Domingo, 20 de febrero de 2011 | Hoy
A pesar de su título, aunque sin faltar a la verdad, El siglo de los intelectuales es una amena y rigurosa arqueología del papel de los escritores y filósofos franceses durante el siglo XX. Las biografías de Barrès, Gide y Sartre articulan este trabajo del historiador Michel Winock, abocado a descifrar si aún sigue existiendo la figura del intelectual o si se trata de una especie en extinción.
Por Fernando Bogado
El intelectual, si es que hay tal cosa, parece un animal en vías de extinción aún encerrado en un zoológico: se lo cuida, se lo alimenta, pero todo el mundo sabe que está sujeto a una lenta agonía. Sin embargo, tal perspectiva es apenas un costado de toda la cuestión: muchos críticos envueltos en el complejo debate de la existencia o no de una “posmodernidad” plantean la posibilidad de pensar al intelectual como una figura determinante de un momento de la historia que en estos tiempos habría perdido vigencia. Están también los que consideran que el intelectual no es para nada un término caduco, sino que efectivamente habría que revisar cuál es el funcionamiento de tal productor de bienes culturales e ideas dentro de complejos sociales particulares, en un contexto definido. Y quizás en esta última línea sea donde debemos colocar el libro del historiador y pensador francés Michel Winock, El siglo de los intelectuales, voluminoso texto que revisa la génesis de uno de los conceptos más complicados en cuanto a debate teórico y crítico se refiere. Comenzando desde finales del siglo XIX hasta las postrimerías del siglo XX –caída del Muro de Berlín, fin de la Guerra Fría, aumento de los así llamados procesos globalizadores, etc.–, en el texto podemos encontrar una suerte de biografía de la intelectualidad francesa desde el caso Dreyfus en adelante. Y decimos bien biografía y no ensayo, ya que son muchos los capítulos en donde a partir de un acto particular, un suceso debidamente registrado, pasamos de la anécdota a la reflexión general que habilita la colocación de tal evento dentro del plano de una historia de la intelectualidad francesa, una que comienza con la toma de posiciones con respecto al popular caso del capitán de las fuerzas militares francesas que fue injustamente acusado de traicionar al Estado y venderles información a los alemanes. Frente a tal situación, varios periodistas y escritores del momento comenzaron a tomar partido por Alfred Dreyfus debido a la cantidad de pruebas que demostraban que había sido víctima de un complot, al mismo tiempo que otros tantos decidieron poner por encima de la evidencia la salud, la integridad del Estado francés frente a la posibilidad de demostrar a toda Europa algún signo de debilidad.
¿Qué había estrictamente en juego en el caso Dreyfus? Una serie de elementos que volverán a repetirse una y otra vez dentro de la historia de Francia: antisemitismo, nacionalismo, influencia de la derecha política en las juventudes, conflictos dentro de los partidos de izquierda. Así, los frentes se conforman y con el paso del tiempo un aparentemente desentendido de la situación como Maurice Barrès, quien hasta entrado el conflicto no se había pronunciado ni por un bando ni por el otro, rápidamente comienza a pasar de un individualismo sumamente seductor para la juventud desencantada a un nacionalismo racista.
¿Nacieron los intelectuales de la derecha con este llamado a volver a las raíces? En parte, sí, pero sobre todo como respuesta a una convocatoria organizada por diferentes profesores y escritores vinculados con la prensa de izquierda que consideraron injusta la acusación a Dreyfus y, en consecuencia, empezaron a publicar diferentes manifiestos. Mientras la derecha reaccionaria luchaba a favor de factores más vinculados con la “tierra”, la izquierda comenzó su defensa contra tales organizaciones a partir de postulaciones racionales al estilo defensa de los ideales medulares de la Revolución Francesa, de la idea de justicia. Aquí estamos frente a la principal oposición, una que también se remonta a finales del siglo XVIII, entre aquellos que tratan de revisar las cuestiones materiales para poder organizar una sociedad contra los que ponen por encima de todo una serie de conceptos rectores, ideales a los que se defiende cueste lo que cueste: los primeros acusan a los últimos de jacobinos, locos románticos que pueden llevar a la destrucción de la patria, mientras que éstos replican que los del otro bando son conservadores antirrepublicanos que cambiarían el Estado democrático por cualquier alternativa represora.
Michel Winock (1937) logra con éxito en este libro, publicado en 1997 y ganador del famoso Prix Médicis en la categoría ensayo, articular una serie de oposiciones teóricas dentro del complicado panorama político de la historia francesa: en este libro no encontraremos mención alguna de intelectuales provenientes de cualquier otra parte de Europa, y mucho menos de territorios fuera del continente, por lo que quizás el título resulte engañoso. ¿O no tanto? ¿No es la categoría de “intelectual” una nacida dentro del ámbito francés o, en todo caso, europeo? ¿Qué conexiones guarda con otros grupos de intelectuales como la intelligentzia rusa revolucionaria de comienzos del siglo XIX? O mejor: ¿puede haber un grupo de intelectuales en antiguas colonias europeas, como en Argelia, Mozambique, India, Brasil o Argentina?
El lector latinoamericano no puede hacer otra cosa que tener presentes los estudios de Angel Rama referidos al lugar del intelectual dentro de la producción cultural del territorio, revisando su función transculturadora y su relación con las producciones locales y las extranjeras: en la vereda opuesta a este planteo funcional se encuentra el trabajo de Winock, volcado efectivamente a una arqueología más biográfica que teórica.
De capítulos breves, amenos, pero no por eso menos rigurosos, el texto de Winock revisa la historia del pensamiento francés en tres épocas atravesadas por profundas contradicciones: Barrès, Gide y Sartre serán los nombres que permiten organizar cada segmento y entender sus conflictos: desde la Unión Sagrada de la Primera Guerra Mundial hasta la Francia de Vichy de la Segunda; desde el fusilamiento de intelectuales cómplices del nazismo comenzada la Cuarta República hasta la guerra de Argelia; desde el intelectual rechazado por la derecha por ser una figura fría y cargada de un peligroso jacobinismo hasta el intelectual total rechazado por las izquierdas anticomunistas que, frente a la figura de Sartre, oponen al intelectual particular y comprometido con luchas inmediatas y cercanas, como Foucault. El siglo de los intelectuales es un repaso por el siglo XX francés, una más que importante revisión de alternativas políticas y compromiso de las producciones culturales con su contexto: agónico animal enjaulado o testigo de su tiempo, sea cual fuere la alternativa por la que nos volquemos, la producción intelectual, la obra por encima del intelectual mismo, es la que sigue siendo elocuente en éste o en cualquier momento de la historia del hombre: digamos, su juez.
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