El Extranjero > Una novela de más de mil páginas de una joven promesa que promete saldar todas las deudas con esa sólida tradición norteamericana del siglo XX. Pero en vez de saldarlas, las hace explotar por el aire.
› Por Rodrigo Fresán
Lo que sigue no es exactamente una reseña y me pregunto si es lícito escribir sobre un libro del que apenas se ha leído un 10 por ciento de su contenido. Me atrevo a afirmar que la respuesta es sí si el libro en cuestión supera las 1000 páginas y difícilmente se termine de leerlo pronto. Porque The Instructions –la idea posmodernista de una novela decimonónica– es uno de esos libros que exigen a quien lo sostiene irse a vivir ahí adentro. Y muy atrás han quedado los tiempos en los que quien firma estas líneas podía darse el lujo de meterse en un libro de otro full time. Porque ya ni siquiera se dispone de tiempo para meterse a fondo en el propio libro, me temo. Aunque moriremos intentándolo.
Por lo que cabe pensar de dónde ha sacado Adam Levin –autor de The Instructions, título franzeniano para algo que, por fortuna, nada tiene que ver con Franzen– para poder encarar semejante empresa. Y por “semejante empresa” me refiero al desafío de debutar –luego de haber publicado unos cuantos relatos en revistas de prestigio y haberse alzado con un puñado de galardones de esos que llaman la atención de todo joven agente literario y de todo aún más joven editor– con una novela que se propone no sólo fagocitar buena parte de lo que se entiende como Canon Literario Judío Made in USA (a saber, Isaac Bashevis Singer, Henry Roth, Saul Bellow, Bernard Malamud, Philip Roth) para enseguida ascender a lo más alto y aplastar a más o menos recién llegados al asunto como David Bezmozgis, Nathan Englander y, más lateralmente, Michael Chabon y Jonathan Lethem. Y cómo conseguirlo. Fácil de decir pero difícil de hacer. Una pista: seis palabras. Tres para el título y tres para el autor. Es sencillo. Una ayuda: pensar tamaño + saga familiar + héroe disfuncional. Y sí: La broma infinita y David Foster Wallace y vieron que no era difícil.
Y si bien David Foster Wallace es el fantasma que flota –en lo formal, en su mecánica, en sus notas al pie, en su obsesión microscópica hasta por el más mínimo y absurdo y decisivo detalle– tal vez quien más lo marque en lo argumental sea el fantasma hebreo que -–sin haber hecho de lo judaico su razón de ser o de no ser– acaso sea el más influyente de todos: Jerome David Salinger como “Holy Ghost” y ADN indiscutible en otros dos libros a los que tanto marcó El guardián entre el centeno. A saber: El octavo samurai de Helen DeWitt y el Oscar Wao de Junto Díaz.
Porque –atención– de esto es de lo que trata The Instructions: de cuatro días en la vida de un psicótico y políglota y musculoso estudiante de diez años de nombre Gurion ben-Judah Maccabee quien, además de considerarse un guerrero y un académico, tal vez sea, también, nada más y nada menos que el mesías que el pueblo judío lleva esperando casi un par de milenios. Gurion ben-Judah Maccabee –habitante de los suburbios de Chicago y quien ya fuera expulsado de varios establecimientos educativos por problemas de conducta y ahora aterrizado en el instituto para alumnos problemáticos Aptakisic Junior High alias “La Jaula” bajo el control del tiránico australiano Mr. Victor Botha– comprende que está llamado a hacer (o a deshacer) grandes cosas cuando conoce a su musa, la bella y gentilmente goyische y pelirroja Eliza June Watermark, y un puñado de compañeritos apostólicos decide seguirlo en la prédica que (no llegué aún, está claro) será conocido como los fatídicos eventos à la Columbine del 17 de noviembre o La Guerra Guriónica mientras el teen-idol de nombre Boystar decide que “La Jaula” es el sitio perfecto para rodar su nuevo videoclip. Y, ah, me olvidaba: el padre de Gurion es un abogado judío encargado de la defensa de un neonazi y su abnegada madre es una ex agente del Mossad. Y, sí, lo de más arriba. De entrada –y puede considerarse que aún estoy allí, mirando hacia el fondo insondable de la novela– un inequívoco perfume al Hapworth 16, 1924. Aquel largo informe epistolar con el que Salinger (y el pequeño genio Seymour Glass) se despidieron de nosotros para –de no haber noticias y parece no haberlas– por los siglos de los siglos y, sí, en un momento, alguien increpa a Gurion con un “Mira a Holden Caulfield, no querrías acabar como él, ¿verdad?”.
