Dom 11.10.2009
libros

Toque de queda, toques de atención

Llega una antología con cuentos de la actual narrativa de Corea del Sur. Diversidad, violencia urbana y los rastros de la guerra civil y las dictaduras de las décadas del ’60 al ’80, en amplio menú.

› Por FERNANDO BOGADO

Ji-Do
Antología de la narrativa coreana contemporánea

Selección de Kim Un-kyung y Oliverio Coelho
Santiago Arcos
216 páginas

La sirena de un toque de queda en un cuento puede marcar muchas cosas. Tomémosla, para empezar, como lo que es: una oración, una serie de palabras juntas que no entran por los oídos sino por los ojos. Claro que no se puede negar la sinestesia, la mezcla de percepciones: leemos “sirena de toque de queda” y enseguida nuestra cabeza oye el ruido, nos obliga a revisar los relojes (y a hacer memoria). El ruido de una sirena es uno de esos sonidos que, una vez leídos, no deja de generar más y más asociaciones, sumergiéndonos de movida en toda una historia; en este caso, es un –lamentable– sonido de algo autóctono. Que ese sonido aparezca mencionado en dos de los cuentos reunidos en la antología Ji-Do: antología de la narrativa coreana contemporánea, no significa que el resto de los relatos carezca de la misma crudeza, del mismo desamparo que sólo la estridencia de ese aullido vigilante pude desencadenar.

Alguien oye una sirena: en Sueño desvanecido de Son Chang-sop y El viaje a Mujin de Kim Sung-ok el ruido funciona como el punto máximo de desesperanza, de pérdida. El primer relato nos muestra al protagonista conviviendo con la familia de su hermana en un estado de pobreza radical. En el lado opuesto, el segundo cuento presenta a un hombre igualmente triste, distanciado con una futura vida de riqueza que acepta con resignación. La sensación de que el protagonista flota por encima de su ambiente como si quisiera alejarse o se sintiera un extraño en la circunstancia en la que se ve envuelto también se patenta en relatos como Mudanza de Kim Young-ha (una especie de pesadilla kafkiana), La vecina de Ha Seong-nan (de cierto tono cortazariano) y Los estándares coreanos de Park Min-gyu (el cuento más cercano a la ciencia ficción, quizá más por el componente de denuncia que por su temática).

Claro que el tema político aparece siempre como denominador común de los relatos, como trasfondo obligado o, si se quiere, referencia inmediata. La muralla, de Cho Sun-jak, recurre a crudas descripciones muy al estilo del realismo naturalista occidental para pintar un clima de pobreza sofocante, un extracto de un estado social que no puede menos que decepcionar. La misma crudeza descriptiva se puede hallar, quizás un tanto más atemperada, en La tierra de mi padre de Lim Chul-woo, en donde un cadáver encontrado por casualidad dispara una revisión del pasado coreano; o en Fragmento de munición, de Lee Dong-ha, en donde el mismo pasado se instala con solidez en un cuerpo, en la historia de una familia.

Ninguna literatura está por fuera de la política, siempre es y no es con relación a ella (ya sea negándola o tomándola como tema). Los ocho cuentos aquí reunidos no dejan de volver sobre conflictos propios de un pasado penosamente reciente para Corea del Sur. La guerra Civil de 1950-1953, los procesos dictatoriales que van de 1961 a 1987, el actual proceso de globalización y el conflicto de este nuevo tipo de cultura con los rasgos más ancestrales de una civilización opacada por la implantación del desarrollo tecnológico y comunicacional (uno de esos problemas tan en boga en cualquier parte del mundo): Oliverio Coelho, responsable de la antología junto con Kim Un-kyung (profesora y traductora de la Universidad de Seúl), realiza en el prólogo una segmentación inicial de estos relatos en función del enfoque que estos problemas tienen en cada texto. Uno de los aciertos del libro no sólo es la calidad de su selección, sino también la secuenciación, la disposición de los relatos: cada uno parece retomar o continuar, si no un tema, sí el mismo clima planteado por el cuento anterior.

Ji-Do: una de sus acepciones, menciona Coelho, es mapa. Con ocho cuentos de una pulcritud inigualable, la geografía completa del estado contemporáneo de la literatura de Corea del Sur se ejemplifica con maestría en estas páginas. Cada relato logra conmover con una imagen, concentrando así en un objeto descrito toda la soledad y la carga contestataria del relato. La verdad es, después de todo, la mejor de las críticas políticas: que una literatura pueda condensarse en la sirena del toque de queda siempre dirá mucho más que cualquier otra documentada, políticamente correcta denuncia.

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