Luego de ser una editora tan independiente como calificada, Ada Korn encaró la propia escritura con una original apuesta: la biografía de Sofia Kovalevskaia, científica y escritora rusa, primera mujer en obtener un doctorado en matemáticas y en ejercer una cátedra universitaria en Europa.
› Por ALICIA PLANTE
Sofia Kovalevskaia, 1850-1891.
Símbolo y ejemplo
Ada Korn
Ada Korn Editora
432 páginas
En todo gran lector hay un escritor que no se anima... Y una de las formas más generosas de acortar las modestias en torno de esa pasión por la palabra escrita –aunque sea la de otros– a veces ha sido publicarla. Esas parecen haber sido las estaciones iniciales del recorrido de Ada Korn: leer con avidez a lo largo de toda la vida, fundar una editorial que mantuvo mientras le dio más placer que problemas, y finalmente transformar esa pasión de siempre en una tarea enorme y en una satisfacción: la de concretar el viejo proyecto de rendir a Sofia Kovalevskaia, la ilustre matemática rusa y notable escritora, el homenaje que venía postergando desde su primer contacto con ella mientras cursaba la licenciatura en matemáticas en la Universidad de Buenos Aires. Y entonces Ada Korn escribió su primer libro. Y lo publicó.
Es coherente con esa actitud modesta que, en esta primera incursión en la literatura, Korn haya puesto toda su energía en reconstruir y jerarquizar sólo los cambiantes perfiles del otro. Pero en su biografía de Sofia Kovalevskaia no es sólo el esfuerzo y la amplitud de lo investigado lo que se reconoce: el talento de Ada Korn resulta muy evidente cuando del retrato brotan las emociones y los deseos de Sofia, los que sólo puede recrear alguien profundamente atento a lo que consta, a lo documentado y a lo descubierto, a lo que es legítimo suponer. Y entonces uno se pregunta: ¿será que aquí, con esta primera y difícil obra, termina la internación de Ada Korn en la aventura de escribir?
El libro se inicia con una lúcida “puesta en escena” por parte de la autora, un fascinante recorrido por los antecedentes históricos rusos y por las reformas menos o más revolucionarias ocurridas durante el siglo XIX, tanto en Rusia como en Europa. A esa oportuna apertura sigue una traducción de gran calidad de las Memorias de infancia de Kovalevskaia. Una deliciosa narración que, además de proporcionar un cándido fresco de la vida privada de una familia aristocrática rusa a mediados del siglo XIX, nos pone en contacto con la niña solitaria y brillante que fue Sofia. Sobre el final de ese relato, cuando ella contaba con quince años, brota la íntima relación con Dostoievski, enamorado de su hermana mayor, Aniuta, y la influencia del escritor en la tierna mente de Sofia.
El relato, ya a cargo de Korn, continúa con la descripción de los síntomas de cambio que las jóvenes hermanas, criadas en el campo y alejadas hasta ese crucial momento de la vida en las grandes ciudades, intuyen que se gesta en círculos que exceden sus propios corazones. El avance de la narración nos introduce en el recurso de un “matrimonio blanco” que sólo años más tarde Sofia se avendrá a consumar. De ese modo conquistó su primera trinchera al emanciparse del poder del padre, arbitraria e irracionalmente ejercido, y como gran cantidad de hijos de ricos terratenientes –en su caso, aristócratas próximos al zar–, Sofia Kovalevskaia abrazó la causa del pueblo y desde allí se convirtió en una ardiente adalid de los derechos de las mujeres, especialmente el derecho a una educación universitaria y al consiguiente doctorado, y eventualmente al ejercicio de la docencia universitaria rentada. Esta aspiración se estrelló contra el horror de los varones a ver a una mujer –insoportablemente inteligente– en situación de amenazar la autocomplacencia de su reino misógino, un triste reino rengo que todas las autoridades, las políticas, las culturales, las científicas y por supuesto la del padre, defendieron cuanto pudieron del asalto de su genio y su voluntad de hierro.
En cuanto a ese padre, responsable de aquellas decisiones tempranas que tanto afectaron su rumbo, sólo el tiempo y las circunstancias la reconciliarían con él, ya anciano y cambiado por el tardío reconocimiento de su amor por las hijas. Pero cada tramo de la historia de Sofia, cada conquista y cada logro, fue penoso. Llegó, sí, a convertirse en la primera mujer que obtuvo un doctorado en matemáticas y en ejercer una cátedra universitaria en Europa. Pero el suyo fue un camino con escasas compensaciones al esfuerzo de enfrentar la discriminación. Tuvo una hija a la que adoró, pero a la que no pudo darle lo que ella no había recibido: una atención amorosa y sobre todo constante, y aunque tampoco ése haya sido un terreno en el que fue feliz por mucho tiempo, Sofia gozó fugazmente de la pasión por un hombre que no la mereció. De ese dolor, y de tantos que sufrió, la rescataron la lealtad y la admiración de numerosas amigas y amigos, varios de ellos célebres colegas, así como otros personajes históricos. Su exigente ritmo de trabajo no le impidió dedicarse con éxito a la literatura, su declarada segunda gran opción en la vida, pero ninguna de estas satisfacciones alcanzó para evitar que un estúpido resfrío mal cuidado se convirtiera en la “pleuresía supurativa” que la mató a los cuarenta y un años, cuando el futuro parecía insinuarle ciertas promesas. Ada Korn la instala hondo en nuestras emociones, desde donde con un pequeño silencio también la saludamos.
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