Las relaciones entre el nuevo tango de Piazzolla y la música popular brasileña hasta ahora no habían sido exploradas en toda su riqueza y correspondencias. Este ensayo de Enrique Strega viene a saldar esa deuda con creces.
› Por Diego Fischerman
Todas las historias tienen un comienzo, empieza diciendo Bossa Nova y Nuevo tango. Y, como en todo libro que se precie, en el origen de éste hay una pregunta. Algo que inquieta. El enunciado de un recorrido aún no transitado, en todo caso, que el autor se dedicará a rastrear. La pregunta de Enrique Strega tiene que ver con la lectura de una de las biografías de Astor Piazzolla, la de María Susana Azzi y Simon Collier (El Ateneo), con la aparición allí de una frase en la que se hace referencia a la riqueza de las relaciones entre el bandoneonista y la música brasileña pero, sobre todo, con la pasión por ambas músicas. Y si Piazzolla encontró en Brasil, tanto en el público como en los músicos, una generosidad y una apertura de ideas con las que no contó con facilidad en la Argentina, este libro se dedica a desbrozar con meticulosidad esa red de afinidades, más allá del mero anecdotario.
La hipótesis de Strega no tiene que ver con posibles similitudes estilísticas entre Piazzolla y las revoluciones musicales que atravesaron la historia brasileña en el último medio siglo, desde la bossa nova al tropicalismo y el MPB, sino con la cuidadosa reconstrucción de un mundo cultural como el brasileño que, independientemente de sus propios logros artísticos, no podía no generar un sustrato de avidez por lo nuevo aun cuando llegara desde otro lado. En ese sentido es claro que, a diferencia de quienes habían aportado con su creatividad a los grandes cambios musicales argentinos del siglo, más preocupados por cuidar su lugar en el panteón que otra cosa, sus pares brasileños estaban dispuestos a celebrar los logros ajenos. Y, sobre todo, a dar rienda suelta a la demostración de esa fascinación. Vinicius de Moraes, Milton Nascimento, Egberto Gismonti, César Camargo Mariano y quien era su mujer en los comienzos de la década de 1970, la cantante Elis Regina, no sólo encontraron en Piazzolla una música potente, poderosamente original, única en su sonido y en sus proyecciones, sino que lo hicieron público. Concurrieron a sus conciertos, hablaron de él cada vez que pudieron y lo festejaron como lo que realmente fue: uno de los compositores de música artística de tradición popular más importantes de su época.
Bossa Nova y Nuevo tango bucea en los parentescos no tanto de los resultados como de los presupuestos. Piazzolla y los grandes creadores brasileños no hicieron las mismas músicas pero hicieron músicas que partían de necesidades similares. En particular la de desarrollar una estética compleja, tridimensional y desafiante para la escucha a partir de tradiciones populares. Y, sobre todo, músicas capaces de responder a la vez a un sentido de pertenencia cultural, a una tradición identificable con lo nativo –en cualquiera de sus facetas– y, también, al imperativo de modernidad –y hasta de ruptura– que esos años imponían. Escrito con estilo ameno y sin impostaciones de ninguna clase, este libro traza una breve historia de la bossa nova y sus derivaciones, y también de los afanes de renovación en la Argentina. Pero no se queda en la enunciación de los posibles paralelismos y en el señalamiento de las innumerables diferencias sino que ahonda en las influencias que el jazz tuvo en ambos y, en particular, en la documentación de la recepción de la música brasileña en Buenos Aires y de Piazzolla en Brasil. Azzi y Collier decían que “podría escribirse (y tal vez se escriba) todo un libro sobre los lazos de Astor Piazzolla con el panorama musical brasileño”. Ese libro acaba de escribirse.
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