Dom 31.01.2010
libros

El caso Dora

Distintas voces para reconstruir la vida de una mujer y el destino de unos seres abatidos por la desdicha.

› Por Juan Pablo Bertazza

Dora colecciona hechos

H. F. Herrera

Grupo editor latinoamericano

198 páginas

“Un destino merece ser reconstruido como un crimen y reescrito como una hagiografía” dice uno de los personajes de Dora colecciona hechos, la última novela del poeta cordobés H. F. Herrera. Y todo parece indicar que esa frase guarda por detrás una poética de lo que el autor lucubra en sus novelas: rastrear la vida de personajes abatidos por esos momentos en que la existencia “abre su cola de plumas traicioneras”, tal como sucedía en El apocado (2006). En este caso la muerta viva es Dora, una mujer que abandona de muy joven sus inquietudes plásticas y literarias para formar una familia, hasta que la muerte de su marido, primero, y la muerte de su hijo Tony en un confuso episodio de picadas, después, la arrastran de nuevo a su vocación artística. En torno de su ausencia se congregarán, como aves de carroña, las voces de otros varios personajes para contar la historia de ella: Félix, un sobrino de Dora que utiliza sus contactos para meter presión en la Justicia y encauzar la causa que dará con la condena del asesino de Tony; Raquel, conflictuada novia de Tony, que lo acompañaba durante el accidente; un viejo amante que se reencuentra con Dora cuando ya queda poco de ella y Angel Ceballos, un amigo que estuvo durante muchos años secretamente enamorado de ella y que, al aceptarla como paciente, corre el riesgo de quien debe volver a ver después de muchos años una película que lo maravilló en su juventud, mientras ausculta “no sólo el discurso de Dora, sino lo que su cuerpo y su mente murmuran”. Siguiendo una lógica de muñecas rusas, también explorada en El apocado, Dora intenta reconstruir, a su vez, la vida de Tony, a partir de anotaciones en un cartapacio y collages de noticias y sentencias con los que intenta duplicar la realidad a la manera del célebre mapa borgeano, acaso para mantener viva su memoria: “No buscaré algo artístico, sino una duplicación exacta de la realidad, una reproducción sin ningún comentario ni aditamento, sin ningún elemento de la imaginación. Nada de transformación”.

Salvando el hecho de que los pasajes del libro en los que se habla de Dora son muy superiores a aquellos en los que Dora habla, Herrera logró profundizar una grieta que ya había propuesto en su primera novela: abrirse paso en el bosque de algo parecido a una narrativa total, que incluye acciones pero también el frondoso terreno de la psicología –los sueños narrados por Herrera tienen la extrañísima virtud de ser verosímiles– mediante algunas herramientas claramente poéticas –frases y hasta tramas que se arman por asociación: “yo, avejentado, ave ajada, ave Fénix”; “en el único pub de Unquillo escuchamos una bossa nova y se nos ocurre pasar el invierno en Río de Janeiro”–.

Quienes protagonizan estas historias también combinan el yo lírico con la descripción objetiva del (anti)héroe novelesco; personajes fracasados y abúlicos pero dueños también de una notable energía que concentran en sus devaneos mentales, algunas veces exasperantes pero también extremadamente lúcidos, bellos y esclarecedores, como cuando la misma Dora se queja de los hombres que la amaban, de joven, por su inteligencia: “No les basta tu cuerpo, tu sentir, quieren tus pensamientos, hacer suyo lo que jamás podrá pertenecerles”.

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