Dom 10.11.2002
libros

BIBLIOTECAS

Los conjurados

Son apenas cinco, pero en menos de tres años, trabajando a pulmón, sin subsidios de ninguna clase y por las ganas locas de leer todos los libros del mundo que no estaban en Braille, edificaron una biblioteca digital para ciegos que ya tiene cinco mil títulos y miembros en treinta países diferentes. Conozca la formidable historia de “Tiflolibros”.

Por Juan Forn
Para los ciegos, la expresión “lector ideal” significa algo mucho más concreto que para el resto de los mortales. Especialmente desde mediados de los ‘90, fecha en la que pudieron acceder al uso de computadoras y a una opción de lectura impensada hasta poco tiempo antes. La cosa no era sencilla ni barata precisamente, pero sumando un escaner y un sintetizador de voz a sus computadoras (aparatito bastante caro, que se conectaba al equipo y “leía” los archivos de texto), los ciegos pudieron por fin hacer realidad un pequeño placer que hasta entonces les estaba vedado: ir a una librería, comprar el libro que les diera la gana y poder leerlo por las suyas. Tenían que escanear cada página del libro primero, es cierto, pero el esfuerzo se justificaba largamente cuando la robótica entonación del sintetizador de voz se convertía para ellos en el tantas veces mentado “lector ideal” y los convertía a ellos en lectores genuinos: del libro que quisieran, a la hora que quisieran, durante el tiempo que quisieran.
Hasta entonces, las posibilidades de acceso a los libros que tenían los ciegos se reducían a los textos en Braille (para aquellos que conocían ese sistema), a la oferta más que limitada de audiolibros o al albur de que un voluntario les leyera en vivo y en directo o a través de un casete grabado especialmente. En cuanto a las tres bibliotecas para ciegos que había en Buenos Aires, su stock era doblemente limitado: antes de la informatización, los libros en Braille se copiaban a mano (lo hacían voluntarios videntes que conocían el lenguaje), o sea que cada biblioteca tenía a lo sumo una sola copia de cada texto “traducido” al Braille, lo que significaba que las más de las veces había que esperar turno hasta tener por fin el libro entre manos (para no hablar del voluminoso tamaño que tienen las ediciones en Braille, lo que volvía titánica la tarea de llevarse a casa más de un par de volúmenes).
“A pesar de lo caros que eran los escaners y los sintetizadores de voz, para nosotros significaron un salto importantísimo”, cuenta Pablo Lecuona, uno de los fundadores de Tiflolibros. “Hasta hoy me acuerdo del día en que vinieron a instalármelos en mi computadora. Yo iba como loco apilando libros que andaban por mi casa y hacía años que tenía ganas de leer. Entonces me agarró la desesperación por decidir con cuál empezar. Otra emoción fue cuando vino mi cumpleaños: esa misma noche, cuando se fueron los invitados, pude sentarme a leer uno de los libros que me habían regalado. Era Una sombra ya pronto serás, de Osvaldo Soriano, que acababa de aparecer.”
Con las computadoras vino el correo electrónico, y a través de ese medio comenzó el intercambio de textos que cada uno de los voraces lectores había almacenado en su computadora. “Con Mara, mi mujer, nos habíamos suscripto a un par de listas de correo sobre tecnología para ciegos, que nos servían muchísimo, ya que uno manda ahí cada dificultad que tiene con su computadora, o pregunta cómo usar algún programa, y el mensaje llega a todos los que están suscriptos a la lista, y siempre hay alguno que ya tuvo el problema y sabe resolverlo. Así que, sin tener mucha idea de cómo se armaba una de esas listas, decidimos inventar una y proponer el intercambio de los libros que cada uno tenía almacenado en su computadora. No teníamos claro si era legal o no intercambiar libros por internet, y no queríamos violar los derechos de autor. Pero era una oportunidad única de acceder a más lecturas, así que avisamos a todos nuestros amigos (a algunos llegamos a amenazarlos para que se suscribieran), mandamos un mensaje a las listas para ciegos a las que estábamos suscriptos (donde la mayoría eran españoles, sólo alguno que otro era de países latinoamericanos) y, esa misma noche, ya había dieciocho personas suscriptas a Tiflolibros. Me acuerdo del comentario que le hice a Mara: ¡Si un día queremos reunirnos todos, no entramos en casa!”