Domingo, 27 de junio de 2010 | Hoy
Era una crítica de arte tan respetable como asentada cuando en 2001 rompió todos los esquemas al publicar La vida sexual de Catherine M, donde narró meticulosamente sus experiencias eróticas, incluyendo el sexo grupal multitudinario. Ahora es el turno de Celos (Anagrama), donde retoma uno de los tópicos más caros a los franceses. Con ambos libros, Catherine Millet empieza a cerrar el círculo de esta sorpresiva autobiografía en episodios.
Por Juan Pablo Bertazza
Volvió la que estaba de vuelta, y pasó de estar en celo a estar celosa. Ocho años después de la publicación de La vida sexual de Catherine M (2001), donde contaba quirúrgicamente sus peripecias sexuales en grupos de hasta 150 personas en clubes, plazas, veredas y casas de amigos, la prestigiosa crítica de arte y fundadora de la revista Art Press publicó el año pasado una especie de segunda parte de su autobiografía sexual que tiene algo de contraejemplo, de contracara de aquel libro que vendió casi 3 millones de copias en medio centenar de países.
Si en aquel libro el lector se perdía en un bosque de nombres y genitales, ahora Catherine Millet se concentra en los engranajes de la masturbación (“el trabajo es el medio por el cual la sociedad presiona a una persona; pero cuando ella lo acapara, es la vía de escape; hay una analogía ahí con el clítoris, vivamente friccionado por la mano de la masturbadora hasta la exasperación y la escapatoria del orgasmo”), los celos (“cuando realizamos una dolorosa indagación celosa, siempre estamos dispuestos, por cobardía y agotamiento, a renunciar a la supuesta verdad que, sin embargo, buscamos encarnizadamente”) y en su relación más o menos estable, más o menos en crisis con el escritor Jacques Henric, a quien ya había conocido alrededor del año 1972 y quien, en consecuencia, también había participado de esa época en la vida de Millet en que estaba siempre al pie del cañón, disponible para cualquier persona que se le pusiera enfrente.
Resulta extraño que este libro que acaba de publicarse en español lleve por título Celos, cuando esa palabra aparece sólo dos o tres veces, mientras que las palabras “puerta” y “ventana” abundan en las páginas del texto. Y, sin embargo, es un libro sobre celos de la misma forma que el anterior era un libro no pornográfico sobre sexo explícito. El título original de esta nueva entrega es Jour de souffrance, un juego de palabras entre día o época de sufrimiento –Millet relata aquí los tres años que duró la crisis de celos que le despertaba la actividad sexual extra-Millet de su marido– y un término arquitectónico que alude a una abertura, una especie de claraboya que permite la entrada de la luz aunque es, al mismo tiempo, infranqueable. En otras palabras, una metáfora de lo que le ocurrió a Catherine Millet, quien luego de desplegar la escritura de su libertad sexual terminó cayendo en su propia trampa, muriendo en su propia ley, desesperada al descubrir en la mesa de trabajo una serie de fotos que comprometía a su discreto marido, por más libertad que hubiera en la pareja: “Perdí mucho tiempo visualizando un mundo al que no podía entrar”, se lamenta aún Millet, quien desde su salto a la fama parece sacada de Sex and the City (de la serie, no de las películas), aunque con ese plus inconfundible del intelectual francés, ensimismado, apático, algo hermético, y siempre rodeado de otros intelectuales franceses.
Las puertas y ventanas no sólo son recurrentes metáforas de la actividad sexual sino, también, verdaderas claves para entender la carrera literaria de esta prestigiosa crítica que nació en 1948 y lleva publicada una decena de libros de arte, entre los cuales se destacan un ensayo sobre Yves Klein, un exitoso panorama del arte contemporáneo francés reeditado varias veces, y un extraño libro sobre Dalí (seguramente el próximo libro de Millet a publicarse en castellano, ver recuadro), en el que comparte con los lectores las obsesiones que comparte con el artista: el cuerpo, el predominio del sentido de la vista y la masturbación. Así como la propia autora abrió con su primer libro las puertas de su intimidad sexual a todo aquel que quisiera conocerla, La vida sexual de Catherine M representó para ella una puerta inesperada, pero puerta al fin, que le aseguró el ingreso directo al mundo de la literatura: aunque el libro tuvo inicialmente una tirada de sólo 2 mil ejemplares, terminó siendo leído por millones de personas y, desde el año 2001, Le Seuil viene vendiendo los derechos a cuarenta y cinco países. Por supuesto que ese pasaje estuvo motivado también por la polémica: entre los multitudinarios lectores estaban los que se lamentaban de no haber tenido relaciones tan intensas; aquellos que, como Philippe Sollers, aseguraban que ninguna mujer antes que ella se había referido al sexo con tanta resolución, y quienes la acusaban de haber ejercido una solapada defensa del capitalismo, sistema que, según ellos, toma y desecha gente con la misma facilidad con la que Millet conseguía compañeros de fluidos.
