Una novela que se sitúa en los años del cerco de Sarajevo, plantea una recreación de las condiciones para sobrevivir en un mundo abandonado a sus propias reglas y sin salida aparente.
› Por Martin Kasañetz
“¿Por qué cruzamos la calle los ciudadanos de Sarajevo?”, pregunta con humor negro uno de los personajes de esta novela. Y se contesta: “Para llegar al otro lado”. Esta podría ser únicamente una dudosa broma excepto por el hecho de que transitar las calles de Sarajevo entre 1992 y 1996 no fuese una lotería trágica, ya que se encontraban saturadas de francotiradores asesinos. Cada uno de los diferentes documentales que testimonian lo que fue el cerco de Sarajevo tiene como punto de coincidencia la necesidad de la gente de correr por las calles para evitar las balas de los francotiradores ubicados en las montañas que rodean la ciudad. Steven Galloway, en su tercera novela, primera que se publica en castellano, toma como punto de partida la historia real de Vedran Smailovic, primer violonchelista de la Filarmónica de Sarajevo, que se sentó en la calle por 22 días a tocar el Adagio de Albinoni en honor a las 22 personas que vio morir durante un bombardeo en una panadería. Este hecho aislado en una ciudad en guerra impacta en la vida de los ciudadanos y en particular en tres de ellos. Los personajes principales de El violonchelista de Sarajevo son absolutamente diferentes entre sí, excepto por dos coincidencias fundamentales: primero, que permanecen aún con vida, escapando a la inminente muerte que la ciudad les brinda en cada rincón; y segundo, porque intentan recordar cómo era su vida antes de la guerra. Galloway realiza una pregunta que toma como disparador para su escritura: “¿Qué sucede en este mundo en que dejamos que nos digan a quién se supone que debemos odiar? Pasado un tiempo, se pierde el significado principal de donde nació ese odio y sólo se odia por el hecho de hacerlo”.
El pensamiento lógico mediante el cual las personas que corren por las calles intentan descifrar quién resultará un blanco probable a la vista de los francotiradores, es aterrador. Ellos buscan interpretar la elección de los soldados para saber qué movimientos no realizar o qué características no revelar al momento de cruzar la zona de riesgo.
También está presente en la novela el temor por la indiferencia internacional. “El mundo nunca permitiría que eso ocurriera. Tarde o temprano tendrán que ayudarnos”, dice un personaje para que rápidamente le respondan: “No va a venir nadie. Estamos solos aquí y nadie va a venir a ayudarnos. ¿Es que aún no lo sabes?”. De este reclamo humanitario se conocen algunas respuestas. Una de ellas fue la de Juan Goytisolo con su Cuaderno de Sarajevo, uno de los pocos intelectuales que se hizo presente en la zona como corresponsal de prensa junto a Susan Sontag para describir lo que sucedía. Goytisolo reclamó el desinterés internacional del resto de Europa y del mundo, así como también de la ONU.
La situación itinerante de los personajes en el texto tiene clara justificación en sus necesidades: todos están intentando buscar lo necesario para sobrevivir. Algunos atraviesan la ciudad en busca de pan, y otros realizan un análisis geográfico para cruzar las calles menos inseguras en busca de agua. Quizás el caso más expuesto es el de Flecha, una francotiradora que lucha contra los hombres de las montañas. Esta mujer realiza una constante observación sobre sí misma, intentando diariamente no realizar ningún tipo de acción que no le permita a su conciencia volver a ser quien era antes de la guerra.
“El violonchelista hace exactamente lo que necesita hacer y más en una situación de guerra. El arte, tanto los libros como la música son aditamentos increíblemente humanizadores en momentos de desolación total”, señala Galloway. Estos personajes descubren que la verdadera muerte es perder eso que eran antes de la guerra, y es por eso que cada uno, a su forma, empieza el camino de regreso a sí mismo, a la rutina de su vida, sin importar lo que suceda.
La escritura simple y de tinte realista acerca de la vida de estos habitantes hace de El violonchelista de Sarajevo un texto en donde abundan las reflexiones subjetivas, pero dentro de un marco histórico que actúa como refuerzo de su estructura. Galloway dedica sólo una pequeña parte de la novela a la historia del violonchelista ya que, según sus propias palabras, “no es tan importante su acción en sí sino lo que de ésta resulta en la vida de los demás ciudadanos. Quizás éste sea el significado de la novela, ya que no es importante qué sucede en el libro sino lo que de su lectura afecte a los lectores”.
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