Dom 24.11.2002
libros

RESEñAS

Jaque a la reina

PRIMERAS DAMAS ARGENTINAS
Julio A. Sierra

El Ateneo
Buenos Aires, 2002
276 págs.

POR JORGE PINEDO
Más que una yunta de bueyes tira, se dice, un solo ejemplar de vello púbico femenino. Adjudicado a Domingo Faustino Sarmiento, el célebre apólogo multiplica su certeza no sólo por la reconocida sapiencia de su potencial autor (que jamás permitió que ningún capricho capilar lo arrastrara, más bien todo lo contrario), sino por las oportunidades que la vida política argentina ha ofrecido para corroborarlo. No tan numerosa como potente, la catadura de las cónyuges del Poder magnifica hasta el grotesco el nepotismo, la codicia, la improvisación, en fin: la caracterización del Estado como propiedad privada que distingue a los gobiernos vernáculos.
De Encarnación Ezcurra a Chiche Duhalde, el recorrido emprendido por Julio A. Sierra (Mendoza, 1948) comprende un panorama intenso, paradigmático, destinado a comprender ese pliegue de los gobiernos que muchas veces brinda asidero al ancla de lo arbitrario, la traición y la irracionalidad. Cuando no, proporciona a los hombres del poder un cariz –cada tanto una acción– impensado en un principio. De Evita a Isabel Martínez, los abismos esconden en sus fondos heroísmos y miserias. De Juana del Pino y Vera de Rivadavia a Regina Pacini de Alvear, el amor y la sumisión —superpuestos— alejan cualquier reivindicación de género para encarnar la figura ejemplar de mujer que ansía el espíritu conservador extendido hasta nuestros días.
Suerte de fiction-non-fiction retrospectiva, de narrativa experimental escabullida del periodismo, la prosa de Sierra recupera al novelista (La Ñusta Ortiz, 2000) y mantiene una filosa equidistancia entre la historia oficial y el revisionismo, entre las versiones de los adulones y la de los detractores, entre los chismes de los burócratas y las apologías de los advenedizos, valiéndose de un ritmo de frases cortas y conceptuales. Como cuando coloca en escena a Eva Duarte: “Tenía 26 años. Sabía lo suficiente de la vida como para no hacerse demasiadas ilusiones. Había que aprovechar el momento y ella se disponía a hacerlo”. Pero Primeras Damas argentinas también incurre en la ironía y el sarcasmo para definir lo indefinible: “La función de primera dama la cumplió Zulemita Menem, que se destacó por algunas gaffes protocolares y por un tren de vida poco acorde con la discreción republicana”. Cortesía literaria que se vuelve contundencia histórica cada vez que los adjetivos dejan lugar a los acontecimientos, siempre relatados por testigos, cronistas y fuentes rigurosamente fundadas.
En un ámbito en el que la discreción propia de la intimidad se entrecruza y desvanece con la irremediable exposición de lo público, lo singular se torna obsceno en un santiamén. Tratar esos detalles sin precipitarse en la pornografía exige fundamentar la toma de posición subjetiva: “Encarnación Ezcurra de Rosas fue la mujer del siglo XIX que más cerca del poder estuvo. Lo ejerció sin piedad y con obstinación. Su amor por los pobres, posiblemente auténtico, no tenía nada de revolucionario. Era la forma aristocrática y paternalista de hacer política que ella conocía. Como mujer, se vio despreciada por la sociedad a la que pertenecía; la política no era para el sexo débil”.
Primeras Damas argentinas tampoco aspira a revolucionar la historiografía. Logra, sin embargo, poner en cuestión el sustantivo del título.

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