Celos, por su parte, es algo así como la parte de atrás de su obra o, mejor aun, la ventana. El escenario donde finalmente regresa, emerge o simplemente hace su aparición aquello que, en su momento, se quiso negar y reprimir: la sensación de dolor, exclusión y celos que genera el hecho de que los otros también tengan sexo con otras personas; es decir, las primeras sospechas o indicios de eso que, a falta de otro nombre mejor, todavía llamamos infidelidad: “Como vivíamos la expansión sexual sin hacernos cuestionamientos y, sobre todo, sin jurarnos fidelidad porque hubiéramos identificado ese dolor como algo reaccionario y burgués, no podíamos revelar que a veces nos sentíamos celosos, y a veces él reaccionaba ante esos celos con el silencio o la violencia física. Siempre alivia un poco nombrar el sufrimiento que uno padece; nosotros no éramos capaces de hacerlo porque esa palabra no existía en nuestro vocabulario. Entonces, el dolor se hacía más y más profundo”, aseguró Millet en una entrevista concedida recientemente a la revista francesa Lire.
La puerta y la ventana, aunque recién aparezca evidenciado en este libro, parecen enmarcar también la psique de la autora, o al menos la psique del personaje que crea de sí misma Millet, a partir de dos experiencias traumáticas. La primera sucedió cuando Catherine era adolescente, en lo que ella llama “el episodio del marco de la puerta”. Por ese entonces descubrió a su madre a los arrumacos con un amigo al que frecuentaba seguido cuando su marido se ausentaba de la casa de los Millet, a punto tal que Catherine y su hermano comenzaron a llamarlo Papy: “Es una imagen que no puedo olvidar, siempre vuelve a mi cabeza y apareció en terapia. Cada vez que entraba a casa me imaginaba que podía encontrar a Jacques con otra mujer, se trata de un fantasma que reproduce aquella escena primitiva”.
El otro hecho traumático tiene que ver con la ventana y ocurrió cuando Catherine ya estaba saliendo con Jacques, un confuso episodio con pastillas que desembocó en que su madre se arrojara precisamente por la única ventana que había quedado abierta en el lugar donde permanecía internada.
Es interesante ver también hasta qué punto el origen o la puerta de entrada de los dos libros se dio de distinta forma. En el primer caso, todo empezó con una pregunta que Denis Roche, editor de Le Seuil, les hizo a Jacques Henric y a Catherine Millet: “¿No conocen por casualidad una chica que tenga ganas de escribir algo sobre sexo y sexualidad?”. “Yo, por ejemplo. Hace tiempo que vengo pensando hacer algo así”, respondió sin titubear Catherine.
En el caso del libro que nos ocupa, fue Millet quien le dijo a su nueva editora: “Tengo un libro para ofrecer, pero es menos cachondo que La vida sexual de Catherine M, por lo que no deberíamos esperar tener con este libro las mismas repercusiones”. “Perfecto, adelante, no hay que hacer dos veces la misma cosa”, escuchó que le respondían.
