En los ’90 de Juárez Celman se vino todo abajo y se empezó a hablar de corrupción. Un libro que indaga sobre las raíces políticas de una crisis financiera.
› Por Gabriel D. Lerman
Poner la corrupción de un gobierno como objeto de un estudio histórico puede resultar un ejercicio extraño de anacronismo o, quizá, la extrapolación de paradigmas del presente sobre el pasado. La misma idea de corrupción como problema ha sobrevolado el campo político e institucional de las últimas décadas, muchas veces con pretensiones explicativas casi siempre insuficientes, ambiguas o políticamente improductivas. Más sugestiva ha sido la instalación del problema de la corrupción como crítica a la ineficiencia del Estado desde el paradigma neoliberal, quien en nombre o de la ineptitud o bien de la incapacidad de aquel, o desde la idea del Estado como costo o gasto innecesario, postulaba la reducción del mismo, la reforma, el achicamiento. Sin embargo, hubo un tiempo en que la crítica de la corrupción gubernamental fue santo y seña de movimientos populares o de izquierda que veían en la administración de lo público, además de injusticias y desigualdades del sistema, también un gesto excesivo por parte de las elites gobernantes: un desprecio por lo público que reforzaba sus posiciones de privilegio.
Tal ha sido desde el discurso político el tipo de críticas que, por ejemplo, se le formularon en su momento al gobierno de Miguel Juárez Celman (1886-1890), gobierno que naufragó con la llamada Revolución del Parque, mito fundante del radicalismo. Sin embargo, y más allá del esbozo enunciativo en cierta prédica política eticista, poco se ha investigado desde el punto de vista historiográfico, y poco incluso se ha avanzado en el conocimiento y el desbroce judicial de tales acontecimientos. El laborioso historiador Israel Lotersztain, también ingeniero y ex director del INTI, vuelve al juarismo con un apasionante libro que lleva por título el brechtiano Los bancos se roban con firmas. Corrupción y crisis en 1890. Allí, fruto de una tesis de maestría cursada en la Universidad Di Tella y dirigido por Ezequiel Gallo, Lotersztain ofrece una crónica sistémica de lo que considera, por un lado, el gobierno más corrupto de la historia argentina, y por otro, causante de la mayor crisis económica y default financiero. En búsqueda de un aporte documental, utiliza la definición de corrupción como comportamiento de una dirigencia que no está razonablemente dirigido al bien común. Se sorprende de la cantidad de pruebas y testimonios que han permanecido a la vista de quien quisiera verlos, y se propone reagrupar menciones y referencias de obras ya clásicas como La Bolsa de Julián Martel y, sobre todo, El noventa, de Juan Balestra. ¿En qué momento lo corrupto, tan sólo el robo generalizado, se impone a otras modalidades? ¿Hay un límite, una barrera que cae, una venia que libera la forma y el fondo para que se habilite el choreo?
Las explicaciones empiezan a surgir, aunque débiles. En primer lugar, la propia idea de crisis financiera nacional después de varios años de bonanza. Y, en segundo lugar, el ingreso de una combinatoria de prácticas y discursos que, de alguna manera, serán patrón de conducta: el Estado no puede encarar ciertas obras, acciones o funciones. El Estado debe ser austero en tanto cada vez más pequeño, y el mercado y los capitales deben responder con sus recursos a la confianza otorgada, aunque gran parte de su financiamiento sea otorgado o garantizado por el mismo Estado, es decir, el bolsillo general. Es allí donde este libro pierde la inocencia respecto de la corrupción y politiza sin ambages el papel jugado por el juarismo, como la cara sucia de la generación del ochenta. Un modelo argentino de autosalvación de ciertas clases y grupos que, cuando asoma el primer nubarrón, se toman hasta el agua de los floreros y socializan sus pérdidas.
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