Domingo, 23 de enero de 2011 | Hoy
Se publican los textos literarios del pintor Odilon Redon, quien entre fines del siglo XIX y comienzos del XX descolló en el simbolismo. Siempre pensó que debía escribir un libro, pero sólo dejó papeles dispersos.
Por Alicia Plante
“Cada uno de nosotros debería escribir un libro...” dice Odilon Redon (1840-1916) en una carta enviada a su amigo Emile Bernard en 1895. Curiosa confesión de un artista plástico que recién a esa altura de su vida alcanza la fama, pero que finalmente llega a ser considerado una figura descollante del movimiento simbolista que se dio en Europa entre siglos, con conocidas resonancias en un amplio arco que va de París a Moscú. La reflexión del pintor parece sugerir que el lenguaje visual que tan incansablemente viene recorriendo no le alcanza para expresar sus mundos. Redon nunca escribe el libro deseado, y sin embargo, siendo como era más afín a la imagen que a la palabra, siempre escribió, fuera su diario, A soi-même, o sus críticas de arte para La Gironde, publicación de Burdeos, notas autobiográficas, poemas, cartas, esbozos de cuentos, relatos de viaje. Testimonios de una capacidad inusual para abordar su atormentada relación con la realidad, herido por una infancia de abandono y desamor.
Redon fue un lector sensible que admiró profundamente a Poe, a su traductor, Baudelaire, a Flaubert. Un ser marcado por la tristeza que durante la mayor parte de su trayectoria produjo carbonillas y litografías oscuras, “les noirs”, las denominaba; que siempre, aun durante los largos años en que no le dio un rédito económico que lo estimulara, se dedicó exclusivamente al arte salvo por la concesión hecha al padre, estudiando arquitectura en la adolescencia.
Su primera aproximación a la forma fue la escultura, y si bien a partir de 1890 incursiona en la pintura al pastel y al óleo en una producción plena de color y francamente luminosa, de características muy diferentes de su estilo anterior, Redon parecería verse más auténticamente expresado en aquellas imágenes sombrías, en esos temas que lo ocuparon durante la mayor parte de su vida, tan próximos a lo fantástico y lo siniestro. Sin embargo, esa nueva etapa productiva, claramente influenciada por la pintura de sus amigos Vuillard y Bonnard, le vale que se revierta la tibia respuesta de público y crítica, produciéndose una extraordinaria aceptación de las grandes galerías francesas y los museos de muchos países, y hasta del mercado, ya que, por ejemplo, se le solicitan diseños de muebles y tapices para la fábrica de Gobelinos.
Los relatos de Redon que presenta este libro son nueve de los diez que en 2005 Claire Moran publicó por primera vez en francés y en Gran Bretaña. La selección, el ordenamiento, la traducción al castellano y el prólogo, así como la cronología que cierra el volumen son de Mercedes Roffé, poeta y traductora argentina, en un aporte para la introducción en nuestro medio del escritor Redon y para la comprensión de su vida y obra en la coyuntura histórica del arte europeo en que se desarrolla.
Los temas que presentan los nueve relatos se despliegan como un abanico, y sin embargo hay una clave que de forma subyacente los recorre a todos. Esa clave es mucho más que un tema, es su postura filosófica ante la vida, una forma comprometida de entender la sociedad humana. Redon sufre “la inautenticidad y las pretensiones de una burguesía culta y su reaccionario egocentrismo”, dice Roffé, un mundo en el que triunfan los más hábiles y no “los moral y espiritualmente más nobles”. Los cuentos, en general borradores que Redon no llegó a pulir para su publicación, presentan numerosas referencias autobiográficas: a la tormenta que casi hunde el barco en que viaja la familia Redon aun dentro de la panza de su madre; al hermano Ernest, músico virtuoso al que lo une una dolorosa rivalidad; sus experiencias reales en la guerra franco-prusiana; cuatro relatos que recuperan “en un tono altamente lírico” ciertos recuerdos de la infancia y la juventud, y el noveno, El Fakir, un retrato insólito de sí mismo como artista pobre en París. En suma, un publicación necesaria para los interesados en el perfil del artista, en su producción literaria paralela, y en la comprensión de los laberintos emotivos y racionales de este así llamado “príncipe de los sueños”, un iluso, un altruista, o uno de esos seres que nunca serán bastantes: los que quieren cambiar el mundo.
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