Hay algo en común entre La vida sexual de Catherine M y Celos: la distancia por momentos lúcida y por momentos irritante con la que están escritos ambos libros, que funciona en esta obra como una especie de anestesia con la que la protagonista mira sus celos desde lejos: “En el primer libro, esa distancia me sirvió para proteger al lector; en éste funcionó para protegerme a mí misma. Una vez que algo está escrito, no pertenece más a la memoria, y yo lo he probado, efectivamente, con La vida sexual de Catherine M. Tengo muy en claro que hago una reconstrucción acerca de lo que realmente pasó, lo cual no sólo está perdido para mí sino que hace también que haya gente que no crea en el contenido de lo que escribo. Después de La vida sexual de Catherine M, muchos lectores se acercaban para decirme: ‘Vamos, reconocé que hay cosas inventadas, no es posible que todo sea verdad’. Incluso alguien le comentó a una amiga mía que si todo eso fuese cierto, yo no estaría viva. Como si hubiera corrido un riesgo mortal”.
En todo caso, los celos de Catherine Millet no son celos corrientes, algo que reconoce la misma Millet, quien se siente aliviada cada vez que roza algún estereotipo, como el de la mujer despechada, a la que su marido la engaña con alguien más joven: “Los estereotipos le permiten a uno hundirse en su propio sufrimiento gracias al hecho de identificarte; el lugar común nos pone en contacto con todas las otras mujeres que han pasado por la misma situación, ahí puede encontrarse cierta forma de alivio”.
Así como entre los celosos de la literatura descuellan el atormentado Werther de Goethe, el edípico Marcel de Proust y los celos escalonados hasta la tragedia de Otelo, Millet pasó de darse a conocer como femme fatale a pugnar por la extraña categoría de mujer liberada pero, así y todo, celosa.
Y si bien el tono de este libro hace recordar un poco a Bonjour tristesse, la obra maestra de su admirada Françoise Sagan, los celos de este libro parecen estar más cerca de la teoría que de la literatura, especialmente cerca de aquello que dice Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso: “Como celoso sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter a una nadería. Sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ser ordinario”.
A esas cuatro consecuencias habría que agregar el rotundo contenido erótico que caracteriza a los celos de Millet, quien no puede evitar incorporar a su masturbación los fantasmas que le generan todo aquello que, sospecha, hace su marido con las otras mujeres, como una excluida que saca rédito de su patológica observación.
Y a propósito de Jacques Henric, si La vida sexual de Catherine M tenía un destinatario tan anónimo como colectivo, el de este libro es claramente el escritor que supo ejercer un potente dominio simbólico en ella. En ese sentido, ¿es Celos un ruego, un pago o la formulación de una tregua? El hecho de que tanto el título del libro como el crédito de la foto de solapa del libro hayan estado a cargo de él, puede dar más de una pista, aunque ella haga todo por disimular. “Creo que hice de él un mito, una perfección inaccesible. Lo que pasó con Jacques fue que, además de tener buen sexo, se dio un intercambio interesante: él me hizo descubrir el medio literario que yo no conocía y que me sedujo mucho, tanto o más que el medio artístico. Poco a poco me fui instalando en la relación, pero lo que me motivó a instalarme con él no fue enamoramiento sino una sensación de paz interior.”
Hay que aclararlo: siguen juntos.
La otra pregunta que sobrevuela en el aire es si luego de la publicación de este libro, tal como sucedió con sus años dorados de sexo, las crisis de celos de Millet formarán parte de su pasado: “Así como llegó, la crisis se fue; jamás volvimos a hablar al respecto, más que en forma anecdótica, pero el dolor no está del todo superado. Cuando fui a Flammarion para ver las galeras del libro, me dije a mí misma: ‘Nena, tenés que estar contenta, tenés una oportunidad formidable, escribiste el libro que querías escribir gracias a una editora en la que tenés plena confianza’. Pero al mismo tiempo era presa de una tremenda desesperación, lo cual podría parecer (tal como opina Jacques) el típico rasgo neurótico de una mujer rica; la cuestión es que justo en el momento en que tenés todas las razones para ser feliz, la grieta que hay en la vida de cada uno se acuerda de vos”, reflexiona.
Más allá de las sospechas o creencias que nos pueda generar su literatura, hay que admitir que Millet tuvo la inteligencia de volver sobre sus pasos y reconocer que lo que ella veía como algo atrasado tal vez estuviera por delante de su propia vanguardia. Como si hubiera vuelto para decir que no hay peor celoso que el infiel. O dicho de otra forma: el más libertino puede ser también el más convencional.
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