Dom 13.02.2011
libros

Contarlo todo

En una novela en homenaje a Kurt Vonnegut y a Macedonio Fernández, el escritor platense Eric Schierloh plantea un relato que resume en sí retazos de todos los relatos del mundo, continuas digresiones que avanzan en un flujo continuo donde la vida es caos y los personajes se unen unos con otros por causas extrañas y disparatadas.

› Por Fernando Krapp

Metaficción –literatura que habla de literatura– u homenaje, si bien depende de cómo se lo llame, en todo caso es lo mismo. La cosa es que el nombre completo de Kilgore Trout esconde (de manera evidente, ya que el mismo narrador se encarga de aclararlo) un anagrama de Kurt Vonnegut. El narrador se jacta de que es ésta, Kilgore, la primera novela-homenaje al autor de Matadero Cinco y Dios te Bendiga, Mr. Rosewater. Más allá de este homenaje, Kilgore, segunda novela del escritor y traductor platense Eric Schierloh, tiene un único objetivo: contarlo todo. No sólo homenajear a uno de los escritores favoritos del autor, o narrar las memorias de Kilgore Frashnau, escritor de ciencia-ficción descatalogado, sobreviviente atípico de los bombardeos de Dresden, vagabundo, aspirante a mil y un oficio de los menos corrientes, y exiliado de golpe y porrazo a las costas rioplatenses, sino contarlo, literalmente, Todo.

La novela está teñida por la transpiración de esa ansiedad; porque la idea misma de querer contarlo todo es, en sí misma, lo sabemos, imposible. Con tozuda tenacidad, las páginas de Kilgore están cargadas de citas, guiños, homenajes crípticos y no tanto, erudición sobre la alta y la baja cultura, cuya intencionalidad no radica tanto en la acción narrativa sino que las consecuencias poco y nada tienen que ver con las causas que las originaron. El texto es un flujo que avanza sin parar, concatenando una cosa con otra. Se salta entonces de los porcentajes de los muertos en los bombardeos aliados en Dresden a las habilidades de Pericles en la antigua Atenas, de la emblemática historia de Thoreau en su rancho, a los pormenores místicos del viejo Walt Whitman y las melancolías de Melville.

A la lección de que los personajes tengan carnadura, o bien de tridimensionalidad, Schierloh hace caso omiso, impone su propia voz como autor por sobre la de su personaje, y hace del deus ex machina estandarte y carta de navegación. A pesar de que una cosa no tenga nada que ver con la otra, todo vuelve, todo el tiempo, al cauce errático de la historia, como se señala también desde el subtítulo de la novela “Todo vuelve a su cauce más pronto o más tarde”. El cauce entonces no es un hilo, sino un ovillo, o una “galleta” como dirían los pescadores, donde la intención de disgregar continuamente funciona como acumulación progresiva: la idea de que un relato resume en sí mismo retazos de todos los relatos del mundo.

A pesar del cuidadoso bordado de la forma, Schierloh le da a su narración una fuerte impronta oral. El narrador remarca muchas veces el verbo “escuchen, escuchen”, como si fuera leído en voz alta. Mezclando un poco los tantos, podríamos decir que el estilo de Schierloh se acerca a lo que los raperos llaman “tener flow”; es decir, saber crear a capella asociaciones libres sin perder el ritmo ni menoscabar los juegos de palabras. Y esas asociaciones le sirven a Schierloh para darle un mazazo a la idea de mímesis de la novela realista. Para Schierloh la vida es un caos y sus personajes meras manchas de tintas en un papel, que se unen unos con otros por causas extrañas y disparatadas. Como en la primera novela “buena” de Macedonio Fernández, donde la literatura no era una copia de la realidad, sino la realidad entera, por eso la novela pasaba de un prólogo a otro, Schierloh, en cambio (aunque con un claro gesto macedoniano), estructura Kilgore en cuatro partes, que funcionan dentro del relato como epílogos de una vida que parece terminar pero que no termina nunca, porque a pesar de que el personaje muera en la narración, las cosas siempre siguen su curso, más pronto o más tarde.

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