Domingo, 31 de octubre de 2010 | Hoy
Flora Guzmán es una escritora y académica feminista nacida en Jujuy y que ejerce en la Universidad Complutense de Madrid. En un libro de deliberada heterodoxia, destaca las figuras de Virginia Woolf, Frida Kahlo y Juana Manuela Gorriti, en un ejercicio de descubrimiento de cada mujer por sí misma.
Por Mariana Enriquez
Siempre resulta grato cuando una académica deja ver su costado, por decirlo de alguna forma, más vulnerable, y se permite ofrecer un itinerario de sus búsquedas y obsesiones, despojada del andamiaje de la teoría y su arduo léxico. La mirada secreta. Visiones y revisiones de lo femenino es exactamente ese tipo de libro. Su autora, Flora Guzmán, argentina nacida en San Salvador de Jujuy, es lingüista, crítica literaria y doctora en Filología hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Y ofrece textos que, según admite en el prólogo, fueron escritos a lo largo de muchísimos años, “y sin planearlo se han ido enlazando uno con otro sin que pueda responder cómo ni por qué, aunque siempre quedaron en una zona marginal de mi trabajo académico”.
El primero de esos textos dispersos es muy particular. Se llama “El oráculo. Invitación al lector para una epifanía”, y describe unas piedras lajas talladas hace mucho tiempo en la estación de Yala, Jujuy. Una piedra en particular atrae a la autora: la de una adolescente desnuda que se peina o se arregla el pelo frente a un espejo y mira con placer las nuevas formas de erotismo en su cuerpo en pleno cambio. Una imagen que de alguna manera, muy sutil y de forma no lineal, guía el resto de los textos, esa imagen reflejada de una mujer sola que se descubre, se mira, encuentra su espacio.
En la primera parte del libro, Guzmán ofrece semblanzas de las tres artistas que, de alguna manera, han marcado su vida, gustos y lecturas: Virginia Woolf, Frida Kahlo y Juana Manuela Gorriti. Para la gran escritora inglesa, Guzmán elige un breve repaso por su biografía –incluida su competitiva amistad con Katherine Mansfield y su doloroso matrimonio con Leonard Woolf– y su establecimiento como escritora, reflejada en Un cuarto propio con aquellas célebres condiciones que Virginia consideraba indispensables para que una mujer pudiera convertirse en escritora: tener independencia económica y una habitación para ella sola. Pero se detiene en particular en lo que llama “los dos lenguajes de Virginia Woolf”: el lenguaje liberador de la literatura, y el lenguaje opresor de la enfermedad mental; la lucha porque uno venciera sobre el otro marcó su vida, hasta el derrotado final.
Menos melancólico y algo más personal es el capítulo dedicado a Frida Kahlo, una artista que, reconoce la autora, le costó tomarse en serio, un poco por la abrumadora difusión comercial de su obra, otro poco porque la consideraba un tanto kitsch. Guzmán reconoce su error e intenta, tras el perfil de Frida, dar cuenta de la voracidad de la artista, de su intensidad vital, de su perpetua crisis, de ese espacio propio tan público, que explota en sufrimiento y pasión. Virginia y un espacio interior; Frida con la vida espectacularizada, con una necesidad rabiosa de contarlo todo. Muy distinta es la mirada sobre Juana Manuela Gorriti: tras sus rastros va la autora hasta Horcones, Salta, donde no encuentra nada de la casa familiar que la familia Gorriti debió abandonar para irse al exilio, una mansión que Juana Manuela evoca con gran belleza en Lo íntimo. Para Juana Manuela Gorriti, ese “cuarto propio” está construido de un material muy diferente. Escribe Guzmán: “Recuerdo a Proust e irremediablemente la materia de gran parte de su obra: el tiempo. Tiempo y memoria por una parte sustentan y por la otra hacen estallar el tiempo cronológico para evocar a través del tiempo interno”. Es posible decir que la autora encuentra en Juana Manuela una escritora cercana, por geografía, por pasión por la escritura, incluso por cierta contención estudiada, “la encuentro diciendo lo que quiere decir y callando lo que quiere callar”.
Hay más en este curioso y personal libro, reflexiones sobre textos profundamente machistas de Ortega y Gasset, lecturas de la obra del pintor flamenco Vermeer y el norteamericano Edward Hopper. Pero es en las voluntades creativas de aquellas tres mujeres extraordinarias que el libro encuentra su mejor momento, un repaso que vuelve a abrir preguntas sobre artistas acerca de las que Guzmán no cree que esté todo dicho.
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