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Guillermo del Toro es el director mexicano mimado por Hollywood. Y películas como Hellboy y El laberinto del fauno ya lo habían puesto en sintonía con los monstruos y el Mal. En la cresta de la ola, da un paso más y, en colaboración con Chuck Hogan, publica la primera parte de una trilogía dedicada al monstruo de moda: el vampiro. Nueva York, Ground Zero y el futuro ya destilan en sus páginas el olor a blockbuster.
› Por Rodrigo Fresán
Ahí viene la plaga”, advertía un viejo rock. Y aquí vuelve otra vez. La plaga a la que le gusta bailar pero, sobre todo, morder. Y chupar sangre.
Y está claro que la idea del vampirismo como tsunami no es nueva y que ya reconoce mutaciones y niveles que van de lo noble a lo bastardo. Fue Richard Matheson –en Soy leyenda, en 1954, en la que seguramente es la cumbre irrepetible del subgénero– quien equiparó sed a enfermedad de alto contagio. Desde entonces –con el entusiasmo de aquellas ratas en Nosferatu– han sido varios los que se apuntaron al asunto. Entre ellos Dan Simmons en Los vampiros de la mente y en Children of the Night (donde se diagnostica que la sangre de vampiro cura el sida pero, claro, tiene ciertos efectos colaterales), en el Los Angeles de Sed de sangre de Robert McCammon, en la historia alternativa que reescribe Kim Newman con Vlad “Drakul” Tepes desposando a la reina Victoria y, más recientemente, en Midnight Mass de F. Paul Wilson. Todos tras la capa de Stephen King, quien –en esa lograda versión Big Mac de Drácula que es Salem’s Lot– ya había puesto en movimiento la principal variación sobre el clásico de Bram Stoker, convirtiendo a la exótica y selectiva enfermedad (en la que apenas un puñado de elegidos y casi privilegiados héroes VIP sabían de la existencia del Conde y de sus apetitos) en un fenómeno colectivo donde ningún vivo está a salvo de mutar a no-muerto. Lo que se pierde en exclusividad se gana en espectacularidad.
Y ahora el cineasta Guillermo del Toro y el escritor Chuck Hogan (no me queda del todo claro el reparto de responsabilidades en las entrevistas que han otorgado) hacen aterrizar a Nocturna. Y ya desde su primeras páginas, con la llegada de un avión contaminado a Nueva York, se invoca a aquel barco maldito que llega a Inglaterra cargado de ataúdes Made in Transilvania. Y Del Toro & Hogan invitan a un pandémico festín de sangre en el que, pronto, los vampiros crecerán y se multiplicarán anidando en ese fúnebre agujero que dejaron al caer esos dos colmillos de acero y cemento y cristal del World Trade Center.
Nocturna –cuyo título original es el mucho más clínico The Strain (“La cepa” o “La raza”), pero cuya traducción parece haber sido infectada por microorganismos que remiten más o menos subliminalmente a los engendros de Sthephenie Meyer– es la primera parte de una “Trilogía de la Oscuridad”. Y es, también, bastante divertida. El problema es que más que una novela es una película. Su escritura es un tanto torpe y funcional y, por encima de todo, visual. No importa aquí el diálogo sofisticado o la metáfora elegante; lo que vale es el montaje vertiginoso y el efecto especial. Así, Nocturna parece un libro que fue mordido por un film. Y que no es ni una cosa ni otra pero que, claro, acabará siendo otra cosa –seguramente una inevitable y futura serie de HBO o del Sci-Fi Channel– y a no olvidarlo: la viuda de Stoker ya lo tuvo claro en su momento cuando registró la marca y vendió los derechos para el celuloide de la ópera magna de su difunto marido por una cantidad apreciable. Desde entonces y hasta siempre –desde Max Schreck pasando por Lugosi & Lee hasta arribar hasta la tierna y gélida niña de Déjame entrar– pocas cosas satisfacen más que mirar vampiros.
Mientras tanto y hasta entonces, las páginas de Nocturna ya son una suerte de catálogo del imaginario de Del Toro con múltiples guiños –involuntarios o no– a Cronos, Mimic, Hellboy y Blade, filmadas y firmadas por él. Aquí hay agencias gubernamentales, científicos cuerdos descendientes más o menos directos de Abraham Van Helsing, mutaciones orgánicas, insectos peligrosos, aguijones punzantes, perfumes centroeuropeos y la onda expansiva de los horrores cometidos por esos monstruos verdaderos que fantasearon con eternizarse: los voraces zombis del Tercer Reich.
Y esto es sólo el principio...
Hacia el cierre de esta primera parte de Nocturna comienzan a aletear alusiones a “Los Ancianos del Nuevo Mundo” y a “El Séptimo”. Del Toro ya avisó que la segunda entrega se ocupará del futuro de la estirpe pero, también, de su pasado y orígenes. Por lo que cabe pensar que la vampirizada será, entonces, aquella Anne Rice que debutó por todo lo alto con Entrevista con el vampiro (algo así como una historia de la vida privada del linaje en cuestión) y acabó clavándole la estaca a su propia creación en sucesivas y demasiadas secuelas.
Ahora, Rice se dedica a novelizar –por entregas– la vida de Jesucristo, quien, a su manera, también volvió de entre los muertos para crecer y multiplicarse por los siglos de los siglos y, sí, ser el rey del lugar. Y –como en el caso del inmortal Drácula– son muchos, demasiados, los mortales que toman su nombre en vano.
Nocturna
Guillermo del Toro y Chuck Hogan
Suma de Letras, Madrid 2009
550 páginas
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