Domingo, 28 de febrero de 2010 | Hoy
Relatos intimistas y con vínculos cruzados en los que viajes externos e internos marcan las búsquedas de los personajes.
Por Omar Ramos
“Recordar es volver a pasar por el corazón”, explica el epígrafe de El Libro de los abrazos, de Eduardo Galeano. Es lo que hace el protagonista de “El Nudo”, y también Eva, la del relato “Las manos” y los dos personajes de “La soga”. Estos tres relatos integran Soltar amarras, de Ariel Pavón, profesor y licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Con un tono evocativo y nostálgico de la niñez y juventud, y un estilo llano, la historia del protagonista en “El Nudo” se presenta con una intriga desde el comienzo que atrapa y converge en un final de resultado ambiguo que pondrá a funcionar la subjetividad del lector.
“Habría que ver quién puso el candado”, se pregunta en la primera línea el protagonista. Tratará de deshacer el nudo en su intento por volver a abrir su pasado con Lidia después de diez años y para ello debe recordar, volver al barrio de su infancia, retomar las sensaciones de aquella época y cerrar la historia con esa mujer “de sonrisa hermosa y mirada triste” que quería irse de su casa.
En “Las manos” el estilo es más elaborado y el ritmo más lento, y las inflexiones y la descripción del paisaje, en su intento por asociarlo con momentos de la trama, resultan un tanto reiterativas. El azar reúne a Eva y Dana, en un viaje sin destino prefijado, donde las circunstancias desencadenan una atracción entre ambas en una lucha por vencer prejuicios y acercarse a la libertad. La acción se desarrolla en un pueblo donde Dana vende sus artesanías y Eva sigue escuchando y recordando la voz imperativa de su madre hasta que la presencia de un joven, músico y bohemio, agrega incertidumbre a la relación de las mujeres.
Es un texto intimista, fragmentario, que hurga en los recuerdos para desentrañar la verdadera identidad; en el caso de Eva debe vencer los mandatos de su madre, y Dana, con una personalidad más definida, afrontar los riesgos de su decisión.
En “La soga” los protagonistas también recuerdan y emprenden un viaje, pero en este caso su tránsito tiene un objetivo determinado y aciago que se develará al final del relato, esta vez con un resultado definido. Los tres textos autónomos tienen en común protagonistas aferrados a su pasado, en viajes externos e internos, que emprenderán búsquedas fuera de su ciudad para adentrase en el conurbano o en pueblos del interior –hay una referencia en el último relato a Entre Ríos y a un espacio de tierra colorada–, se alojan en hoteles o pensiones modestas y los hechos que viven producen en ellos transformaciones emocionales de peso.
“Se mueva hacia donde se mueva, dice el narrador en ‘La soga’, no hará más que seguir el círculo más o menos amplio que le permite realizar la soga que lo ata al centro de algo.” El centro que sujeta a este protagonista también puede extenderse al de los otros relatos en una introspección que finalmente los lleva a soltar las amarras de los afectos y a encontrarse a sí mismos.
Hay desviaciones en la última historia hacia subtramas de mujeres que se llaman como las protagonistas de “Las manos”, sólo que ahora Eva es diestra para tejer con las manos y no está bloqueada por la destreza de su madre. ¿Será tal vez la misma Eva que pudo deshacerse de la competencia de su madre? ¿Será Lidia la que buscaba el protagonista de “El nudo”? Se podría aventurar que no es una coincidencia que el protagonista de “El nudo” estudie violín y en “Las manos” el joven que encuentra a las chicas sea un violinista.
En suma, Soltar amarras es un conjunto de cuidados y reflexivos relatos, –no es una novela en el sentido clásico– que abrirán conjeturas en lectores que gustan de una literatura que va más allá de los cánones de los géneros literarios y las historias convencionales.
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