Yo creo que sí.
Y está claro que Adam Levin es el sabor del momento y que sabe cómo llamar la atención ya desde esos apellidos pynchonianos de sus personajes y su forma de deslizar ideas claramente bellowiana y su por momentos ritmo de stand-up comedy sobre la NADA estilo Jerry Seinfeld y el modo en que es inteligentemente blasfemo como Roth quien, me entero, hasta tiene un cameo en The Instructions. Levin quiere todo y se nota y eso no cae muy bien. Caso a destacar ha sido la fulminante reseña que el suplemento de The New York Times dedicó a The Instructions. Y yo pensaba que los editores del suplemento de libros de tan prestigioso periódico cuidaban un poco más el detalle y no dejaban pasar comportamientos semejantes; pero lo cierto es que alguien de la redacción tuvo la buena-mala idea de encomendarle la reseña a un tal Joshua Cohen. Y sépanlo: Cohen supo ser alguna vez el sabor del momento, ha publicado varios libros en editoriales respetables pero pequeñas y un par de meses antes de la salida del monstruo de Levin publicó su propia Gran Novela Judeoamericana titulada Witz y versando –distópica y entrópicamente– sobre los sufrimientos del último y mesiánico niño judío sobreviviente a una plaga que sólo ataca a los judíos. En Time, Cohen definió humildemente a lo suyo como “la última novela judía de todos los tiempos”.
Y, sí, Witz tiene apenas 800 páginas y es un poco atractivo paperback de la Dalkey Archive mientras que Levin no sólo la tiene más grande sino que su hardback –tres portadas de colores diferentes, a mí me tocó la de fondo blanco con incrustaciones doradas– sale en la mucho más cool y exquisita McSweeney’s comandada por el gran entrepreneur David Eggers. Así que Cohen arranca rezumando bilis con un “¿Quién mejor para reseñar una novela judía de mil páginas que salió en otoño que el autor de una novela judía de 800 páginas que salió en primavera?”. Y añade: “Dentro de este espíritu considérense a nuestros libros como la novela judía que nunca empezarás a leer y la novela judía que nunca terminarás de leer”. Y a continuación -–eso no se hace– habla bien de Witz y muy pero muy mal de The Instructions.
Mucho más equilibrado es lo que hace Douglas Wolk, autor del muy recomendable Reading Comics y crítico de Bookforum –esa más que atendible versión cool de The New York Revie of Books– cuando señala la compulsión de Levin por valerse de todo recurso: documento en doble traducción (The Instructions, se supone, es algo así como la auto-biblia de Gurion traducido del inglés al hebreo y otra vez al inglés y analizado en plan Pálido fuego), los inserts de e-mails, el análisis de canciones de los Fugees, juegos tipográficos, aforística que recuerda a Vonnegut, relatos dentro de la novela, guiños a Harry Potter y a Animal House y a Animal Farm, etc. Como si Levin pensara que esta es su única oportunidad y que tiene que jugársela al todo o nada. Y, teniendo en cuenta el panorama editorial, tal vez no esté tan errado y haya preferido primero gritar fuerte y marcar su territorio en el patio de recreo para, una vez reconocido, dedicarse a susurrar. Wolk concluye que dentro de The Instructions seguramente hay una muy buena novela de unas trescientos páginas pero concede que, también, funciona como inmejorable e irresistible propaganda para el resto de la carrera de Levin. El mañana –o las próximas horas– le pertenecen a Levin, mal que le pese al pesado de Cohen.
Por la reseña de Wolk, me entero –¿llegaré algún día allí?– que The Instructions concluye con una coda donde se admite la imposibilidad de cerrar todas las puertas que se abrieron y atar todos los cables sueltos.
En las últimas líneas de The Instructions –imposible resistir la tentación de espiarlas– se lee: “Habrá más daños, soy el final de los judíos, y el Templo jamás descenderá desde los cielos. Daño, daño, daño, fin”.
Volvemos a hablarlo quién sabe cuándo.
P.S.: ¿Para cuándo el tan mentado documental sobre Salinger? ¿Para cuándo los supuestos numerosos inéditos de Salinger? ¿Para cuándo el retorno de nuestro verdadero y único Mesías, eh?
The Instructions
Adam Levin
McSweeney’s
1030 páginas
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