Más allá del género de “literatura para chicas”, Te pido un taxi recrea una historia de amistad femenina y la siempre particular experiencia de escribir un libro entre dos.
› Por Ignacio Molina
Ni en la tapa ni en la contratapa: sólo en la página de legales, en letras pequeñísimas junto a los datos técnicos del libro, se anuncia que Te pido un taxi pertenece a una colección de chick-lit. Y una atención similar a la que –sólo en apariencia, claro– le dan los editores a ese hecho, deberían darle los lectores. Porque si bien sus narradoras cumplen con los requisitos (son mujeres de alrededor de treinta años, profesionales, sin hijos, conflictuadas sentimentalmente), la novela merece leerse sin los prejuicios que consideran al chick-lit (vocablo que se traduce como “literatura para chicas”, pero que conlleva algo despectivo en su diminutivo original) un género superficial y menor. Y no sólo porque las protagonistas traspasan sus límites; también porque el valor literario de sus páginas así lo amerita.
Julia y Bárbara, los personajes creados por Mercedes Halfon y Fernanda Nicolini para escribir su historia a cuatro manos –apropiándose cada una de una voz en capítulos intercalados–, atraviesan momentos difíciles. La primera acaba de cortar una relación de pareja y, en el mismo movimiento, de quedarse sin casa y sin negocio. La segunda pasa por relaciones efímeras e insatisfactorias y llegará a un punto de inflexión en su carrera laboral. Sus vidas son narradas en un tono más influenciado por el humor corrosivo de Lorrie Moore que por el romanticismo edulcorado de El diario de Bridget Jones. Sucede que estas chicas sufren por amor, sí, pero no quedan paralizadas a la espera de un príncipe azul que venga a solucionarles la vida; no recurren a eufemismos para hablar de cuestiones relacionadas a las drogas o al sexo (ilustrativa es, en tal sentido, la escena en que Bárbara califica a los invitados a una fiesta de acuerdo a la imagen que se hace de sus partes viriles); y no buscan vivir sus historias a través de los hombres sino que salen a buscarlas, como en el viaje que emprenden por la ruta y que desemboca en un trip de ácido en un campo de Lobos.
Te pido un taxi es, sobre todo, una novela acerca de la amistad femenina. Sus conflictos funcionan, en última instancia, como incentivos para cimentar esa relación honesta y desinteresada hecha en base a confesiones, largas charlas telefónicas e intercambios de prendas, risas y lágrimas. Las mujeres, en mayor o menor medida (según su edad y su entorno social), se sentirán identificadas. Y los hombres que se animen a meterse en ella experimentarán las mismas sensaciones que pueden atravesar al oír una conversación de chicas desde la habitación de al lado: asombro, indignación o pudor, pero jamás indiferencia.
Para un periodista, acuciado en su tarea cotidiana por la hora de cierre, el posible corset estilístico y los límites espaciales, incursionar en la literatura suele ser un problema: tanta libertad puede resultar abrumadora. Sin embargo, las autoras de Te pido un taxi (periodistas de oficio y casi debutantes en la ficción narrativa) supieron sacar provecho de esa libertad: se enfrentaron sin prejuicios al páramo que es una novela por hacerse y escribieron con soltura una historia en la que se destacan la fluidez de la prosa y el oído atento al coloquialismo para construir diálogos verosímiles y efectivos. A Halfon y a Nicolini les calza bien el traje de escritoras; sin pretensiones desmedidas, con humildad y elegancia, comenzaron a mostrarlo por una pasarela que debería extenderse más allá de la última página de esta interesante primera novela.
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