› Por Alicia Plante
El personaje central de ésta y de otras diez novelas policiales de Andrea Camilleri es Salvo Montalbano, un comisario siciliano de cincuenta y pico de años cuyo nombre, según el propio autor, es un pequeño homenaje a su admirado Manuel Vázquez Montalbán, el escritor y ensayista catalán muerto repentinamente unos cuatro años atrás. El guiño va un poco más allá del nombre, ya que a través de inclinaciones y capacidades compartidas por los dos, aparece algo como una hermandad entre el comisario Montalbano y Pepe Carvalho, el detective privado surgido de la colorida paleta verbal de don Manuel.
Como Pepe, Montalbano sufre por el devastador avance de aquel fenómeno comúnmente denominado “progreso”, capaz de cobrarse impunemente con la demolición de bellísimos e irremplazables monumentos la disponibilidad de dudosos bienestares. Igual que él, Montalbano es un confeso sibarita y, como tal, durante los ardientes días de agosto que aquí describe, es capaz de caminar bajo el mortífero sol del mediodía hasta la cantina de su amigo Enzo y regodearse con los delicados platos que prepara y ante los cuales Camilleri se detiene con evidente placer.
A través de sus personajes, el autor pinta un cuadro político siniestro para la región siciliana que, en términos de un proyecto nacional, hace extensivo a toda Italia. Es tal el nivel real de corrupción y “entongue” que describe, que el lector acompaña el desarrollo de la trama con un sentimiento de impotencia y frustración idéntico al del comisario. Así, aunque ninguna autoridad real sea mencionada con nombre y apellido, el lector identificará sin dudarlo al líder aludido y a los capomafia sicilianos. Montalbano no es, sin embargo, un personaje heroico ni con móviles políticamente comprometidos detrás de su accionar. Puede circular con razonable comodidad por andariveles transgresores si le dan acceso a objetivos inalcanzables por la vía ortodoxa –aunque después se sienta incómodo consigo mismo–; puede mentir a sus superiores cuando interfieren con designios a veces pueriles, como el de dormirse una siesta en su despacho, o puede representar una traición a su perfil casi ingenuo al balancearse al borde de la infidelidad a Livia, la novia de siempre.
Hay un incidente que recorre el libro y que alude sin tapujos a la actual política de los países europeos respecto de la migración hacia sus territorios de habitantes de antiguas colonias que, hasta obtener la independencia, fueron víctimas de políticas explotadoras y esclavizantes que los dejaron sumidos en la desnutrición, la ignorancia y la pobreza extrema: un inmigrante ilegal árabe, que trabajaba como albañil en una de las obras de un protegido de la mafia, se mató al caer de un andamio sin las barandas obligatorias. El comisario se ocupa de este hecho, ocurrido seis años atrás, juntamente con el delito central de su investigación: un cadáver encontrado en un viejo baúl, donde estuvo escondido la misma cantidad de años hasta su descubrimiento absolutamente casual.
Montalbano, haciendo gala de la suficiente picardía y poder deductivo para ser consagrado como un detective respetable, pasa a manos de una mujer hermosa la vergüenza que merecía pasar. Ante esto es capaz de reírse de sí mismo, y finalmente logra resolver todos los misterios y hacer justicia.
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