Domingo, 29 de noviembre de 2009 | Hoy
Parte de un catálogo dedicado casi exclusivamente a libros sobre música, la obra del musicólogo Jean-Jacques Nattiez aborda a Proust más allá de la sonata de Vinteuil.
Por Diego Fischerman
Proust músico
Jean-Jacques Nattiez
Gourmet musical
120 páginas
Schopenhauer piensa a la música como la más alta de las artes: es la única que no está condenada a la mímesis. Y Proust aspira a que su obra sea, en cierto sentido, musical. Están, por supuesto, las alusiones de En busca del tiempo perdido, y las reflexiones acerca de la obra de Vinteuil, su Sonata y el “pequeño tema” y, más tarde, el Septeto. Y el telón sobre el que estas “variaciones” se imprimen es el de la concepción musical de Schopenhauer y, eventualmente, el de su brazo armado musical, Richard Wagner. Proust músico, del notable musicólogo canadiense Jean-Jacques Nattiez –uno de los próceres de la semiología musical– parte de lo que todo lector de Proust y amante de la música se ha preguntado alguna vez (¿cómo suena la música que habita su obra; cuáles son sus fuentes reales?) y llega, a través del propio escritor, a los préstamos entre las distintas disciplinas artísticas en su manera de verse a sí mismas.
El libro, unas cien páginas netas de texto concentrado, fue publicado por una empresa a la que podría definirse, como mínimo, como aventurera, El Gourmet Musical. Esta editorial independiente y casi unipersonal, comandada por el también musicólogo Leandro Donozo, se dedica exclusivamente a los libros sobre música y sus intereses van desde el catálogo de publicaciones –el Diccionario bibliográfico de la música argentina (y de la música en Argentina), del propio Donozo e imprescindible para investigadores–, hasta artículos académicos acerca de Piazzolla (Estudios sobre la obra de Astor Piazzolla, editado por Omar García Brunelli) o el revelador Xul Solar, un músico visual de Cintia Cristiá. También ha reeditado Cómo vino la mano, la versión acerca del comienzo del rock en Argentina de Miguel Grinberg, acaba de publicar Leopoldo Federico, el inefable bandoneón del tango, de Jorge Dimov y Esther Echenbaum Jonisz, y anuncia un trabajo sobre el mítico Tito Francia, uno de los fundadores del Nuevo Cancionero mendocino, una recopilación de estudios acerca de la relación entre los compositores académicos y el tango, editada por Esteban Buch, y un trabajo sobre los estilos compositivos en el tango, de 1920 a 1935, de Pablo Kohan.
En Proust músico, la introducción se titula Más allá de “la frasecita”, y el libro, más allá de la frasecita y de sus posibles fuentes (Saint-Saëns, Fauré, Franck), abunda, sobre todo, en la relación de la obra proustiana con la música de Wagner y, en particular, con la idea de la representación en música y de esa clase de sentido más allá de las palabras –y de la mímesis– que el Romanticismo creyó encontrar en el sonido y que Schopenhauer puso en palabras. En el final, sin embargo, Nattiez se permite la duda. “Pues, aunque un cuarteto de Beethoven puede darnos la impresión de tocar la esencia última y profunda de las cosas, sentimiento que probablemente habría que explicar a través de la psicología y no de la metafísica –dice–, aunque ese cuarteto de Beethoven deba ser reconocido por todos como la encarnación de lo sublime, nada nos impedirá constatar que fue escrito a comienzos del siglo XIX por un tal Beethoven, que lo abandonó, por intermedio de una partitura, a la incertidumbre de la posteridad y a la reacción incontrolable de los receptores. La obra de genio, si es que existe el genio, no es una encarnación de la Idea o una imagen de la Voluntad. Es una representación contingente. A menos que existan en alguna parte, proposición escandalosa, universales de lo Bello”.
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