. La primera medida del grupo de conjurados fue armar un catálogo con los datos de cada libro y la dirección electrónica de quien lo tenía. La segunda medida fue que el acceso a la lista fuera gratuito pero restringido a personas discapacitadas (las normas internacionales que rigen desde siempre el funcionamiento de las bibliotecas para ciegos, sea en Braille o cassette, estipulan que los libros pueden circular libremente mientras se distribuyan en forma gratuita y sólo a aquellas personas que por algún impedimento físico no puedan acceder a la lectura en el formato convencional). La tercera fue armar un sitio web: “En enero del 2000 encontramos una revista que explicaba cómo armar un sitio gratis. Sin entender nada de servidores, nos lanzamos. En principio era una página sólo de información: un servidor gratuito que nos daba espacio limitado, pero suficiente para lo que queríamos. Luego encontramos otro sitio gratuito que daba espacio ilimitado y permitía el acceso vía contraseña. Cuando conseguimos armar un lugar donde sólo pudieran acceder nuestros usuarios, colocamos allí todos los libros que teníamos”.
Así surgió la primera biblioteca de Tiflolibros en la web, tan entusiasta como precaria: el sitio no ofrecía la opción de búsqueda; era una larga sábana de títulos ordenados alfabéticamente por autor. Casi cada día se sumaban nuevos usuarios que mandaban su stock; un par de amigos españoles de Tiflolibros, que tenían conexión a internet de tarifa plana, recibían y “subían” los libros que iban llegando, y Mara y Pablo agregaban manualmente cada nuevo título a la lista. Para el primer cumpleaños de Tiflolibros, la biblioteca contaba con algo más de mil títulos, y doscientas personas suscriptas con ingreso. Por entonces se suma activamente al equipo André Duré (un programador ciego que formaba parte de la lista casi desde el principio), contratan un servicio de banda ancha y comienzan a hacerse cargo de todo el proceso desde una misma “central”, ya con buscador propio y un rediseño de página (que incluye un sector de información apto para todo público y un sector de biblioteca exclusivo para aquellos suscriptos que hayan enviado la certificación de su discapacidad).
Para abril del 2001 hay una buena noticia y una mala noticia: la mala es que André se queda sin trabajo; la buena es que eso le da mucho más tiempo para dedicar a Tiflolibros. Lo que lleva a una aclaración importante: toda esta tarea es realizada por el equipo sin ganar un peso, en sus horas libres y sin ningún subsidio ni financiación estatal o privada. Con ese espíritu parten a la Feria del Libro, a tantear a autores y editoriales a ver si les podían facilitar textos para incorporar a la biblioteca: “Sabíamos que todos los sellos editan sus libros a partir de la computadora, y que los propios autores entregan sus originales en diskette. Esos archivos de texto nos ahorraban a nosotros el escaneo (que implica un doble esfuerzo: no sólo el escaneo en sí sino la corrección de errores que a veces genera la lectura óptica)”, dice Pablo. Pero tenían que garantizar que el material que recibieran no pudiera ser “pirateado”, para lo cual André y Gustavo Ramírez habían inventado el Tiflolector: un formato en el que se encriptan los archivos de texto que los hace completamente inaccesibles para un lector vidente (no sólo para copiarlos e imprimirlos, sino que incluso evita que el texto se visualice en pantalla). El programa permite abrir los archivos no sólo en el formato encriptado (tfl) sino también en Braille.
