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Domingo, 24 de enero de 2010

El último beatnik

Cuando todo estaba dicho, aún faltaba algo por decir. Nada nuevo sino un inquietante retorno de Bukowski a través de relatos y artículos inéditos o publicados en revistas under entre 1944 y 1990. Un regreso a la cerveza, la calle, John Fante, Chinaski y el humor de perros del más carismático de los perdedores.

 Por Juan Pablo Bertazza

Fragmentos de un cuaderno manchado de vino

Bukowski

Anagrama 360 páginas

“Nací bastardo –es decir, fuera del matrimonio– en Andernach, Alemania, el 16 de agosto de 1920. Mi padre era un soldado americano; mi madre, una moza boba alemana. Me trajeron a Estados Unidos a los dos años, primero a Baltimore, luego a Los Angeles, donde desperdicié la mayor parte de la juventud y donde vivo hoy en día.”

“Nací en Andernach, Alemania, el 16 de agosto de 1920, hijo bastardo de un soldado americano. A los dos años me trajeron a Estados Unidos y tras un par de meses pongamos en Baltimore me trajeron a Los Angeles, y tras la madurez (?) vagabundeé por el país al azar, de aquí para allá, arriba y abajo, dentro y fuera, pero siempre regresaba a Los Angeles y aquí vivo hoy en día en un ruinoso patio delantero a la salida del Sunset Strip de los pobres.”

No se trata de un error ni de una mera repetición. Esto que podría compararse, en el terreno de la música, con dos tomas de grabación del mismo tema, son los comienzos de El viejo indecente se confiesa y La escena de L.A., respectivamente; dos textos incluidos en Fragmentos de un cuaderno manchado de vino. Relatos y ensayos inéditos (1944-1990) de Charles Bukowski.

En primer lugar, cabe decir que las obras que integran este volumen no son, en rigor, inéditas ya que provienen, en su mayor parte, de revistas literarias y prólogos de libros, aunque, efectivamente, la mayoría no se habían publicado en castellano. Lo otro, más allá de la aclaración técnica, es más bien una pregunta: ¿qué significa la palabra ‘inédito’ en el contexto de la obra de un escritor que parece haber quemado las naves de la escritura, agotando en seis novelas, miles de poemas y cientos de relatos breves todo lo que tenía que decir? ¿Qué significa leer los textos inéditos de un escritor que, como Bukowski, despierta la adicción de la papa frita (si leés una, leés todas)? Como un susurro después de un grito, como volver cuando parecía dicha la última palabra, estos ensayos y relatos vienen a decirnos, como al principio de esta nota, justamente, quién fue Bukowski como persona, es decir, como escritor. La carta de presentación de quien ya no está más entre nosotros. Y entre tanta autorreferencia, entre tanta poética –sus relatos tratan sobre el proceso de escritura de escritores a los que no les gusta hablar de su escritura ni tampoco de literatura en general, al igual que sus ensayos hablan y, al mismo tiempo, esconden lo que él se propone escribir–, lo que se vislumbra es, sobre todo, la inmediatez que pide, destila y propone la literatura de Bukowski. Una inmediatez que lo emparienta con la modernidad líquida, y con ese grupo beatnik que lo tomó como referente aunque a él le provocara una relación de amor/odio (en La escena de L.A. recuerda muchas de sus andanzas junto a ellos), pero sobre todo con el prolífico y fértil pesimismo de E. M. Cioran que recomendaba, de manera imperativa, “no reducirse a una obra; decir sólo algo que pueda susurrarse al oído de un borracho o de un moribundo”. Inmediatez en la escritura –artificial, retorizada, retorcida o no, poco importa–, pero inmediatez también en la lectura. A lo largo de todo este libro que reúne excelentes relatos –especialmente, Consecuencias de una larga nota de rechazo y Difícil sin música, que tiene una marca carveriana antes de Carver– y ensayos –especial atención merecen Un delirante ensayo sobre la poética y la condenada vida escrito mientras bebía media docena de latas de cerveza (altas), los Fragmentos de un cuaderno manchado de vino que aportan con toda la fuerza de su inmediatez el título al libro y En defensa de cierta clase de poesía, cierta clase de vida, cierta clase de criatura llena de sangre que algún día morirá–, Bukowski despotrica contra los escritores establecidos y cómodos, contra los profesores de literatura y contra todos aquellos que están obsesionados con la victoria (esto último es lo que le molestaba de Hemingway). Para Bukowski, el único éxito que valía la pena era poder conservar algo en el momento inmediatamente posterior al instante en que se perdió absolutamente todo. En una reseña que hace de una reedición de Artaud, acaso su escritor preferido junto a Céline y John Fante, Bukowski cierra la nota diciendo: “Cuando estás de capa caída, la lectura de algunas de estas frases te harán recobrar el ánimo para intentarlo de nuevo. Lo único que tienes que hacer es tocarlo”. En Conozco al maestro, excelente cuento dedicado a su admirado Fante, apunta hacia lo mismo: “Necesitaba leer algo que me ayudara a sobrellevar el día, a cruzar la calle, algo a lo que agarrarme”. La catarsis como discurso terapéutico, la literatura como un salvífico maletín de primeros auxilios que, necesariamente, debe ser frontal, conciso y absolutamente despojado de adornos y sinuosidades. Una dosis que apenas ingerida empieza a generar sus efectos. Acaso ésa sea la mayor virtud y el mayor defecto de Bukowski: saber que acaso no va a aportarnos mucho cuando estemos encaminados, saber que va a darnos todo –lo primero, lo esencial– cuando estemos perdidos.

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