Dom 22.08.2010
libros

Con la música a otra parte

La música y la militancia en derechos humanos han dejado en un segundo plano la actividad literaria de Rodolfo Mattarollo. Y sin embargo, desde un primer ensayo sobre Haroldo Conti hasta esta Lección de tinieblas, el arte y la palabra escrita son parte de una intimidad que se expresa con tonos entrañables: los de la infancia, la adolescencia y los recuerdos de numerosos viajes, internos y externos.

› Por Mario Goloboff

Rodolfo Mattarollo, más conocido hoy por su trabajo en el campo de los derechos humanos (fue durante mucho tiempo subsecretario de Promoción y Protección de Derechos Humanos de la Nación, luego presidente de la Comisión de Unasur para el esclarecimiento de los hechos de Pando, y acaba ahora de ser designado embajador de la Unasur para la reconstrucción de Haití), llevó desde siempre una profusa actividad artística, musical y literaria que ha pasado a un segundo plano en el reconocimiento público. Hablan de ella sus tempranas publicaciones de poemas, ensayos y traducciones, el libro El mundo de Haroldo Conti (1969, primer trabajo conocido de cierta envergadura sobre nuestro excelente narrador) y, en colaboración con William Shand, Poesía africana de hoy. Se suma a ello el conjunto de poemas y textos El violín se toca con la izquierda (1990), artículos periodísticos en medios argentinos y extranjeros.

Se sabe, sin embargo, que su formación artística no viene predominantemente de la literatura sino de la música, que estudió y practicó, desde chico, ese mágico y entrañable instrumento que es el violín, y que la música jugó un papel tan importante durante toda su vida, como para afirmar en este nuevo libro que hay “temas de Beethoven que nos seguirán hasta la tumba”. Para los que valoramos la palabra escrita, bien escrita, y sobre todo la música que puede haber en las palabras, aunque todavía no diferenciemos bien qué es lo que separa la palabra escrita de la palabra hablada, y menos aún de la contada o cantada, estos orígenes pueden tener bastante significación. Porque sabemos que la palabra hablada se ocupa de los asuntos de este mundo, pero también sabemos (creemos saber) que todos, los que hablamos y los que escribimos, nos ocupamos de lo mismo, ciertamente que no de igual manera.

Lección de tinieblas. Rodolfo Mattarollo Ediciones Al Margen 220 páginas.

En el libro Lección de tinieblas, y fuera del libro, Mattarollo sostiene, no obstante, que ha dejado la música, o que la ha postergado, lo cual puede ser rigurosamente cierto si por tal se entiende una práctica cotidiana, un ejercicio habitual. Yo creo que no la ha abandonado completamente o que, en todo caso, la música no lo ha abandonado a él. Muchos poetas y hombres de letras sentimos que ella nos ha atravesado y consustanciado, pero que, a pesar de o gracias a ese origen y a esas circunstancias, se ha alojado, ya no en la celeste esfera o en la dudosa alma, sino en el lenguaje.

Quizá por eso, en cuanto comencé a leer este libro me invadieron el ritmo de su prosa y luego el de sus versos, la precisión y el ajuste de la sintaxis, la caída exacta de la frase, el tono quedo del narrar. Esa impresión se confirmó a medida que iba avanzando y hasta el final del libro: había un oído musical que bajaba, por la mano, a las palabras que escribía.

Tomo por ejemplo el primer fragmento del libro, aunque podría tomar cualquier otro al azar, para que se vea que no importa tanto lo que cuenta (a pesar de ser muy denso y significativo) sino cómo lo cuenta. Se llama “El abandono”: “Estoy en medio del patio. Hace calor bajo la sombra de la higuera. Hay dos monjas sentadas bordando. Estoy llorando desconsoladamente porque me han puesto pupilo en este colegio de Adrogué. Un chico me pregunta si sé jugar al fútbol. Diré que no y tendré la sensación de que ésa es una elección de vida. Al cabo de los años pienso que la pregunta era tal vez bondadosa. En aquel momento la sentí agresiva. Respondí encerrándome en la desolación de mí mismo. Es una escena que no me abandonará jamás”. Y luego, a lo largo del libro, hay fragmentos, frases, que caen como antiguas sentencias por su formulación, por su sabiduría y por la sabiduría de su enunciación.

No es, claro está, que falten las referencias musicales que hablen de sus comienzos estéticos, desde el título del libro, que es el de una extraña obra para clavecín de François Couperin, pasando por los nombres de Schumann, de Schubert, de Mendelssohn, de Bach, de Beethoven, de Wagner, de Gustav Mahler. Ni tampoco las referencias más específicas y más técnicas, casi profesionales: a “una partitura poblada de silencios” o las alusiones a “las indescifrables noticias de la música”. Pero, como se sabe y se ha dicho tantas veces, lo que es verdadera materia de literatura no es lo expreso, no son las referencias; lo que importa es cómo el texto se organiza para conformar lo expreso, para recibir las referencias, inscribirlas y expandirlas. Para que el lector pueda percibir la significación desde otro lado de la percepción. O, como se asienta en el libro: “Buscar el sentido en el sonido de la quena solitaria en los valles al atardecer”.

Porque eso es lo que ha hecho Mattarollo con este relato de iniciación, historia de aprendizaje, narración en prosa y verso de andanzas por Etiopía o Sierra Leona, por Chile, por El Salvador, por la vida, por el interior de su propia cabeza y de las nuestras: incorporarle su música, darla a oír y, si fuera posible, a leer y a escuchar.

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