Dom 29.11.2009
libros

Amor y amistad

Inés Fernández Moreno logró unir temas, épocas y sentimientos en una colección de cuentos y relatos que lentamente van cobrando un sesgo autobiográfico.

› Por Marcos Herrera

Mármara
Inés Fernández Moreno

Alfaguara
188 páginas

Inés Fernández Moreno escribe cuentos con la misma destreza relajada con la que los grandes jazzeros tocan standards. No quiere “romperle el espinazo a la sintaxis”, realizar experimentos metaliterarios, ni parodiar la nada. Narra con maestría, asentada en un clasicismo transparente, conocedora de sus recursos: fluidez, precisión y levedad.

Su último libro se divide en dos partes; la primera, En la periferia, consta de doce cuentos cortos de aproximadamente diez páginas cada uno; la segunda, Mármara, consta de dos relatos. “Mármara”, relato largo o nouvelle, es la historia de una amistad. Dos mujeres de mediana edad que habían compartido la adolescencia se reencuentran en España. Mara es una chaqueña arrolladora y sabia y la que narra en primera persona se llama Inés. Pero de su nombre nos enteramos bien pasada la mitad del relato y es apenas una pista más para confirmar el carácter autobiográfico de lo que se está contando. Mara e Inés hablan en voz baja mientras juegan al scrabble y repasan “momentos determinantes, nudos alrededor de los que se teje la trama de una vida: la muerte del hermano, del que conservaba un zapatito de bebé como un amuleto en un estante de la biblioteca, una amenaza de cáncer a los treinta años, la entrada y la salida de la militancia, los grandes amores, su primer hijo, la decisión de venir a España, la muerte de la hermana y del padre... Empatábamos en hijos y en muertos”.

En todo el volumen, como en este párrafo, Inés Fernández Moreno deja claro, sin estridencias, desde dónde cuenta sus historias. En sus cuentos, hechos de detalles cotidianos, cómicos o trágicos, siempre está definida la posición política de la voz narradora. Una voz que describe y en muchos casos desmantela con precisión y piedad las características de la idiosincrasia de la clase media argentina. Así, “Confesiones en un ascensor” es un equilibrado relato en donde es tan importante lo que se cuenta, lo que se insinúa, como lo que se calla, con un muy femenino punto de vista que se detiene hasta en la pelusa en el pantalón del protagonista masculino; “Hombre en la taberna” realiza un paralelismo entre la visita a una exposición de cuadros de Picasso y una relación de pareja que se desmorona; en “Truhanes” asistimos a la hilarante pasión etimológica de una familia excéntrica, experta en velorios; “En la periferia” es la historia de una militante montonera chupada por los milicos cuando es internada con una hemorragia de parto en el hospital Rivadavia, vista por quien la ayudara en esa noche nefasta y recibiera sus pobres y pocas pertenencias como testimonio de una suerte y un destino; “Pensamiento lateral” es un relato carveriano (pero a la Fernández Moreno): los datos mínimos para armar el malestar de su protagonista adolescente y del lector. Varios de estos relatos describen el resentimiento del argentino exiliado como una ridícula, simpática y orgullosa furia de cabotaje. Es imposible no relacionar la poética de la autora con el sencillismo creado por el gran poeta que fuera su padre.

Volviendo a la historia que da título al libro, las dos amigas realizan un viaje al pueblo del abuelo de Inés, una especie de road movie apacible en donde al principio el encuentro con las cosas defrauda (hay incluso un busto del abuelo que no se parece en nada al abuelo). Pero al final, cuando las dos amigas se están por ir, ocurre “el momento epifánico que justificaba y hacía estallar por fin aquel viaje de sentido”. “Queréis unas quimas”, dice el dueño de casa. “Quimas, dijo, y esa palabra, como la magdalena de Proust, produjo su efecto de eternidad.” Es en este momento en donde aparece como una revelación esperada el nombre de la protagonista que narra: Inés. “Las palabras y las cosas se abrazaron amorosamente ante mí, como si fuera la primera vez. Esa era la huella que, sin saberlo, yo había seguido, y había encontrado.”

En todos los cuentos de Mármara se siguen huellas; se busca, detrás de las historias, una identidad.

La militancia política, la violencia militar de la última dictadura, la crisis de 2001 son telones de fondo. En primer plano siempre están los ricos detalles de las vidas particulares retratadas con pasión de coleccionista.

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