Joe Gores, ex detective privado y escritor, logra en Spade & Archer una precuela de la legendaria El halcón maltés de Dashiell Hammett. Y no sólo captura el estilo hammettiano, sino que su libro funciona como retrato muy movido de un personaje clásico y fundacional, Sam Spade.
› Por Rodrigo Fresán
Lo ladró James Ellroy: Raymond Chandler fue un “florido sentimentaloide adicto a los símiles más tontos que ingeniosos y tan fácil de imitar” mientras que Dashiell Hammett era y seguía siendo “el más grande”. La opinión de Ellroy es, seguro, discutible. Pero Ellroy también dijo algo irrefutable: “Chandler escribió sobre el hombre que quería ser. Hammett escribió sobre el hombre en el que temía haberse convertido”. Así, Chandler nos cuenta todo sobre Philip Marlowe, incluso sus pensamientos. Mientras que Hammett nos revela de Sam Spade apenas lo justo e imprescindible. Pensar entonces en Spade como en el hombre del que no sabemos demasiado. Y un último apunte para este duelo imposible de resolver entre titanes: Humphrey Bogart –que interpretó a ambos– es un perfecto Spade y (George Clooney estaría magnífico en una más que necesaria nueva adaptación cinematográfica de El largo adiós, pienso) un equívoco Marlowe. Y es que Marlowe –como Clooney– siempre parece hacernos un guiño cómplice; mientras que Spade –como Bogart y para seguir con la línea trazada por Ellroy– parece enarcar la ceja y escupirnos un “¿Y ustedes qué miran?”.
Y es ahí donde entra el alguna vez detective Joe Gores (quien ya había novelizado a Hammett en una buena novela de 1975 que Wim Wenders llevó a la pantalla) y lo que hace de Spade & Archer un libro necesario además de logrado. Digo libro y no novela porque Spade & Archer es, en realidad, tres nouvelles elegantemente dispuestas como precuela de la legendaria El halcón maltés (serializada entre 1929 y 1930) pero, además, funciona como retrato muy movido de un personaje clásico y fundacional.
Tres partes investigando –entre 1921 y 1928, unidas por la esquiva figura de un asesino en fuga– los cómo y por qué de un personaje. Así, en “Samuel Spade, Det.”, “Tres mujeres” y “Miles Archer” a lo que en realidad nos invita Gores es a jugar a detectives del detective. Preguntarnos y respondernos qué pasó antes de que se escuchara el aleteo del halcón, hiciera su entrada la femme fatal noir Brigid O’Shaughnessy cómo fue que Spade –veterano de la Primera Guerra Mundial– se convirtió en el Spade que conocemos y admiramos. El Big Bang-Bang. Y –en lo personal– El halcón maltés nunca me pareció lo mejor de Hammett, aunque los especialistas no duden en considerarla como “la primera novela existencialista norteamericana”. Prefiero, desde siempre, Cosecha roja y, por encima de todas, la muy fitzgeraldiana La llave de cristal; y no me parece casual el que Gores nos muestre a Spade leyendo El gran Gatsby antes de la muerte de su amoral socio y, de algún modo, encontrando allí la coartada para su culpa de adúltero por haberse enredado entre las sábanas de Ida Archer.
Y si lo argumental funciona a la perfección (Gores revisita el Caso Flitcraft mencionado en el original e incluso reincide en el toque exótico con un cofre que alguna vez perteneció a la hermana de Alejandro Magno, unas ensangrentadas monedas orientales y la ominosa figura de un tal Sun Yat-Sen), lo más asombroso y admirable aquí es el modo en que se reproduce a la perfección, con destreza de médium experto, el ritmo y dicción y fraseo y la habilidad para la descripción sintética de personas o lugares de Hammett. Lo de Gores –contratado para reabrir la agencia por los descendientes de Hammett– nada tiene que ver con aquel tan fallido intento de Robert B. Parker de cerrar un Marlowe abierto e inconcluso. Gores hace valer aquí su licencia de especialista y magistral discípulo sin por eso privarse de pasarla bien y de divertirnos, como cuando nos muestra a Spade silbando la recién estrenada “Get Bucket Blues” de Louis Armstrong. Pero lo que acaba imponiéndose –en tiempos en los que sobran títulos firmados por profanadores de tumbas a la búsqueda de personajes clásicos y de tramas a resucitar– es la novela dentro de la novela. La historia de cómo se funda un arquetipo y paradigma incombustible: el detective privado tal como lo conocimos, lo conocemos y lo conoceremos. O, en palabras del mismo Hammett, “Spade como el detective privado que todos los detectives privados desearían ser y, en sus momentos más egocéntricos, creen ser”.
Y, como corresponde, todo termina como debe terminar: con la joven y ocurrente secretaria Effie Perrine anunciándole a Spade que un nuevo cliente lo espera; con el eco perfecto y final, en las últimas líneas de Spade & Archer de las primeras líneas de El halcón maltés. Y no hay mejor elogio para Gores: llegado ese punto, uno no puede resistirse y va hasta su biblioteca y busca y encuentra y vuelve a abrir el viejo y querido libro.
El halcón pasa.
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