Domingo, 23 de agosto de 2009 | Hoy
¿Qué fue del cine político argentino después de los ’60 y ’70? ¿Hubo –hay– nuevos lazos entre imagen y memoria, intimidad y militancia? Preguntas abordadas por Ana Amado en un libro con documentadas respuestas no exentas de un fondo de sensibilidad cultural.
Por Gabriel Lerman
La imagen justa
Cine argentino y política (1980-2007)
Ana Amado
Colihue
292 páginas
Libro elaborado hasta el detalle, La imagen justa tiene destino de bibliografía obligatoria para los estudios de cine argentino, no sólo en el rubro donde hace eje, el vínculo entre cine y política, sino porque el abordaje que construye y expone a tal efecto es criterioso, comprometido, erudito, y en ningún momento pierde, como a veces puede achacársele a la crítica cultural, un fondo de sensibilidad hacia los materiales indagados. Con el subtítulo Cine argentino y política 1980-2007, la investigadora, docente y ensayista Ana Amado encara un amalgama densa de problemas, con los cuales viene trabajando tanto en el ámbito universitario como en revistas culturales, desde por lo menos 1995. La sospecha de que al gran período del cine político que ocupa la cultura revolucionaria de los sesenta y setenta, le sobrevino un cine sobre la memoria o un cine memorialista, forma parte ya del activo crítico de la cultura argentina.
Lo que poco se había trabajado es sobre la idea de organicidad incompleta, de registros de época que resisten las oleadas de novedad permanente que cierta lectura rápida les arroja, y cuyos cortes y períodos internos son, tal vez, más lentos. El cine argentino que sobrevino a la dictadura, si bien profuso y diverso, construyó en su mapa condensaciones y rupturas. En distintas zonas del libro, Amado dialoga con trabajos sobre cine, memoria y política ya emblemáticos de Gonzalo Aguilar, Anahí Ballent, Pilar Calveiro, Carlos Altamirano, Alejandra Oberti y Roberto Pittaluga, lo mismo que establece relaciones con el presente intelectual a través de Richard, Mouffe, Virilio y Agamben. Según Amado, el realismo afectivo de La historia oficial, Camila y La Noche de los Lápices, se complementó con el indeterminismo narrativo y genérico de Las veredas de Saturno, El exilio de Gardel, Sur y Los días de junio. En otro registro, más ligado a la paranoia personal o colectiva, aparece Hay unos tipos abajo, y ya en un tipo de desasosiego frente a los desaparecidos, El amor es una mujer gorda. Con un enfoque descarnado sobre la represión, y sobre todo desafiando los modos de la representación, cierra ese ciclo Un muro de silencio. Cineastas como Puenzo, Bemberg, Solanas, Olivera, Filipelli, Agresti y Stantic establecían los mojones de una variedad de respuestas estéticas y políticas frente al recuerdo de una sociedad profundamente afectada por el exterminio.
Casi cien películas son revisadas y escrutadas aquí, estableciendo relaciones, cruces y separaciones, en un gran fresco del audiovisual argentino. El peronismo en el cine posterior a la dictadura, las dificultades de representar la muerte, la recreación de una mítica de la patria y una reconfiguración de la familia como escena del recuerdo, entre los hijos y los herederos. El regreso del testimonio y el documental en los noventa, el recambio generacional y nuevas apuestas estéticas: Caetano, Stagnaro, Trapero, Carri, Martel. Y con ellos, una nueva política del cine y un nuevo cine donde lo político interviene desde lo social y los márgenes, y desde la tentativa de reconstruir o poner en algún sitio la figura del militante.
En suma, la búsqueda por hacer hablar a dos épocas y estipular por dónde pasan, si están, los hilos de la memoria y el legado.
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