Dom 29.12.2002
libros

RESEñAS

Comunidades imaginadas

FLORES DE UN SOLO DIA
Anna Kazumi Stahl

Seix Barral
Buenos Aires, 2002
334 págs.

POR ALVARO FERNANDEZ BRAVO
Que todas las culturas son híbridas resulta una constatación obvia a esta altura del partido. Pero algunas culturas observan su propia hibridez con mayor curiosidad que otras. La cultura argentina se jacta y se queja de su homogeneidad y monocromía. A pesar de que la presencia de indios e inmigrantes no es infrecuente en nuestra tradición literaria, la representación de nuestra identidad como un conjunto heterogéneo ha ido decayendo a la misma velocidad con que la globalización ha situado la pregunta por la diversidad cultural en el centro del debate contemporáneo. No abundan los extraños ni tampoco las miradas que se aparten de la exploración ensimismada de nuestras gastadas miserias en la narrativa argentina actual.
Flores de un solo día, la primera novela de Anna Kazumi Stahl, puede ser leída como una refrescante intervención en este debate. El cruce, sin embargo, no puede ser menos inesperado. La novela narra una búsqueda en la que Aimée Levrier, una joven en la que se mezclan ascendientes irlandeses, japoneses, norteamericanos, franceses y argentinos, se zambulle en un pasado traumático donde la Argentina ocupa el insospechado lugar del refugio. El presente argentino de los años noventa es un mundo marcado por la rutina y lo cotidiano, en el que Aimée y su madre japonesa, Hanako, han sido depositadas para preservarlas de una amenaza.
En Buenos Aires, Aimée se ha casado con Fernando y comparten una vida apacible en el barrio de Congreso. Pero esa existencia sin sobresaltos y no exenta de belleza es interrumpida por la llegada de una carta desde los Estados Unidos que convierte a la protagonista en heredera de una fortuna. Un Buenos Aires contemporáneo se entremezcla así con Nueva Orleans, de donde Aimée fue arrancada a los ocho años y a donde debe regresar para tramitar su herencia, y con Tokio, de donde Hanako también fue desplazada en la traumática posguerra. El relato narra así sucesivas migraciones que dejan atrás experiencias traumáticas.
El peso del pasado genera y obstruye el flujo narrativo. Hanako perdió la capacidad del habla en la guerra y Aimée sólo conserva algunas piezas inconexas de su enigmática infancia en Nueva Orleans. Su viaje hacia el norte es también un viaje al pasado que le permitirá comprender por qué salió de los Estados Unidos y fue enviada a la Argentina. De este modo, Louisiana y Buenos Aires se entremezclan y la novela no es ajena a una mirada transcultural: los personajes porteños, sus costumbres y diálogos son retratados con precisión etnográfica; Nueva Orleans es observada por Aimée, treinta años más tarde, con la perspectiva de alguien que pertenece y no pertenece a esa cultura. La lengua inglesa hablada con acento hispano por una asiática con toques europeos es un emblema del proceso de disolución de las identidades duras narrado en la novela.
Kazumi Stahl apela, como en Catástrofes naturales, su anterior libro de relatos, a la mirada asombrada y penetrante de la niña oriental: es el vehículo para presentar la imagen de un mundo extraño y dotado de una belleza perturbadora, en el que la percepción se encuentra siempre algo descolocada respecto de su objeto. El observador es un poco extranjero frente a la materia de su examen y allí radica el mayor acierto de la novela: ningún personaje es completamente local con respecto a su cultura.Japoneses en Louisiana o en Buenos Aires, irlandeses, franceses o italianos en la Argentina, americanos en Japón, comparten una posición excéntrica y desplazada. No obstante, resulta difícil decir cuál es la perspectiva del narrador. De algún modo, consigue ver desde el intersticio, desde un ángulo que destruye la mirada etnocéntrica y privilegia la bi o la multiculturalidad como punto de observación.
Escrita en una prosa límpida y absorbente, Flores de un solo día resulta difícil de clasificar. ¿Se trata de una novela argentina? Acaso el libro sirva para abolir de una vez por todas las categorías nacionalistas como un modo de interpretar las culturas. La memoria y el pasado, enterrados en el interior de la conciencia, alojan también relatos de mezcla e hibridación que desafían la pureza cultural. Tal vez sean los rasgos de un mundo y un tiempo marcados por la diáspora y la migración, donde el sujeto ha perdido, por fin, el ancla de su origen y la identidad es materia de la imaginación y no del pasaporte.

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