“El trabajo con las editoriales es arduo. No es fácil llegar a la persona que decide, explicarle cómo podemos leer los ciegos a través de una computadora, y cómo protegemos los textos que nos dan, para que sólo puedan decodificarlos personas ciegas que usan programas lectores de pantalla. Lo que hacemos es ir a la entrevista con una notebook y mostrar cómo funciona el Tiflolector. Por lo general la recepción es buena. Lo quecuesta es que, luego de esa primera donación, nos sigan dando libros. Pero es cuestión de insistir y de ir trabajando con paciencia”, dice Mara.
La génesis del Tiflolector es digna de contarse. Según Pablo, “nos había pasado varias veces que llegaba un correo electrónico y mi mujer, que no es ciega, decía que el mensaje estaba vacío pero yo lo leía perfectamente con mi programa lector de pantalla. Era porque venía con el fondo del mismo color que la letra. Así que, medio en broma, medio en serio, le dijimos a André que inventara algo a partir de eso”. Hoy está casi lista una nueva versión del Tiflolector, que incluye voz propia, para que la persona que no tenga instalado en su computadora el lector de pantalla OCR (Reconocimiento Optico de Caracteres, un programa que sigue siendo muy caro) pueda leer igual los textos que baja de Tiflolibros. Y André y Gustavo están desarrollando un sistema para que la gente que no tiene un acceso barato a internet, o que tiene dificultades para manejarse en una página web, pueda pedir libros directamente por comandos de mail. “La idea es que cada día más personas ciegas puedan acceder a nuestros libros de la manera más sencilla y sin grandes requerimientos de programas”, dice André.
La biblioteca digital de Tiflolibros cuenta en la actualidad con más de cinco mil títulos, su lista de correo está compuesta por gente de treinta países diferentes, mayoritariamente ciegos o con disminuciones visuales severas (también hay personas con otras discapacidades como parálisis y cuadriplejia, y personas con vista que trabajan en instituciones donde se atiende a ciegos o disminuidos visuales). Y el reducido equipo que lo conforma sigue trabajando a pulmón, desde sus casas y en los ratos libres que les dejan el trabajo y los estudios: Pablo Lecuona (27 años, ciego, estudiante avanzado de Ciencias de la Comunicación, orientación Comunicación Comunitaria, en la UBA), Mara Lis Vilar (esposa de Pablo, 27 años, profesora de ciegos y disminuidos visuales), André Duré (24 años, ciego, programador), Gustavo Ramírez (21 años, ciego, analista de sistemas) y Marta Traina (esposa de André, 31 años, ciega, estudiante de Ciencias de la Comunicación en la UBA). Desde principios de este año, se ha sumado al equipo original una cincuentena de voluntarios que colabora en las tareas de tipeo, escaneo y corrección de libros. Y, para poder establecer relaciones con otras instituciones, han formado Tiflonexos, asociación civil con personería jurídica desde donde planean desarrollar otros proyectos que acerquen la discapacidad a la cultura, la comunicación y la tecnología. En pocos días más, el 22 de noviembre, Tiflolibros celebrará su tercer año de vida, con Ana María Shua como invitada de honor (Ani fue la primera escritora que dio sus originales a la biblioteca). En la mitología griega, Tiflos era la isla adonde se desterraba a los ciegos. Si al quinteto de Tiflolibros lo desterraran a alguna isla, estoy seguro de que levantarían una nueva biblioteca de Alejandría. Y no dejarían ni ahí que ardiera tan fácil como la primera.


TIFLOLIBROS
Primera Biblioteca Digital para Ciegos de Habla Hispana
En su Tercer Aniversario, Tiflolibros ha organizado una “Charla Abierta con Ana María Shua” el viernes 22 de noviembre a las 19 en el Microcine de la Sala Pública de la Biblioteca del Congreso de la Nación (Alsina 1835). Informes: 4931-9002 o [email protected]
Sitio Web: http://www.tiflolibros.com.ar

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