabéticamente, el narrador, un hombre de mediana edad en crisis, cuenta lo que observa y/o sueña durante sus caminatas o rondas en bicicleta. Su “mirada en movimiento” sólo se detiene cuando necesita escribir las historias que presencia: la furia del consumo en un shopping, la ira en un embotellamiento, la agresión de un padre a un hijo en una plaza pública, o cuando tiene que declarar ante la policía por un robo en la empresa donde trabaja. Sin caer en la trampa de la ajenidad que da la mirada del misántropo, estas historias breves levantan un tufillo a especie en descomposición, empezando por la generación a la que pertenece el narrador, que sufre el paso del tiempo, el deterioro físico, el tránsito de la juventud a la adultez.
El refugio, el modo de activar el movimiento estéril, es la escritura. “La escritura es parte de una necesidad, la de apresar realidades decadentes, para exorcizarlas. Es a lo que más temo. A la decadencia”, dice Ferreiro con la voz del narrador. Sin embargo, la decadencia y la indignación no lo paralizan. Lo empujan. Y él cede al movimiento libreta en mano.
Durante muchos años en Uruguay los escritores que sucedieron a Onetti se preguntaron cómo seguir escribiendo después de su obra. A pocos años de la muerte de Levrero, la nueva generación de escritores uruguayos se plantea un interrogante similar a partir de la desaparición del “último maestro”. Alejandro Ferreiro no tiene respuestas absolutas. Pero en sus libros el lector encontrará algunas pistas para ensayar una respuesta a dos interrogantes que seguirán vigentes, no sólo en Uruguay sino en toda América latina.
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