El Asedio, la última y monumental obra de Arturo Pérez-Reverte, transcurre durante la invasión napoleónica a España. Un mosaico de historias y personajes diversos pueblan una engañosa novela histórica. De lo que no quedan dudas es de que el creador de Alatriste acaba de tocar un límite, y compendiando su obra, marca el comienzo de un nuevo rumbo.
› Por Juan Pablo Bertazza
Como parte de los festejos y homenajes por el Bicentenario, la industria editorial viene ofreciendo un caudal impresionante de ensayos y ficciones históricas acerca de otras caras, otros lados y otras miradas sobre lo que aconteció desde 1810 hasta 1816; es decir, una mirada alternativa acerca de las verdades y mentiras de la fundación de la Patria. Un nuevo género literario –a juzgar por el extenso lugar que ocupan ahora mismo en las librerías– al que debería agregarse ahora una novela que no viene de nuestro país sino de España, y que marca, a su vez, un regreso con gloria y muchas páginas de quien tal vez sea el escritor español más exitoso y vendido de los últimos años: Arturo Pérez-Reverte, quien volvió después de muchos años (justamente con este libro bajo el brazo) a la Feria del Libro de Madrid –a la que había criticado severamente– para firmar autógrafos a sus multitudinarios lectores y sacarse un poco de encima su fama de tipo huraño.
Y no podía ser de otra forma porque El Asedio es también una novela densa y multitudinaria que se va mimetizando de manera sorprendente –haciendo uso de atmósferas, ambientaciones y batallas que no descuidan ningún detalle– con ese período histórico de las primeras décadas del siglo XIX, marcado a fuego por las luchas latinoamericanas por la independencia y la guerra de la independencia, que dividió las aguas y otras cosas entre Francia y España. Y aunque no hace referencias directas a nuestro país, El Asedio hace foco, específicamente, en ese período devastador para España que significó una merma impresionante de su población y la fragmentación de su imperio en tierra americana. En uno de los lugares en que más se notó esta debacle fue en la ciudad de Cádiz, asediada e invadida por los franceses, uno de esos escenarios que, cuando alguien decide transformarlos en literario, sorprende cómo a nadie se le ocurrió hacerlo antes.
Pero más allá de ese acierto, El Asedio podría definirse como el último paso que da un escritor consagrado antes de pegar un volantazo, un paso que, si bien resume todos los anteriores, aporta un plus, además de anticipar un horizonte de cambios que seguramente atravesará, de aquí en más, el autor de Alatriste. No es casual que el mismo Pérez-Reverte haya anunciado que ésta sería su última novela histórica.
Sobran los motivos a la hora de argumentar por qué El Asedio compendia las obsesiones, caprichos, virtudes y defectos de Pérez-Reverte: la recurrencia otra vez del tema de los conflictos bélicos, tópico que atraviesa casi todos los libros de quien trabajó durante tantos años de corresponsal de guerra, aunque también se caracterice por tratarlo de manera algo descuidada en lo que hace a problemas ideológicos; la referencia casi permanente al lector a partir de guiños, trampas y citas fáciles de identificar y una literatura fácil de digerir aunque no exenta de ciertas complejidades que provocan la felicidad de lectores altamente entrenados. Si desde hace años, críticos y lectores coinciden en hablar de un “territorio Reverte” que funciona como leitmotiv de su obra y está repleto de héroes fatigados y llenos de reglas éticas subjetivas y sufrimientos imposibles de subsanar, la Cádiz decadente y en ruinas de El Asedio marcaría la cumbre de esas repeticiones.
Pero además de ser un compendio perfecto de su obra, a tal punto que constituye el libro ideal para que el iniciado ingrese a su literatura, decíamos que El Asedio también aporta novedades, algunas obvias, otras no tanto. En primer lugar, no por obvia se puede desechar la extensión de este libro –por mucho la novela más larga de su carrera–, aunque el gran toque de distinción está en que Pérez-Reverte decidió en este libro hacer trizas todos los géneros para crear una historia coral y camaleónica que amaga con ser novela romántica, amaga con ser novela folletinesca, al mejor estilo decimonónico, y se termina transformando en una novela negra disfrazada de novela histórica.
La misma naturaleza de mosaico que recuerda a esos vestuarios gigantes de los viejos teatros tiñe también las tramas y personajes de El Asedio; a tal punto que el autor parece haber unificado en este libro al menos cinco novelas distintas: todas las historias transcurren en Cádiz en los años 1811-1812, y la principal es, sin lugar a dudas, la investigación de una serie de brutales asesinatos de adolescentes que plagan las calles de esa ciudad durante la invasión napoleónica de España. Entre los personajes se destacan el temido comisario de policía Rogelio Tizón Peñasco; el obsesivo capitán de artillería francés Simon Desfosseux; Lolita Palma, una mujer tan bella como inteligente, soltera y feminista antes del feminismo, y un marinero muy turbio llamado Pepe Lobo. Cada uno de ellos tiene alguna relación con el asedio a Cádiz, y se mueven todo el tiempo como piezas de un complejísimo juego de ajedrez, metáfora permanente y ubicua de este libro en que los peones, es decir, los asediados, pueden transformarse en cualquier momento en reinas, es decir, en el asediador.
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