Pensar en los límites de la nada, el exilio, la negación y el cuerpo desnudo no es, sin embargo, rendirse a la muerte o al sinsentido. Esto es, al menos, lo que intenta señalar el filósofo y crítico Franco Rella, en el afán de continuar con la tarea dejada inconclusa por Baudelaire.
› Por Susana Cella
Autor de una notable cantidad de ensayos –entre ellos El silencio y las palabras o En los confines de un cuerpo– en una incesante reflexión de varias décadas donde la filosofía y el arte confluyen para sustentar un pensamiento que pone en cuestión los supuestos, Franco Rella intenta configurar un saber crítico que se sitúa en puntos de intersección de los lenguajes y en la dificultad desafiante de los límites. En los catorce capítulos, divididos a la vez en fragmentos, de Desde el exilio. La creación artística como testimonio va desgranando las hipótesis a la vez que pautando puntos nucleares –la desnudez, el testimonio, el exilio, la historia– y avanzando conjeturas, interrogándose, volviendo sobre lo expuesto, encara el ensayo en sintonía con la materia tratada.
El trayecto se inicia con la desnudez como extremo para situarse en un lugar de conocimiento que se atisba y se registra en la escritura. Kafka, Flaubert, Baudelaire y Proust retornan a lo largo del texto, en tanto en cada uno de ellos no sólo se plantea esa experiencia sino también, y simultáneamente, de qué modo dar testimonio de ella junto con la pregunta por la posibilidad de hacerlo cuando lo que se vislumbra es la insondable presencia de la nada que, para Eugenio Montale, “puede revelarse golpeándonos por ejemplo una mañana cuando caminamos en un aire de vidrio”, o, según Giacomo Leopardi, se expresa en la continuidad del tedio.
Rella examina itinerarios de escritura y, en una trama de relaciones, muestra el lugar y sentido del testigo. Surgen entonces otros nombres, como el Ismael de Moby Dick, quien atraviesa el naufragio para, de sus restos, contar la historia, o el que llega al “corazón de las tinieblas”. El planteo cognitivo implicado en esta concepción radical de la escritura –tentativa de una relación con el mundo–, lleva a la postulación de Benjamin acerca de un “umbral” como momento de captura del saber. Otra metáfora, la del despertar, permite trazar una constelación en la que presente y pasado se aúnan cargando con la suma de contradicciones en tensión sin resolverse. Es justamente esta idea de opuestos actuantes, no superados, el desafío a encarar, ya que “en la cesura que se abre en el corazón de esta tensión es posible de hecho entrever la brecha a una redención posible del mundo, del sujeto y de las cosas en el mundo”.
Ser y estar desnudo frente a la nada, frente a la muerte, convoca a la pregunta de cómo testimoniar la muerte y compromete raigalmente al testimoniante a que dirija el aguijón contra sí mismo (Nietzsche), a que empuje al pensamiento a pensar contra sí mismo (Adorno). El caso de Baudelaire se presenta como paradigmático porque en su extremo, en una teoría estética ligada con lo ético, llega a tentar otra escritura que dé cuenta de la zona liminar situándose fuera de los refugios que ofrece el mundo, pero a la vez, sin dejar de estar ligado a él, según otra de las figuras convocadas a estas elucidaciones, Simone Weil.
Las contradicciones actuantes y no resueltas conectan la historia personal y la historia. Aparece entonces otro enclave ineludible cifrado en una sola palabra: Auschwitz, es decir aquello que trasciende la representación y la comprensión. Para Rella, no hay explicación de este hecho por la historia o por la ciencia, porque todo lo que se ha escrito sobre el tema como, por ejemplo, según cita Rella, los estudios de Hannah Arendt, no da cuenta del origen insondable del impulso que lleva a tal crimen.
Esto lleva a reconsiderar la tradición iluminista, cuyo desideratum habría sido proveer una estabilidad y seguridad, sin embargo, el devenir de ese orden según una razón circunscripta a sus certidumbres, va a tener como culminación el orden nazi. No es por tanto un hecho irracional –Rella se opone a tal conclusión– sino esa racionalidad la que cuestionan las escrituras desde fuera, con, para citar a Baudelaire, el “corazón al desnudo”, y a través de un pensamiento anclado en la precariedad. La búsqueda no provee reconstrucciones, sino, citando aquí a Freud, construcciones hipotéticas, cuya única certeza es la inseguridad. Valiosa incerteza en tanto se opone al mal de la indiferencia.
El problema no es recomponer el pasado sino redimirlo a partir de ese punto de despertar, de umbral, donde la relación entre presente y pasado se carga de historia y cognoscibilidad. Sin embargo, no se trata, dice Rella, de cargar un detalle de toda la historia del mundo, según el planteo de Carlo Ginzburg, porque para Rella esto podría deslizarnos a no afrontar los riesgos deslizándonos a las meras historias, al mundo de los posibles abandonando el terreno de los hechos y las hipótesis, sino de ubicarnos en el sitio inestable –el del exiliado– que permite vislumbrar la verdad al virar la reflexión de lo consabido para adentrarse en nuevas vías a través de un viaje que, como el de Dante, persigue la virtud y el conocimiento desde un testigo que a la vez que mira el suceder, se contempla y es mirado, por lo que puede testimoniar y testimoniarse, como un sobreviviente de Auschwitz, a partir de la mirada de los otros, espejándose. El viaje destaca la condición de ser extranjero, de estar lejos de la patria verdadera, exilio que en Rimbaud se verifica como ser extranjero de uno mismo.
Ubicándose desde el afuera y en el adentro, desnudo, se puede continuar el discurrir inquisitivo valiéndose de la potencia significante de imágenes como las de umbral, grieta, constelación; otra imagen, la estela del caracol, vuelve sobre la posibilidad abierta, ya que si la vida desnuda es el límite con la muerte, y el horror promueve la cesación de la palabra hasta ser sólo gemido o alarido, sin embargo, la escritura puede llegar a incorporar esta experiencia para avanzar.
Para Rella, lo que Baudelaire rozó, “ha permanecido frente a nosotros como una tarea pendiente”. El libro es posiblemente hacerse cargo de lo que la filosofía, según él, debe recuperar. La conciencia y la visión de la nada y de la muerte no implican cese del pensamiento, sino otro modo de encararlo para transformar los límites en umbrales, para señalar que detrás del horizonte puede haber otro horizonte.
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